“Generan un tremendo vínculo con el humano”: las luces y sombras de rescatar pingüinos de Magallanes

Pingüino de Magallanes. ILUSTRACIÓN: César Mejías / @gatoncomic
Pingüino de Magallanes. ILUSTRACIÓN: César Mejías / @gatoncomic

Físicamente muy parecido a su pariente de Humboldt, esta ave nadadora suele llegar a los centros de rehabilitación a causa de lesiones producidas por embarcaciones. En Fundación Ñamku han recibido múltiples individuos de esta especie y, hoy, se encuentran con un joven y un adulto. “Es sumamente fácil que se impronten”, dice el director Pablo Salah. “Por eso tratamos de que estén lo más lejos posible, y que no vean al humano”. Este es proceso.

Son tres las pingüineras que hay en la Región de Valparaíso. La de más al norte se encuentra en el islote Cachagua, al centro está la isla de Concón y, hacia el sur, se ubica el islote Pájaros Niños, frente a Algarrobo.

Desde este último lugar, los pasados 28 y 30 de julio, dos pingüinos de Magallanes (Spheniscus magellanicus) vararon en las playas algarrobinas, algo que ocurre “ya sea porque están desorientados en el mar o han tenido algún tipo de accidente”, cuenta Pablo Salah, veterinario y director de Fundación Ñamku, a La Cuarta.

Ambas aves nadadoras fueron derivadas desde el Servicio Nacional de Pesca y Acuicultura (Sernapesca) al centro de rehabilitación ubicado en el Parque Ecológico La Isla, en las afueras de Concón.

Los pingüinos se hallaban heridos. El primero, un adulto, tenía un corte profundo desde el abdomen hasta la pierna. En tanto, el segundo, un jovenzuelo, se encontraba con una laceración en el cuello. “Hay una lesión que es bien característica en los pingüinos, que es cuando vemos líneas rectas, donde se ve la pluma cortada”, explica Salah. “Eso generalmente está asociado a la hélice de distintas embarcaciones”. Así que esa es la sospecha que tienen en Ñamku. “Lo más probable es que sea eso”.

Como sea, la cuestión es salvarlos para, ojalá, devolverlos a su hábitat.

Un joven pingüino en Fundación Ñamku. FOTO: Pablo Salah
Un joven pingüino en Fundación Ñamku. FOTO: Pablo Salah

El arribo

Existen en total dieciocho especies de aves no voladoras y nadadoras que pertenecen a la familia Spheniscidae, todas residentes en distintos puntos del Hemisferio Sur, salvo por el pingüino de las Galápagos (Spheniscus mendiculus). Incluyendo el territorio antártico, nueve de todos estos linajes se encuentran en Chile.

Uno de ellos es el pingüino magallánico, que vive desde la Región de Valparaíso hasta Cabo de Hornos, en Magallanes; aunque por el lado del Atlántico sus poblaciones llegan hasta el sur de Brasil. 35 kilómetros al noreste Punta Arenas, en el estrecho, está el Monumento Nacional Los Pingüinos, isla que puede albergar en promedio a unas 60 mil aves (unas que vuelan, otras que no), gran parte de ellas pingüinos de esta especie, siendo una de las mayores colonias en toda la Patagonia.

Pareja de pingüinos de Magallanes cerca de Punta Arenas. FOTO: Guido Macari
Pareja de pingüinos de Magallanes cerca de Punta Arenas. FOTO: Guido Macari

La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) ubica a este pingüino en estado de “preocupación menor”. Se estima que en total hay un total de 3 millones de adultos, de los cuales unos 400 mil se hallan en suelo chileno.

En libertad pueden vivir hasta 20 años y tienden a formar parejas estables para la reproducción; aunque, contrario al popular mito, “la mayoría de los pingüinos están lejos de ser monógamos”, según la zoóloga británica Lucy Cooke en La inesperada verdad sobre los animales (2019), habiendo algunas especies “más transgresoras” que otras. En el caso de esta especie, los estudios indican que se trataría de la más “fiel” entre todas.

Sus principales amenazas son los derrames de petróleo, las redes pesqueras en que pueden quedar atrapados en su búsqueda de alimento y, por supuesto, el cambio climático, al modificar los patrones de las lluvias, desplazar a su alimento y complicar las primeras semanas de los polluelos.

