El insospechado viaje del “excéntrico” Martín pescador que apareció en las regiones de Coquimbo y Valparaíso
Estos meses han ocurrido una serie de avistamientos de un ave emblema del Sur de Chile. Pero todo apunta a que esta trama tendría un origen más curioso: “No podemos subestimar el potencial excepcional de vuelo de las aves”, asegura un destacado ornitólogo... ¿Por qué?
Rubén Barraza recibió una llamado impensada a mediados de mayo. Era un amigo suyo “pajarólogo”, Jorge Velásquez, quien al teléfono le anunció:
—Te tengo un registrazo: un martín pescador (Megaceryle torquata) en la desembocadura del Limarí.
—No te creo —le respondió el arquitecto de profesión, pero también experimentado observador de aves—, ¿estás seguro?
Sucede que un guardaparque en la desembocadura del río Limarí, en las afueras del Parque Nacional Fray Jorge, comuna de Ovalle, Región de Coquimbo, había visto a una de estas aves, hábiles pescadoras, unas semanas atrás. Pero no había podido fotografiarlo.
—Y por eso te llamo —le dijo Velásquez—, se que tú puedes hacer un buen registro.
En ese momento, lo primero que pensó Barraza fue que podía ser un martín pescador chico (Chloroceryle americana), una especie que, eventualmente, ha aparecido en Arica, o al menos un puñado de veces durante el siglo XX, “incrédulo de que fuese un martín de los del Sur de Chile”, admite a La Cuarta.
Decidió invitar a algunos amigos fotógrafos para ir en busca de la criatura en cuestión, uno de ellos Freddy Olivares.
Una voladora esquiva
Lo único claro en este caso, según plantea Daniel Martínez-Piña, ornitólogo y autor de la guía de campo Aves de Chile (2023), es que se trata de “un registro de una especie en un hábitat y rango inapropiado”. A su juicio, “con tan pocos datos no se puede especular si esto responde a algún motivo medioambiental, desplazamiento de poblaciones o la aparición de la especie exógena en el país”, según dice.
“Lo único que sabemos a ciencia cierta es que reiteradamente aparecen en Chile especies que no son propias del país, que no tienen rangos conocidos en nuestro territorio, y a las que llamamos especies errantes”, evidencia. “Habitualmente estos ejemplares permanecen en el lugar unos días, excepcionalmente algunos meses, y luego desaparecen”.
Este martín “originalmente fue observado por guardaparques de Fray Jorge en sus jornadas habituales de censo”, recuenta Freddy Olivares al diario pop, “pero lamentablemente no habían podido fotografiarlo”. Él remarca que aún “no sabíamos con certeza” de que especie se trataba, de hecho, sólo tenían el testimonio del experimentado funcionario.
Faltaban las pruebas.
Y partieron en su busca desde La Serena.
Tras dos horas de viaje, la mañana del sábado 17 de mayo, cuando llegaron al “punto original” donde había sido visto en Limarí, el grupo se separó en dos para cubrir mejor el área. Unos se fueron río abajo, hacia la desembocadura, mientras que Olivares y su esposa se dirigieron al este, mirando hacia la Cordillera de Los Andes.
Cerca del mediodía, tras “una larga caminata, mientras regresábamos, y con un poco de desesperanza al no poder ver al martín pescador, escuché un canto que me parecía conocido”, relata Olivares, quien describe el sonido como un repetitivo “taca-taca-taca”.
Aquella vocalización le resultó familiar de los años que había trabajado en la Patagonia.
“Y a lo lejos, para nuestra sorpresa y perchado en una rama, ¡pudimos verlo!”, recuerda. “Coincidentemente, el otro grupo de amigos venía de regreso y les indicamos dónde estaba”.
Todo el grupo se emocionó. Así confirmaban el primer registro de esta ave en la región, según el sitio e-Bird, o sea, se trataba del individuo visto más al norte en Chile.
Aunque aquello no significaba que sea el primer martín que se aparece en la zona; de hecho, Barraza supo que un individuo que, alrededor de la década del 1960, habría sido visto y capturado en el Valle del Equipo, para luego ser enviado a un museo en Europa.
