En medio de la galería Franklin El Maestranza marca la diferencia: las paredes son negras y están llenas de frases como: “Si su apellido no es Larraín, pase las llaves”, Además, en esta picada no se usan vasos de vidrio, sino que de aluminio, los adornos son regalos de los clientes y las mesas y manteles son cosas que venden en el sector.

Pero eso no es todo: acá no hay menú fijo. Sí, porque todas las mañanas Cristián Gaete recorre el mercado Franklin y compra las verduras y la carne más fresquita e improvisa. Y lo hace sobre la base a sus conocimientos de cocina, mezclando sabores, colores y olores que dan vida a esos platos que alguna vez vio en los más de cinco hoteles en los que trabajó.

El día que me tocó ir, Cristián compró lengua, chuletas de vacuno, papas, tomates y aliños. Apenas me senté me llevaron pan con pebre y té de menta heladito, y sin azúcar. Después probé una entrada súper rica: choclo con zanahoria envuelto en una hoja de lechuga. No le miento si le digo que quedé pochito. Pero faltaba más. El plato de fondo traía la carne comprada en la mañana, papas cocidas, huevo frito y tomate con ají. No fui capaz de dejar el plato vacío. Todo eso cocinado con sal de mar. “Nos preocupa la salud de la gente. Esta sal es mucho más sana porque tiene menos sodio”, dijo Gaete.

Ese manso almuerzo tiene un precio accesible a todo bolsillo: cuatro luquitas. Hay otro, eso sí, más contundente por seis. Pero no saco nada con contarle lo que había ese día, porque el menú va cambiando siempre. Lo que sí le puedo asegurar es que en Maestranza se come harto, y se come rico.

“Me gusta improvisar en la cocina. Tener un menú fijo todos los días lo encuentro fome”, aseguró Cristián. En sus tres meses, esta picada ha sido todo un éxito, incluso piden reservas. “Es que somos un local chico, pero lo prefiero así porque le dedico más tiempo a cada plato”, agregó el capo de la cocina.