Aunque muy eventualmente han recibido desorientados individuos de especies australes y antárticas como el macaroni (Eudyptes chrysolophus) y el emperador (Aptenodytes forsteri), en realidad, a Fundación Ñamku suelen llegar pingüinos de Humboldt (Spheniscus humboldti) y de Magallanes, que son los que habitan en esos sectores costeros.

Si bien los dos individuos que llegaron en julio estaban heridos, el veterinario destaca también otra razón que lleva a los pingüinos a los centros, la cual data de las últimas dos décadas.

Pingüino ciego se pasea por Maitencillo y grabado por los bañistas.
Pingüino ciego se pasea por Maitencillo y grabado por los bañistas.

El pasado 25 de enero, en plena temporada veraniega, un pingüino apareció en la playa de Maitencillo, lo que sorprendió a los bañistas que veían cómo el ave caminaba torpemente entre toallas y quitasoles.

Fundación Ñamku lo acogió y, tras los exámenes, resultó que no podía ver. “Hemos recibido cualquier cantidad de pingüinos ciegos”, mientras “se está tratando de hacer investigaciones en el tema”, dice. “He alcanzado a leer que podría haber un tema nutricional a nivel de nido”, ya que “la mayoría de los pingüinos ciegos son juveniles”. Por lo tanto, agrega, “es una teoría que me hace sentido, pero falta investigación para saber qué está sucediendo”. En concreto se trata de desprendimientos de retina, pero: “¿Por qué el desprendimiento de retina en fauna silvestre y en su hábitat?”, se pregunta.

Volviendo a estos dos pingüinos, el joven y el adulto, inicialmente la idea era que sus lesiones sanaran solas. “Pero hay veces en que la herida es muy grande y el periodo de recuperación de esa herida también va a ser muy largo”, explica.

Sin embargo, al mismo tiempo, era clave que estas aves volvieran lo antes posible a su hábitat, “porque son especies que se improntan tremendamente fácil”, es decir, que se acostumbran a las personas, dejan de temerles e incluso se les acercan. “Después, quitar la impronta para que sean liberados es sumamente difícil”, asegura, porque “es un pingüino que va a volver a la playa y buscar al humano, donde está la comida fácil”.

Pingüinos magallánicos en la orilla. FOTO: Guido Macari
Pingüinos magallánicos en la orilla. FOTO: Guido Macari

“Es tremendamente dañino para la fauna darles comida; porque, primero, no sabemos qué le están dando”, remarca. “Y segundo, porque ese animal irá perdiendo la capacidad de alimentarse por su cuenta, generando todo un daño ecosistémico”, considerando que tiene una “función”.

Al estar en pleno aprendizaje, los juveniles suelen improntarse “más fácil” que los adultos, como si “fuéramos sus padres”.

Pero, advierte, también depende del “carácter” de cada individuo. Es más, “de los dos que llegaron, el adulto es mucho más dócil que el juvenil, en este caso”, comenta. “En este minuto, el adulto está más improntado que el juvenil”.

Uno de los pingüinos siendo operado.
Uno de los pingüinos siendo operado.

Durante septiembre a ambos se los operó, se les limpió las respectivas zonas afectadas para luego suturar; tras ello, ambos quedaron con curaciones y limpieza como tratamiento. Pero el adulto tenía una lesión “más grande”, por lo tanto, “los manejos eran muchas más veces”, mientras que para el pingüinito era solo una sesión al día “y listo”. Eso hace al mayor “acostumbrarse más al humano”, dice.

A pesar de que son carnívoros —y comen sardinas anchovetas, además de crustáceos y cefalópodos—, Salah cataloga a esta especie como una más bien “dócil” y “menos agresiva”; y pone de ejemplo a algunas aves rapaces: “Un peuco (Parabuteo unicinctus) es muy difícil que se impronte, al igual que un tiuque (Milvago chimango)”, lo mismo que los gatos salvajes como colocolo (Leopardus colocolo) y la güiña (Leopardus guigna), que también considera más hostiles.

