El Náufrago

"El infierno está todo en esta palabra: soledad".

Permaneció en la cueva del lado norte de la pequeña isla hasta que pasó la tormenta. La lluvia había refrescado el aire, ya no temblaba como en las primeras precipitaciones que enfrento en la isla, de eso ya habían pasado 7 años y fracción, desde el día exacto que su embarcación se hundió dejándolo como único sobreviviente.

Ya no tenía que preocuparse de deudas y horarios, esta tragedia le había entregado algo fundamental para el ser humano, su libertad, a veces pensaba en ello, sonreía y se preguntaba por qué no vivió así en la civilización, hubiera sido mucho más feliz.

Esa misma reflexión lo había hecho decidir visitar por primera vez el territorio desconocido, la topografía de la isla era eminentemente montañosa, con pequeños valles y quebradas, camino por un sendero infernal lleno de hoyos y barro, al llegar al lugar se encontró una gran sorpresa, existían restos de una avioneta esparcidos, se notaba que no había sido un evento cercano, entonces desplego una sonrisa algo nerviosa y decidió que no sería malo explorar.

Encontró una mochila que parecía estar llena. En su interior lo primero que asomaba era un arma, la tomó y pensó lo seguro que se sentía un hombre con una en la mano, después reflexionó y se preguntó para que querría una en una isla desierta, dejó el arma en el suelo, avanzó unos pasos y pasó a llevar con su pie izquierdo un artefacto irreconocible a primera vista.

Sin embargo al tomarlo, limpiarlo y voltearlo se dio cuenta que era un minúscula aparato de televisión portátil. De pronto sorpresivamente el monitor prendió y logro divisar un programa de ESPN que pasaba los goles de Europa, sonaba insistentemente el pito de la batería anunciando que la señal se acabaría en cualquier momento, después de 7 años de no apreciar ninguna instancia televisiva Pablo no podía con la emoción, en ese mismo instante lo vio; centro de Modric y Cristiano Ronaldo hacia una pirueta imposible entre los dos centrales y conectaba una chilena soberbia.

Solo alcanzó a ver dos secuencias más y el monitor se apagó.

Ese extraño hecho le había dado la señal necesaria para entender que debía hacer los esfuerzos para volver a casa. Decidió que sería bueno dormir un poco para juntar fuerzas y retomar la construcción de una balsa que había iniciado a los meses de llegado en la isla, pero cuya empresa abandonó cuando empezó a disfrutar la quietud de su nueva vida.

Ahora había perdido toda su tranquilidad existente, desde que vio esa imagen en televisión algo no lo dejaba en paz. Se rascaba, bostezaba, se estiraba, se sacudía, se paraba, volvía a sentarse y cada diez minutos repetía lo mismo:

-Qué golazo, qué golazo culiao.

Así logro conciliar el sueño. A la mañana siguiente despertó con el sol golpeando su cara, se levantó rápidamente, corrió hacia al mar para darse un baño para despabilar, el agua estaba más helada que pasillo de yoghurt pero le sirvió para lograr su objetivo. Trabajó cuatro horas sin descanso hasta que logró dejar la balsa operativa, sabía que si se echaba al mar con ella existía la posibilidad de perecer en el intento, pero la ansiedad era más fuerte, lo único que quería era encontrarse de nuevo con la civilización, cargo la balsa de víveres, agua y no sin antes escribir en un roca "Pablo estuvo aquí siete años y dieciséis días" emprendió rumbo a altamar.

Sus cálculos fueron muy optimistas, pues pasaron los días, las semanas, los víveres se acabaron y solo quedaba agua que proporcionaban las lluvias, llevaba aproximadamente veintiséis días de solo alimentarse de lo que lograba brindarle el mar alrededor de la balsa, a su ya evidente pérdida de peso se sumaba el estado febril producto de los cambios de temperatura bruscos. Según había estudiado, le quedaba no más de un mes antes de que iniciaran las tormentas y su humilde embarcación no estaba preparada para aquello. Después de una primera tormenta de dos días con la balsa prácticamente desarmada y Pablo inconsciente sobre lo que quedaba, el vapor de un carguero le devolvió la vida a ese pobre náufrago. Pablo recuperó su conciencia lentamente, abrió sus ojos y al ver un paramédico muy cerca de él removió su mascarilla de oxígeno con la mano y con una débil voz preguntó:

- ¿Cómo te llamas?

- Gerardo… Gerardo Castro- contestó presuroso el auxiliar de salud.

- ¡Que golazo se hizo Cristiano, Gerardo culiao! - exclamó Pablo, ansioso, como si hubiera tenido esa frase atragantada.

Después de esto recostó su cabeza en la camilla y sonrió esperando la vuelta a casa, esta vez más humilde, más agradecido y por lo tanto finalmente feliz.

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