El encuentro con este que el M. torquata, entre aparecía, se iba y retornaba, duró alrededor de una hora y media: “Fue de observación y de registrar fotográficamente de buena forma, para identificar con precisión la especie”, detalla Barraza. Como se trataba de terreno muy amplio, en total, tuvieron entre unos cinco y quince minutos para tomarle fotos, “cuando se podía perchar en alguna rama o cableado eléctrico de los postes”, explica Olivares.
Al ver al ave perchada en un matorral junto al río, el grupo se alegró, y supieron:
—¡Es una hembra!
Ya que tenía azul grisáceo el pecho, a diferencia del macho, que la mancha café rojiza frontal le cubre hasta más arriba. “Nos costó mucho fotografiarla, es muy esquiva, sólo pudimos capturarla en vuelo cuando pasaba por frente de nosotros”, asegura Barraza, quien sólo había visto una vez a la especie en La Araucanía.
“Me emocionó mucho verla en mi región, ya que mi enfoque personal es registrar todas las especies que se vean por acá”, expresa quien también fundó la ONG Redaves, dedicada a la conservación y observación de aves silvestres.
Cuál es su nacionalidad
En Chile habita un representante de la familia Alcedinae —conocida como “martines pescadores”—, y acá en concreto reside la subsepecie Megaceryle torquata stellada, que se extiende desde la Región del Biobío hasta la zona austral en la extrema isla Navarino, en puntos donde haya fuentes de agua, ya sea corriendo o estancadas.
Eso sí, en el libro Las aves de Chile: su conocimiento y sus costumbres, de 1951, los naturalistas J.D. Goodall, A.W. Johnson y R.A. Philippi describieron que esta ave era habitual en esa misma zona, pero la calificaron como “errante” hasta Colchagua, Región de O’Higgins. Bastante más al norte que en el presente.
“Pero era otra época, otra pluviometría, otra extensión de los humedales, otra abundancia de las especies y un paisaje mucho menos intervenido”, advierte. “Claramente no ha habido más reportes al norte con cierta regularidad”.
Aquel antecedente, a juicio del ornitólogo, inclina la balanza a que podría tratarse de un ave que llegó a Chile cruzando Los Andes.
Ya de vuelta de la expedición en Limarí, los observadores se dieron cuenta de que la individua “tenía algunos detalles que la diferenciaban de los típicos del Sur”, principalmente que su “parche blanco en el ojo” era de mayor tamaño, y que la franja blanca que cruza su estómago resultaba mucho “más notoria”.
Los avistadores concluyeron que la “martina” en cuestión pertenecía efectivamente a la misma especie, pero seguramente a la subespecie que se ve al otro lado de las alturas de Los Andes, en Argentina y hacia el noreste del continente: Megaceryle torquata torquata. De hecho, hay registros confirmados por el lado trasandino, en torno a Mendoza.
“Así que lo más probable que haya cruzado la Cordillera hacia nuestro país”, sugiere Barraza.
Una “gran pregunta” en esta historia, según Martínez-Piña, es saber si el individuo en cuestión pertenece a la subespecie que se distribuye al otro lado de la Cordillera.
“Hay gente que ha estado revisando el tema y coinciden en que se trataría de la subespecie que está en Argentina”, reconoce el ornitólogo. “Es una alta probabilidad de que este ejemplar venga del otro lado de los Andes, y no uno que extendió su rango desde el sur de Chile”. Eso sí, teniendo en cuenta avistamientos ocasionales de otras especies que dentro territorio chileno aparecen más al norte de su distribución conocida, “podrían ser ambos casos posibles”, dice.
“Como es habitual con algunas especies errantes, la disponibilidad de alimentos es un factor preponderante en la permanencia y movimientos de especies”, propone Olivares sobre la eventual razón de su aparición en la región.
Y además está el factor del azar, claro que sí.
El observador también pone sobre la mesa un dato: semanas después de aquella observación, les llegó el reporte de que vieron a la misma “martina” —o al menos a una hembra— a varios kilómetros de Limarí, algo más al norte, cerca de Ovalle, durante unos siete días.