—Los pingüinos es sumamente fácil que se impronten —insiste—. Por eso tratamos de que estén lo más lejos posible, y que no vean al humano, porque después van a buscarlo y no todos los humanos son buenos.

Un pingüino nada de el centro de la fundación. FOTO: Pablo Salah
Un pingüino nada de el centro de la fundación. FOTO: Pablo Salah

La recuperación

El pingüino de Magallanes tiene cuerpo negro y su abdomen blanco, tonalidades que le permiten burlar a los depredadores mientras nada como torpedo, porque, visto desde arriba, su espalda se confunde con el océano oscuro, mientras que, desde abajo, su vientre se camufla con la luz del cielo.

Hoy, en la fundación están con cinco individuos, casi todos unos jovenzuelos, por lo que Salah solo tiene claro que uno de ellos es de Magallanes. “El juvenil magallánico con el de Humboldt son muy parecidos; la diferencia es que uno tiene dos rayas en el pecho, y el otro una”, algo que solo queda en evidencia cuando llegan a la adultez. También tienen algunas marcas divergentes en el pico, en la zona de la ranfoteca (tejido que lo cubre), y el magallánico es un poco más grande que el de Humboldt, alcanzando hasta los 76 cms de alto.

Pingüino de de Magallanes (izquierda) y de Humboldt (derecha).
Pingüino de de Magallanes (izquierda) y de Humboldt (derecha).

En cualquier caso, “no nos hemos dado el trabajo de ver cuál es cuál porque el manejo es exactamente el mismo”; al igual que como ocurre entre machos y hembras, en que prácticamente ninguna de las especies presenta dimorfismo sexual (variaciones externas según sexo).

Mientras esperan su liberación, los cinco pingüinos están juntos en la piscina con una orilla para descansar.

“Cada especie tiene sus características y como especialistas en fauna silvestre tenemos que manejar cada uno de los procedimientos para cada especie”, explica Salah respecto a detalles como los medicamentos, procedimientos anestésicos y alimentación.

Por ejemplo, en los pingüinos la tráquea (conducto respiratorio) la bifurcación con la vía oral se encuentran muy cerca, por lo que “el tubo endotraqueal tiene que entrar muy poco en la cavidad oral, para poder hacer la entubación y anestesiar”.

Además, al momento de manejar animales, se definen roles entre quienes tratan con el individuo. “Sin saber, meter las manos en el área de fauna silvestre el dañado no va a ser el animal, sino el humano”, advierte.

Pareja de pingüinos de espalda. FOTO: Guido Macari
Pareja de pingüinos de espalda. FOTO: Guido Macari

Para el pingüino de Magallanes, el proceso suele ser relativamente simple, porque solo se necesita de una persona para sujetarlo. “Por ejemplo, si lo quiero solo mover de un lado a otro, es una aleta y la cabeza, y con eso puedo manejarlo”, cuenta. En cambio, “si necesito hacer un sondaje, lo puedo abrazar y otra persona hace el sondaje”. Todo depende un poco del procedimiento que toque.

Ahí también entra en juego la “personalidad”. Mientras que algunos individuos permanecen calmos si se los sostiene en el aire, otros “se desesperan, así que hay que mantenerlos con las patitas apoyadas en una superficie, y eso le da tranquilidad”, relata.

Algunos simplemente se dejan tomar, pero también hay otros que chillan y se “defienden mucho con aletazos bastante fuertes”, al punto que “si lo tomas de cierta forma y no te proteges las manos, te pueden dejar morado”, ya que “tienen una aleta dura” cual remo. Dicho eso, Salah comenta que, “ojalá, todos fueran sumamente agresivos, nos pegaran y picotearan todo el tiempo; sería lo ideal, pero no es tan así”.

Pingüinos de Magallanes caminan en grupo. FOTO: Víctor Guimera
Pingüinos de Magallanes caminan en grupo. FOTO: Víctor Guimera

El veterinario también asegura que hay una técnica que es “transversal a todas las especies”: taparles la vista. También “hay veces que hasta apagamos la luz del lugar, porque hay especies diurnas que están muy alerta en el día”, dice, como es el caso de los pingüinos.

