La vida tras la muerte de Chuquicamata
En el norte de Chile hay un pueblo fantasma. Hace más de cuatro años que nadie camina por las calles de Chuquicamata y en las pulperías, teatros, colegios y estadios sólo se escucha el silbido del viento.
En 1917 y a cuatro mil metros de altura comenzó a construirse el poblado de Chuquicamata, el campamento donde habitaron varias generaciones de trabajadores de la mina del mismo nombre.
Allí no se pagaba arriendo, luz, agua ni menos teléfono, todo era financiado por Codelco. Pero a inicios de los años '90 del siglo pasado, varios informes medioambientales aseguraron que la zona estaba saturada de material particulado tóxico y altos niveles de arsénico. No era seguro vivir allí.
Entonces comenzó el gigantesco traslado de las 3.500 familias que habitaban Chuqui hacia Calama. La migración se completó en agosto de 2007 y el campamento quedó sepultado bajo miles de toneladas de residuos de cobre. Lo único que quedó en pie son algunas calles del centro de la ciudad, que los turistas pueden ver con el permiso de Codelco.
TRES GENERACIONES
Gloria Villanueva (45) vivió 20 años en Chuquicamata y sus cuatro hijos nacieron allí. Ahora habita en las afueras de Calama. El marido de Gloria es operador de los gigantescos camiones que transportan cobre al interior de la mina, su padre y su abuelo hicieron lo mismo.
"El cambio fue muy brusco, aunque nos avisaron del traslado dos o tres años antes, nunca creímos, lo veíamos muy lejano", dice.
Villanueva asegura que muchas cosas cambiaron cuando Chuqui fue sepultado. "Acá en Calama cada uno vive en su metro cuadrado, allá éramos más unidos. Dejábamos la reja abierta y nunca se perdió nada. Acá cuando llegamos dejamos las bicicletas con cadenas y nos robaron las cuatro que teníamos", recuerda.
Pese a todo, ella dice que el cambio fue positivo "por la calidad del aire, además tenemos cosas que allá no veíamos, éramos siempre los mismos".
La vida no sólo se transformó para los chuquicamatinos. Esteban Velásquez, alcalde de Calama, contó a La Cuarta que no se hizo ningún estudio de impacto ambiental para trasladar al gigantesco campamento. "Tenemos un presupuesto municipal quebrado. No podemos responder a todo lo que nos piden 15 mil personas más, cinco mil nuevas viviendas y los seis mil vehículos que llegaron", sentenció. Velásquez asegura que a la larga, Calama sufrirá el mismo destino que Chuqui, "cuando uno viene desde Antofagasta, se ven las nubes de polvo contaminado sobre nuestra ciudad".
Sin embargo, el edil reconoce que Chuquicamata no sólo significó más población que satisfacer. "Junto con ellos se construyeron nuevos y modernos centros comerciales y también más condominios", reconoce.
MEJOR AIRE
Precisamente en uno de esos condominios vive Luis Araya y su esposa María Luz Piñones. Ambos jubilados de 62 años disfrutan ahora en Calama los beneficios de dejar atrás el aislamiento y la contaminación.
"En Chuquicamata vivíamos 24 horas respirando anhídrido carbónico y ácido sulfuroso. Desde que nos vinimos a Calama creo que estamos respirando tierra, pero no gases pesados ni cancerígenos", reconoce el tata, que laburó 41 años como administrativo en la mina a rajo abierto más grande del mundo.
Don Lucho asegura que en Calama la vida es mucho mejor. Pero hay sólo un detalle... "Allá los delitos eran mucho menos, acá vivimos enrejados y con alarma, pero vale la pena, porque tenemos mejor calidad de vida respecto a la salud", dice con una sonrisa.
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