Luego no se volvió a saber de ella.
A propósito, Barraza supone:
—Pienso que empezó el regreso a su lugar de origen.
¿Viajando hacia el sur?
Pero los meses pasaron y unos 170 kms al sur, Yohanny Olivares, que es profesor en un colegio de Quilpué y a las 16:00 termina de hacer clases, como de costumbre salió a “pajarear”. Aquella tarde, era el 7 de octubre, en la Región de Valparaíso, y partió con su equipo de grabación de sonido, cámara y binoculares.
El docente vive en el sector de Los Pinos, en la parte de sur de la ciudad, así que a veces recorre el estero Margarita y La Poza Larga. Pero durante un año casi no había frecuentado tanto el Embalse Esval, así que “ese día salí con un presentimiento de que iba a encontrar algo”, por lo tanto, “me hice la idea de llegar sí o sí hasta el lugar”, cuenta
“Pero no me imaginé que sería un martín pescador”, asegura a La Cuarta.
Considerando que prácticamente no tenía ningún antecedente de esta ave en la zona, el momento se dio “muy casual”, según califica el observador.
De pronto, vio al ave salir de entre unos árboles. “Sólo distinguí la forma y el color azul de la zona dorsal”, dice. La vegetación casi no le permitía distinguir. Sin embargo, sin mayor dificultad, reconoció que se trataba de un martín pescador, a pesar de que dentro suyo se repetía:
—Imposible, imposible, imposible.
Alguna vez había oído el “rumor” de un supuesto avistamiento en la misma región, en el río Aconcagua, observación que luego fue desestimada debido a que el observador no era experto ni tenía ninguna prueba de la presunta ave: “Recuerdo que hasta nos reímos cuando me lo comentaron”, dice, y también pensaron que era “un imposible”.
Esta vez, con sus propios ojos, Olivares vio que la criatura aterrizó en una estructura metálica ubicada en medio del embalse. Desde ahí logró divisar el parche color rufo en el vientre, por lo que concluyó que era hembra.
Rápido, sacó su cámara de la mochila, le hizo un par de tomas, revisó las fotos y, por la mancha blanca cerca del ojo y el pico bicolor, dedujo que se trataría de la subespecie que puede encontrarse en Argentina.
Al recordar aquel supuesto avistamiento en el Aconcagua, ahora ya con esta experiencia en el cuerpo, dice: “Debió ser cualquier otra ave, ¡pero quién sabe!”.
Cruce cordillerano
Martínez-Piña recuerda que hay “numerosos” registros de distintas aves que en Chile se consideran “errantes” —que aparecen de manera eventual e impredecible— y muchas de ellas, “sin lugar a dudas” —dice—, “cruzaron la Cordillera por alguna parte”, y ejemplifica con el celestino (Thraupis sayaca), una subespecie de naranjero (Rauenia bonariensis schulzei), el zorzal negro (Turdus serranus) y el birro común (Hirundinea ferruginea).
“Todo el tiempo los pájaros están cruzando y, por extraordinario que parezca, al parecer lo hacen con cierta regularidad”, remarca.
¿Cuáles serían esas rutas? El ornitólogo supone que, “probablemente igual que un aviador, utilizando los vientos y la geografía, usan los pasos más apropiados para aquello”. Como sea, para él, “no podemos subestimar el potencial de vuelo de las aves, que es excepcional”.
De hecho, un un pequeño plumífero como es el fiofío (Elaenia albiceps) llega cada primavera a pasar la temporada cálida al centro hacia y sur de Chile, y en los menos fríos retorna a las tropicales selvas de Bolivia y de Brasil, “y estamos hablando de un pajarito que pesa unos pocos gramos”, recalca Martínez, “y toda la población de la especie cruza la Cordillera por algún punto”.
—Creo que este martín pescador, si es un individuo de la subespecie argentina, hizo lo mismo: en alguna ‘volada’ se fue y terminó en Chile —concluye.
Yohanny, de Quilpué, cuenta que “había estudiado el registro del Limarí”, e incluso unos amigos pajareros del Choapa habían estado convenciéndome para ir; pero no concretamos el viaje”.
