Vampiros cuarentones jaranean con lolos de 20 en el clásico "Bal Le Duc"

Hay carretes memorables, algunos que pasan sin pena ni gloria y otros que son para siempre. Entre estos últimos están las noches en "Bal Le Duc", lugar donde llegan mujeres, hombres, cuarentones y veinteañeros para compartir las pistas alternativas.

Es la 01:30 de la madrugada del domingo y en la fila para entrar a la disco de Avenida Matta 129 hay gente mayoritariamente vestida de negro. Son como vampiritos, de esos que duermen colgados en el ropero. Pero a diferencia de otros, ellos no le chupan la sangre al resto.

Aunque en la fila la gente espera con respeto su turno, varios están que cortan las huinchas por pagar la entrada de 3 lucas y entrar a la fiestoca temática donde escucharán el tributo a "Depeche Mode".

Desde el patio donde está el estacionamiento del recinto (que es gratis pa' los asistentes), ya se oye la música electrónica de la banda británica. Una pareja de pololos medios góticos sigue la letra de It's called a heart. Están casi en trance.

Un par de metros más allá, se cacha a otros grupos de dark sentados en las mesas que hay al aire libre. Algunos consumen un par de chelitas antes de entrar en la escena musical.

La gente se mantiene ordenadita. A esta hora nadie da jugo espeso... todavía. Y es que, al parecer, atrás quedaron “los años más tóxicos de las fiestas donde se podía hacer de todo”, dice el Faraón (37).

Así se hace llamar un contertulio del lugar. Es bajo y más flaco que un guantán, pero destaca por sus colgantes y pulseras egipcias.

Hace 15 años, el hombre viene a esta disco, aunque en el último tiempo lo hace como un solitario. “Me fue mal viniendo acompañado”, confiesa mientras abre sus ojos bien delineados.

El señor de la noche ha venido "menos gótico" a la tertulia de "Depeche Mode". Anda con una polera azul rey apretadita, unos jeans ceñidos y bototos negros. Encima lleva su collar egipcio.

El Faraón explica que viene de donde su mami y por eso no alcanzó a producirse en la volá más vampiresca. “Vestirme es todo un rito”, aclara.

Como él, varios son los nostálgicos que intentan revivir el carrete de antaño en que “Bal Le Duc” era un subterráneo, ubicado en Irarrázaval, donde el humo del cigarro y el olor a copete permitían divertirse en una nube de “locura”.

Ahora, “todo está más empaquetado”, se queja un cuarentón, por la seguridad y la calefacción del nuevo recinto.

Cambió la cosa

Por razones legislativas, las chimeneas con patas ya no pueden mezclarse con los bailarines. Por eso, el nuevo lugar es una casa de un piso adaptada para ser un boliche con distintos ambientes.

En el exterior, hay una terraza delantera súper cachilupi. Tiene mesas y sillas para el sector de fumadores. Además, aquí se venden completos y otras chatarras para el bajón de los vampis.

Adentro, las dos pistas de baile son más luminosas, dejando en el recuerdo la oscuridad que a otros tanto gustaba. En el espacio interior más cototo está la barra de copetes hacia el fondo. Por el costado, viene el escenario donde la banda tributo está métale tocando “Depeche Mode”.

Las canciones británicas suenan con fuerza y ahora sí que todos los cabros, chiquillas, cuarentones y más jovencitos están arriba de la pelota canturreando.

Parejas de todas las edades se besuquean de lo lindo, y otros solitarios siguen el ritmo a la música de la banda tributo. La mayoría de la barra viste a la onda de la ocasión, pero otros más desabridos andan con chaquetas sport.

Un par de amigos treintones se sacan fotos entre ellos con el celular.

Al centro de la pista, una rubia con las raíces negras es el centro de atención. La chicoca de unos 25 tiene melena de leona y unos pantalones látex oscuros tan ajustados que no le alcanzan a tapar la tremenda retaguardia que se gasta. Así es como deja ver parte de su humanidad que apenas le tapan el colalés.

Como ya es un personaje, al Faraón igual lo saludan caleta mientras se acerca a la barra pa' pedir otra piscola cerca de las 3 de la mañana. El monarca egipcio ya lleva más de dos copetes. Y se le está notando al hablar. "Lo paso bien acá, tengo mi gente. Igual me conocen porque soy un ícono, ¿cachai?", explica.

Igual, por más que se pasea entre la masa, a esta hora aún nadie saca a bailar al legendario egipcio. Lo bueno es que él camina cabeza en alto y contorneándose todo divo por el carrete.

Permanece esencia

"Bal Le Duc" significa en franchute algo así como "el baile del duque". El dueño de este lugar, Mario Ganbra, prefiere decir con orgullo que es el fundador de la disco que tanto persiste.

Para él, este antro sobrevive hace 20 años gracias a su esencia. Según dice, los contertulios, que son de todas las edades, pueden pasarlo bien porque comparten algo común: el gusto por la música de los ochenta y noventa.

Además, aquí nadie anda pelando la pinta de la gente. Hay fiestas de todos los estilos y no hay prejuicio en pasarlo chancho.

"Bal Le Duc es un lugar de culto que no se acaba. Hay gente que nos acompaña de hace 15 años y ahora viene hasta con los hijos. El promedio de edad es de 40, pero mentalmente son más jóvenes. Es la música y el baile los que nos mantiene", concluye sonriente bajo la bola disco de su local.

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