La historia del nuevo pupilo del Feña es de película: dormía en un auto viejo

Elías Ymer será el cuarto discípulo que "Gonzo" dirigirá. El hijo de etíope le ganó a la discriminación en Suecia.

Si Elias Ymer no hubiera agarrado una raqueta en su vida, lo más seguro es que habría terminado corriendo. Y harto, porque Wondwosen, su papá, fue un maratonista de los 10 mil metros respetado en Etiopía y siempre quiso que sus hijos siguieran el ejemplo.

Pero en el país africano vino la guerra. Y junto a Keleme, su esposa, un día de 1987 pensó que la cosa no daba para más y arrancaron a Skara, un pueblito a 150 kilómetros de Gotemburgo, donde terminaron naciendo Elias, Mikael y Rafael.

Y en Suecia todo cambió. No sólo porque le ganaron al destino, luego que el padre de la familia hallara trabajo en una fábrica de quesos, sino porque los "niños" conocieron la pasión por el deporte albo.

Sobre todo Elías, que por esas cosas del tenis, siempre tuvo como ídolo a Fernando González por su parecido en el estilo fulminante para darle a la pelota. Y ahora al fin el destino los juntó. Es que nuestro "Mano de Piedra" se convirtiera en su pastor. Y nada le faltará.

Pura potencia

Para "Gonzo" será su cuarta experiencia como coach, tras dirigir al cafetero Santiago Giraldo y a los compatriotas Christian Garin y Gonzalo Lama.

Pero, aunque no lo diga, con Ymer el "Feña" tiene más esperanzas. Ymer tiene 22 años y a pesar que marcha en el lugar 106°, en el circuito ya se le teme por sus golpes de fierro.

"Tiene grandes tiros desde el fondo de la cancha: Ahí no tiene puntos débiles. Puede golpear rápido y se puede adaptar a todas las superficies", dijo González a Emol para graficar el diamante en bruto.

Sin embargo, quizás lo que verdaderamente llevó a "Mano de Piedra" a entrenar a Elías, al que dicho sea de paso lo piensa traer a Chile en el próximo verano para pulirlo en nuestra arcilla, fue la perseverenacia.

Para ser un tenista profesional, el hijo de inmigrantes debió luchar contra la discriminación sueca, pues en en el Skara Tennis Club tuvo que pedir permiso para que lo dejaran practicar.

Más tarde, cuando empezó a jugar, viajaba en un auto viejo que también le servía de dormitorio. Todo, con tal de conseguir el sueño, porque plata no sobraba y raquetas tampoco.

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