En la descripción que publicó en e-Bird, escribió: “Me llama la atención las similitudes con el individuo que visitó el Limarí en el primer semestre de este año, aunque tiene leves diferencias en el collarín blanco del pecho, que permiten afirmar que son dos individuos diferentes; pero posiblemente de la misma subespecie de Megaceryle torquata torquata”.
Por experiencias pasadas con aves errantes Olivares aprendió que, en ocasiones, grabar las vocalizaciones de las aves ayuda a distinguir entre subespecies, así que —también por la falta de luz— sacó su equipo de sonido e intentó acercarse y registrar... Eso sí, en este artículo no nos adentraremos en profundizar qué determina que sean consideradas distintas “subespecies”.
“Era bastante tímida, no dejaba que se me acercara, así que pude hacer el registro fotográfico y de audio muy a la distancia”, admite quien estuvo alrededor de media hora con el ave.
Después del registro de audio, se fue camino a su casa, pensando: “Jamás pensé en encontrar un martín pescador en Quilpué”.
Freddy, en tanto, desde más al norte, comenta: “El 7 de octubre, en Quilpué, se reportó nuevamente un martín pescador, que coincidentemente era una hembra”. Y se pregunta: “¿Habrá sido la misma “martina?”. Y si fuese la misma, comprobaría una posible hipótesis de que vendría desde Argentina ya que se fue moviendo desde norte a sur, y no al revés”.
Martínez repasa los distintos avistamientos —incluyendo el que se vio semanas después más cerca de Ovalle— en estas dos regiones, y se pregunta también:
—¿Será el mismo ejemplar? Esa pregunta quizás es más viable: quizás es un único ejemplar que se ha ido moviendo a lo largo de la región buscando mejores fuentes de alimento y tiene que desplazarse obligadamente. ¿Será el mismo ejemplar? Es probable. ¿Cuánto tiempo permanecerá? Todo dependerá del azar o de lo que él determine.
El ornitólogo no descarta que se trata de individuos distintos, lo que haría “más excepcional” esta serie de avistamientos, pero “lo mantendría con cautela, habría que buscar alguna marca en el plumaje que permita determinar aquello”, ya que eventualmente podría haber cambiado la plumas y “de pronto llegó en un proceso de muda”, así que “habría que revisarlo con pinzas realmente”, sugiere.
Freddy lleva quince años dedicado a las aves y —cual sea el caso—, a propósito de su encuentro en Limarí, admite que “siempre genera altas emociones observar estas especies tan lejos de sus zonas habituales de avistamientos”. A M. torquata le tomaba fotos seguidos cuando trabajaba en Coyhaique, Región de Aysén: “Me genera nostalgia de la Patagonia y me impresiona cómo estas aves pueden llegar a lugares tan lejanos de sus zonas de distribución, a rincones olvidados y solitarios; y de cómo puedes justo coincidir en el momento y lugar preciso para observarlas y seguir maravillándote”.
A pesar de las interrogantes en el aire, Martínez entrega su mirada: “Para mí, la naturaleza está poblada no de especies, taxones, clases ni de reinos: está poblada de individuos”, que “se comportan con toda la complejidad que podemos encontrar” incluso en las personas.
En cuanto a las aves, dice, “hay individuos excéntricos que emprenden viajes más allá de las posibilidades o de lo habitual”; y si bien plantea que alguien podría atribuirlo a un fenómeno climático como una tormenta, “creo que son excentricidades de individuos de una especie, y quizás sea uno de los motores de la colonización de los paisajes, la expansión de las poblaciones y de la evolución”, y eventualmente son los responsables de que “se poblaron las islas o valles perdidos en las montañas”.
Si bien un martín pescador en el Norte chico o en la Zona central no significa ni por asomo que se trate de una “nueva población”, el ornitólogo destaca estos movimientos como “un fenómeno natural del que somos testigos” hoy, porque hay mucha gente aficionada y con la tecnología para registrarlos; “pero yo creo que siempre siempre ha habido ejemplares excéntricos y locos que sorprenden”.
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