El año en que estuve cuatro veces al borde de la muerte

Todo comenzó una noche de junio, cuando Verónica Marinao perdió el olfato. Internada, durante varios días del año pasado, el Covid-19 la tuvo viviendo horas críticas. Lentamente se recuperó de las secuelas. Pero después vinieron una serie de momentos que pudieron terminar en tragedia. "La gente siempre dice que las cosas malas nunca vienen solas", relata al diario pop.

A Verónica Marinao (48) le encanta pasearse a pata pelada por la casa. Un tarde, con el verano acercándose, ella se encontraba en su pieza cuando escuchó que su mamá la llamaba desde el living. Estaba intentando cargar su teléfono cuando le dijo:

—Parece que el cargador está malo, porque no funciona.

—A ver, pásamelo —le contestó, y tomó el aparato.

Pero Verónica no se dio cuenta de que el cargador aún estaba enchufado, y justo el cable estaba pelado en la parte de donde ella lo tomó. Fue ahí cuando la corriente la tiró para atrás.

"El brazo queda delicado, como cuando haces mucho ejercicio y te hacen elongar mucho, que el músculo se contrae", relata al diario pop, quien al estar descalza aumentó las chances de que le diera un golpe eléctrico.

"Por suerte estaba en su sillón, y no me alcancé a caer", comenta, y lo describe como un momento anecdótico: "No fue grave ni nada... Habría sido ya demasiado".

Recién partía diciembre del 2020, pero el año ya terminaba. Ese era solo el cierre de una serie de eventos que tuvieron a Verónica por las cuerdas.

"La gente siempre dice que las cosas malas nunca vienen solas", dice.

Un camión apurado

Poco antes, el día previo a su cumpleaños, el 28 de noviembre, Verónica manejaba de la clínica a su casa por la autopista Ruta 5 en el sureste de Santiago, poco antes de la salida a Lo Blanco, comuna de San Bernardo.

Cuando ya estaba como a un kilómetro de esa salida, se iba a cambiar de pista; ya había encendido los señalizadores de su Ford Fiesta. En ese momento apareció un camión que, quizás "desesperado" porque Verónica no iba tan rápido, intentó adelantarla.

El camión casi logró pasarla. Pero no. Ambos vehículos se toparon y, fue el auto de Verónica el que se llevó la peor parte.

"El auto quedó mal, horrible", cuenta Verónica. "Y claro, reboté. Por suerte no venían más autos". Apenas alcanzó a maniobrar para no chocar con el muro de contención.

Tuvo suerte de que aprendió a manejar hace solo un año y medio. "Entonces cuando vengo por la autopista no soy de esa gente que va como con una mano" explica. "Agarro bien el volante, porque todavía me da susto".

Su auto quedó muy dañado en el costado y el foco derecho. Aun así, ninguno de los siete airbags se abrió.

***

Tras el impacto, se bajó del auto, y también dos sujetos del camión. Y arrancó una discusión en medio de la autopista. Ella los culpaba a ellos, y los tipos a ella.

—La culpa es tuya —le decían agresivamente.

Solo cuando Verónica propuso llamar a Carabineros los tipos recularon; de hecho, le ofrecieron plata, e incluso dieron la idea de comprarle el auto tal como estaba.

Eso a ella le pareció raro.

Luego, los tipos se fueron. Ella les tomó una foto a la patente y dejó constancia en Carabineros. Por suerte tenía seguro. Pero estuvo dos meses sin auto porque debían importar los repuestos.

Si bien tuvo que ir a constatar lesiones, no quedó con ningún problema de gravedad. Solo estuvo unos días "con el cuello delicado, unas contusiones, unos moretones en las piernas y el muslo, como uno hace fuerza por el impacto", detalla.

Ahora, tras recibir el vehículo en febrero, maneja solo cuando es muy necesario. Nunca le ha gustado conducir, y menos después del accidente. Prefiere andar en Uber. "En un momento pensé en vender el auto, porque tenía mucho susto los primeros días". Pero esa sensación se le fue pasando.

Si bien el choque la dejó medio "paranoica", venía con miedo de antes, tras una episodio que se desencadenó luego de una sobredosis con un medicamento.

Un instante vacío

Sucedió poco después de que estuvo internada por Covid-19, el 6 de agosto.

Antes de contraer el virus, Verónica cargaba hace varios años con una depresión, la que se encontraba controlada, siempre con el mismo remedio, Bupropion. Tras el coronavirus se comenzó a sentir muy deprimida. Habló con su psiquiatra, quien propuso aumentar la dosis del fármaco; para ello le hicieron un electroencefalograma

—Tu electro está perfecto —le dijo el doctor al ver los resultados—, así que no te va a pasar nada.