De todos modos, remarca, cuando se trata de pingüinos, “es imposible evitar que se impronten”, por lo tanto, “hay que partir desde esa premisa, porque el manejo médico implica al menos una vez al día hacer algo con el pingüino”. Estas aves conviven estrechamente con hongos del género Aspergillus, los cuales pueden convertirse en una aspergilosis. Al estar en un centro de rescate, el estrés aumenta, sus defensas bajan y este microorganismo prospera, pudiendo incluso causarles la muerte.

Ante ello, todos los días “hay que hacer un manejo médico preventivo con antifúngico, y eso es por sondaje oral esofágico”, explica, por lo que el trato de los cuidadores con los pingüinos es inevitablemente intenso y directo.

Joven pingüino atento a los movimientos de su cuidador. FOTO: Pablo Salah
Joven pingüino atento a los movimientos de su cuidador. FOTO: Pablo Salah

El regreso al hogar

Ya acercándose el momento de su liberación, los cuidadores empiezan a tomar distancia, “a darles la comida en el agua de la piscina, que no nos vean, que no sean alimentados con la mano”, para que “no asocien la mano humana con el alimento”, sino con “el agua, dónde está el alimento”.

—Eso hacemos más que evitar la impronta, que es inevitable —dice.

El plan es que se alimenten solos entre sus pares, durante la última etapa de su cautiverio. “El que no encuentra el pescado no comió, porque es la vida que van a vivir después”, explica. “Mientras menos tiempo pasen con nosotros, es mucho mejor para ellos”, por eso “tratamos de que sea lo más rápido posible”.

Joven pingüino nada en el centro de rehabilitación. FOTO: Pablo Salah
Joven pingüino nada en el centro de rehabilitación. FOTO: Pablo Salah

En este caso, el momento de la liberación llegará cuando ambos pingüinos sanen completamente sus lesiones y sus respectivos estados fisiológicos se encuentren “normales”. Junto con ello se calculan los niveles de glóbulos blancos en la sangre, para que “no haya un proceso infeccioso incipiente” que esté pasando colado. Además, el ave debe comer sola y estar acorde al peso de su edad.

“Con esa información uno podría decir, ‘ya, este animal está listo para ser liberado’”, declara. “Tenemos que asegurarnos que pueda sobrevivir en el medio ambiente”. Ambos pingüinos ya están en una piscina en el exterior y comen por su propia cuenta. “En un tiempo más vamos a estar programando su salida”, adelanta.

Prontamente darán aviso a Sernapesca para que los suelten en la costa. “Estamos autorizados a hacer liberaciones, pero el problema es que no tenemos tiempo”, plantea. “Nos encantaría participar de la liberación y lo hemos hecho algunas veces, pero habitualmente no podemos”, detalla. Este par debería soltarse cerca de la pingüinera de Algarrobo, donde podrían reencontrarse con sus pares.

“Absolutamente nos encariñamos con los animales”, admite, previo aquel hito de regreso a sus hábitats. “Pero, por supuesto, no se lo podemos expresar, porque estaríamos cometiendo un tremendo error”. Sobre todo, cuando un individuo no sobrevive, “quedamos todos con un ánimo medio bajo”, aunque “siempre pensando que dimos lo mejor de nosotros”.

Pingüino de Magallanes cambia sus plumas. FOTO: Guido Macari
Pingüino de Magallanes cambia sus plumas. FOTO: Guido Macari

Y eso es algo que se da con bastante fuerza cuando se trata de estos pingüinos, que “lamentablemente” despiertan harto afecto entre sus cuidadores, “porque es una especie tremendamente simpática y atractiva”. Más aún que “cada uno tiene una personalidad distinta”, lo que “es increíble”, remarca. “Cuando el animal se comporta como individuo más que como grupo, te das cuenta que más te atrae como ser humano”.

Al principio, cuando llegan, cuesta mantenerse lejos, no mirarlos, cuenta Salah. “Pero es un animal que genera un tremendo vínculo con el humano, y su forma de caminar, de alimentarse, de comunicarse, es atractiva para uno”, dice. Cuando él escucha sus graznidos y nota cómo varían cuando se tiran al agua o a la hora de la comida.

—Es bien especial, son una especie que atrae mucho al ser humano —cierra—, no solo a los que nos dedicamos a esto.

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