Tres días después, Verónica se encontraba sentada en su escritorio; solo estaba con su mamá en la casa, poco después de almorzar. Ella es periodista y escribía un artículo para la revista Velvet, para la cual colabora. Recién estaba empezando un texto que trataba algún tema relacionado a la pandemia.

Eso es lo último que recuerda. Luego, un corte, vacío.

De golpe, su memoria volvió y se encontró con su mamá, llorando intentando levantarla y subirla a la cama. Y Verónica solo le preguntaba por qué el llanto. La sostenía, pero su hija no entendía qué pasaba. Creyó que era un sueño.

"Cuando convulsionas no te acuerdas de lo que pasó", comenta.

Tras aquel momento, se quedó todo el día acostada, con dolor de cabeza y sueño.

***

Volvió con el psiquiatra, quien decidió bajarle la dosis del medicamento y equilibrarlo con otro. "Fue super peligroso porque me pudo pasar mientras manejaba y me mataba", dice ella. "En ese entonces yo estaba andando mucho en auto para ir a controles post-Covid, tenía que ir al broncopulmonar, a revisarme el corazón, a hacerme resonancias".

Tras la convulsión, fue al neurólogo, quien pensó que Verónica podía tener epilepsia. Le hicieron unas resonancias y le encontraron una lesión en el cerebro. "Me asusté porque era más o menos grande", recuerda. Había dos opciones: la tenía desde su nacimiento, o fue una secuela del Covid. El médico le dijo que ese traumatismo se asociaba a personas que padecen ese trastorno nervioso.

Al final, un neurólogo especialista concluyó que el virus solo había producido la inflamación en el cerebro, no la lesión, la cual solo habría sido una predisposición a sufrir convulsiones, pero estas habían sido provocadas por el antidepresivo. La epilepsia fue descartada.

Ese episodio quedó atrás.

Lo que a ella más le preocupaba era su memoria. El Covid-19 había dejado una marca que no podía ver, pero que ahí estaba.

Virus

Antes que todo, una noche de sábado en junio del 2020, Verónica se comió un yogur de frutilla-plátano y no le sintió sabor a nada. Qué raro, pensó. Ella siempre había tenido buen olfato. Se echó perfume y tampoco sintió nada.

Al día siguiente despertó y fue al el SAR Carol Urzúa, en San Bernardo, a tomarse un PCR. Solo quedaba esperar el resultado.

Pero el tiempo pasaba y no le avisaban el resultado. Hasta que llegó el día nueve y se empezó a sentir pésimo; le bajó el oxígeno. Volvió al médico. Ella le dijo que estaba oxigenando poco. Y él le preguntó:

—¿Por qué viniste si no tienes el resultado?

Hace poco había hecho una teleconsulta con una doctora, quien le ordenó que si la oxigenación bajaba de 95 debía ir a urgencias. Ese día Verónica rondaba entre 94 y 93. "Entonces él no le tomó mucho el peso", cuenta ella.

De hecho, frente a ella, el médico y el tecnólogo se pusieron a discutir, porque este último decía que "ella tiene pulmón Covid, se tiene que ir a internar". Mientras el doctor insistía en que aún el resultado no estaba.

—Pero es evidente que tiene Covid —insistía el otro.

El rato transcurría y, de golpe, la oxigenación le bajó a 88. Bajísimo.

Eran mediados de junio, tiempos en que recientemente en el Hospital El Pino, de San Bernardo, habían registrado largas esperas de pacientes en ambulancias esperando ser atendidos. Por esos días en Chile se enfrentaba la "primera ola" de Covid-19. Había días en que morían más de 200 personas al día por el virus.

Como Verónica sabía que hace poco el hospital sanbernardino había colapsado, llamó a su mamá para que consiguiera una ambulancia y la trasladara a la UC de Marcoleta. Pero ahí no había cupo.

En ese momento, en el único recinto en que había espacio, era en la UC de San Carlos de Apoquindo, así que, por Ley de Urgencia, la internaron ahí.

La llevaron a una sala de reanimación.

***

"No me sentía tan mal en ese momento", recuerda sobre sus primeros días en la clínica. "Me sentía mal, pero no tenía conciencia de que estaba respirando pésimo". Como Verónica estaba acostada boca abajo en la cama, no se daba cuenta de que su situación era tan crítica, llegando a estar en riesgo vital.

Un día, ya internada en la UCI, el doctor se acercó a decirle que estaba saturando muy poco, que le iban a poner ventilador. Aunque en ese momento no habían, así que le pusieron una máquina anestesia, artefactos que, ante la escasez, suplen esa función en el tratamiento.

Aun así, su mayor preocupación eran sus papás, con quienes vive. Internada, no había podido comunicarse con ellos. Le asustaba haberlos contagiado.

Verónica recuerda que, cuando el doctor le informó que le podrían ventilación mecánica "estaba súper achacado".

—¿A quién quieres llamar? —le preguntó él.

—A mi mamá— respondió ella.

"En el fondo eso te lo dicen por si pasa algo, para que te despidas", comenta Verónica. "Igual traté de quitarle un poco de dramatismo a la cosa, pero es difícil no quebrarte".

Ahora, se da cuenta de que en ese momento no estaba bien como ella pensaba; su cerebro estaba inflamado, no pensaba bien. De hecho, tuiteó para avisar que le iban a poner ventilación mecánica; así le avisaría a sus amigos.

El 13 de junio, cerca de las 11:30 de la mañana, escribió: "Queridos, paso a UCI y es altamente probable una intubación. Estoy tranquila. Por fa, no necesito preguntas de ningún tipo en este momento. Sólo su cariño y mensajes muy buena onda (que obvio no responderé). Nada más. Un abrazo".

https://twitter.com/rotasinplata/status/1271825209335652352

A un año de ese día, reflexiona:

—Me estaba muriendo y avisé por Twitter. Igual es raro, seguramente ya no estaba pensando muy claramente.

Hasta el momento de la intubación, había podido usar el teléfono.

Después ya no.

***

Su mente estaba perdida, extraviada, tenía alucinaciones. Por eso le quitaron el celular en un momento; quizá no era buena idea que tuviera contacto con otra gente.

Aunque siente que eso fue peor, sobre todo porque se pasaba rollos con la idea de que sus papás estuvieran contagiados. Mientras estuvo en la clínica, solo se pudo comunicar dos veces con ellos: cuando la desintubaron y tres días después.

Le habría gustado ver un video de ambos todos los días. Pero ante esa incertidumbre, solo se desesperaba más.

Cuando despertó, su cerebro estaba muy inflamado. No entendía por qué estaba internada. Se quería arrancar. Todo era extraño. Además, su organismo estaba con morfina; le dolía mucho el tórax, la espalda y el pecho. "Era un dolor muy grande, intenso", recuerda.

Mientras estuvo en la UCI casi no pudo dormir. Le daban drogas para el sueño, pero no hacían efecto. De hecho, en los registros que hacían de su estado siempre aparecía: "Insomne".

"Tenía mucho susto", dice, "susto de lo que estaba pasando más que de morirme".

***

En gran parte, sus recuerdos se resumen en imágenes y sensaciones. Gente que le tomaba la mano cuando se desesperaba. En un momento la amarraron a la cama para que no se cayera. Eso también recuerda, el no poder moverse, sentirse atrapada.

También, las horas que pasó acostada boca abajo, con la cánula. Desagradable. Pero que, al mismo tiempo, sentía que respiraba mejor, aun estando incómoda. "Es heavy la diferencia", comenta.

Los rostros de algunas enfermeras también se le vienen a la mente. Algunas que le tenían paciencia, otras que "estaban chatas conmigo".

Como pasaba despierta la mayor parte del tiempo, era una paciente bastante demandante, difícil. Y más encima tenía susto.

Al principio, en su ficha clínica se lee: "Paciente cooperadora"... Pero con el pasó de los días cambia a "Desafiante", "Desafiante", "Desafiante"...

Antes le daba vergüenza acordarse de esos momentos.

Ahora se le da risa, "es divertido".

***

Cuando dejó de estar intubada, sintió miedo. No podía hablar. No salía nada,era como si solo moviera los labios. "Se me rompieron las cuerdas vocales", pensó.

A su alrededor, había cinco personas y una de ellas le explicó que era normal, y le tomó la mano, y le dijo que volvería a hablar a medida que pasaran los días. Necesitó la ayuda de fonoaudiólogo para recuperar el habla.

De a poquito fue recuperando la voz.

Tras dos días, logró emitir sonido. Después, volvieron las vocales.

Cuando salió de la clínica, apenas podía escuchar lo que decía.

También estuvo con kinesiólogo, porque había perdido la musculatura. Como estaba con sonda, no se paraba ni para ir al baño.

Cuando recuperó su celular once días después, el 24 de junio a las 11 de la mañana, escribió: "Estuve un par de días intubada y luego seguí en la UCI. Y, desde ayer, estoy en sala intermedia. Por fa, cuídense. Cuando el Covid 19 ataca tan heavy, se pasa mal".

https://twitter.com/rotasinplata/status/1275984060221984770

Luego, la tarde del 1 de julio, redactó:

"Me dieron de alta. En un ratito más estaré en mi casa. Estoy muchísimo mejor. Debo seguir controlándome y con kinesiología, pero estoy bien".

https://twitter.com/rotasinplata/status/1278392747062411268

Secuela invisible

Cuando salió de la clínica no sentía que fuera la misma. Más allá de que su sistema respiratorio, de que sus pulmones hacían que se cansara más, empezó a ir al neurólogo.

Su memoria no andaba como antes.

Pero lo que más me preocupaba era la cuestión cognitiva. "Pensaba mal", recuerda. Si quería tomar agua, su mente decía: "pucha, pero está lejos", y la idea de estirar el brazo o acercarse no surgía como una opción… demoraba en darse cuenta y decir "qué tonta".

Veronica siempre había tenido facilidad para las matemáticas, de hecho, sacó un buen puntaje en la Prueba de Aptitud. Tras estar internada, si tenía que dar vuelto no podía calcular cuánto era.

Le costaba sumar 2 + 3, un ejercicio para el que solo se necesita recordar un 5. De hecho, bajó una aplicación, Lumosity, que le servía para hacer esos ejercicios y concentrarse. Al principio, sacaba puntajes muy bajos.

Después mejoró.

"Pero lo terrible, para la pega de uno, eran las palabras". Como periodista que ejerce desde 1995, Verónica siempre había tenido muy buena ortografía. En sus inicios se especializó en teatro en El Mercurio. Después partió a la revista Mujer, donde fue subeditora durante años. Luego tuvo el mismo cargo en revista Paula.

Tras el virus, había "palabras básicas" de las que simplemente no se acordaba, como el caso de "canción", que dudaba si era con "s" o con "c". Habían desaparecido certezas como poner "v" o "b". A cada rato debía estrar al diccionario RAE para confirmar.

"Me sentía insegura todo el rato", dice.

***

Un mes después de la clínica, empezó a cooperar para la revista Velvet. Si bien eran textos cortitos, se demoraba cuatro veces más en escribirlos a lo que acostumbraba. "Debía estar verificando prácticamente todas las palabras", recuerda.

Y aunque lo de la ortografía ya quedó atrás, todavía le cuesta evocar palabras como "celular" o "vaso". A veces las tiene en la punta de la lengua, pero de ahí no salen.

—Creo que esa es la secuela más delicada, sobre todo para nosotros que somos periodistas —comenta—. Quizá para otras personas no tanto, pero para uno... Ahí me deprimí harto, mucho.

En esos días, el siquiatra y el neurólogo le decían que tenía el cerebro inflamado y que debía descansar, dormir. Pero Verónica estaba desesperada sin hacer nada. No podía concentrarse viendo tele, o incluso series, porque rápidamente se desconcentraba. Y todo lo olvidaba.

Además arrastraba el insomnio. Le recetaron un remedio que ya había tomado otras veces, Quetiapina.

Pero no le surtía efecto. Partió tomando 25, 50 y llegó a 100 miligramos. También le daban le dieron Lorazepam, el cual puede producir dificultades a la memoria.

Y así las secuelas se iban sumando, mientras Veronica intentaba retomar su vida laboral

—No soy una persona tan buena para llorar, pero algunos días lloraba porque tienes la sensación de que nunca se te va a pasar.

Le aterraba la idea de "no voy a volver a ser la misma". Era un miedo constante, que en los últimos meses ha ido quedando atrás; ha mejorado bastante la memoria.

***

Cuando ya ha pasado un año desde que estuvo con Covid, dice:

—No estoy al 100%, pero me he recuperado bastante.

Ahora, casi no sale de su casa, salvo al médico o al supermercado. Trabaja de manera remota colaborando para Velvet, Las Últimas Noticias y La Tercera; también se desempeña en la agencia feminista Conversas.

"Me ha jugado en contra trabajar en tantos lugares, porque tienes que poner la cabeza en muchas cosas", comenta.

Ha sido todo un desafío para sus convalecientes memoria y concentración. Hay veces en que ha estado cinco horas frente al computador para solo escribir un párrafo. Se pone a hacer otras cosas, a escuchar música… y el tiempo se iba.

Solo una vez se ha reunido con gente "y fue horrible porque volví paranoica; pensaba que me iba a contagiar de nuevo". Supone que, si contrae el virus de nuevo, los síntomas no le darán tan fuerte. "Pero todo es tan incierto", dice.

Ya se puso ambas dosis de vacuna, porque, al ser hipertensa, entró en el grupo de las comorbilidades

—Aun así, igual creo que soy más paranoica que el resto de la gente —confiesa—. Eso pienso que fue por el trauma del Covid. En general, no soy una persona muy miedosa.

Cuando empezó la pandemia, su gran miedo era que se contagiaran sus papás. Recién ahora piensa que era ella la que tenía más posibilidades de agravarse, "pero nunca tuve conciencia de eso".

Aunque supone que, muchas veces, todo se reduce a la suerte.

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