Mi capitana Briones: "En todas las cárceles se vive con temor..."

La capitana Angélica Briones es joven, guapa e intimidante. Lo último tiene más relación con su voz firme y penetrantes ojos color café, que con los bototos y el traje de gendarme que viste.
Angélica trabaja en el Centro Penitenciario Femenino de Santiago, la cárcel para mujeres más grande de Sudamérica. Su población supera las dos mil féminas y son custodiadas por menos de 40 funcionarias, que no están autorizadas a portar armas dentro del recinto. Sus manos son su única defensa en caso de motín.
Es una realidad atemorizante y pese a lo crudo que suena, la capitana Briones reflexiona con calma:
"En todas las unidades pasa lo mismo, por eso siempre está el temor en este trabajo. Da lo mismo en qué sección estés, siempre estará ese miedo".
En el caso de Angélica, la sensación de temor se duplica. Está casada hace tres años y medio con un oficial que labura en la cárcel concesionada Santiago 1. Tienen un hijo de un año y tres meses.
- ¿Es difícil ser madre y gendarme a la vez?
- Lo más complicado es el poco tiempo que tengo para él. Me da miedo que se enferme... ¿con quién lo dejamos? ¿quién pide permiso? Si yo no puedo y él tampoco, ¿a quién recurrimos? Ahora tengo a mi mamá, pero no siempre podré contar con ella.
- Me refería al miedo de entrar a tu pega y no salir.
- Es que ése es un tema constante en mi mente. Si de repente me sucede algo, qué va a pasar con mi hijo, con quién se quedará. Es un temor que siempre está, pero es el riesgo que se corre, porque es el trabajo.
- ¿Al compartir profesión con tu esposo, sientes doble temor?
- Claro. Es que uno se casa, se proyecta con una familia con esa persona y es complejo pensar qué sucedería si él ya no está más.
SOLEDAD
El CPF es distinto a otras cárceles del país. En sus orígenes, se llamó Centro de Orientación Femenina y lo dirigían las Hermanas del Buen Pastor.
Pese a que las monjas ya no están, aún se respira religiosidad en el ambiente. Las imágenes de la Virgen María abundan como en una iglesia.
Sin embargo, las torres de guardia y los trajes verdes de las gendarmes recuerdan al visitante dónde está.
Las internas nunca lo olvidan. Cada día de visita termina en lágrimas y angustia.
La capitana Briones ha consolado a mujeres que lloran cada vez que sus familias se van. Siente compasión, pero en ningún caso hace la vista gorda.
"Es triste, pero tienen que asumirlo, porque lamentablemente ellas cometieron el error que las trajo acá".
La depre y el vacío emocional convierte a las presas en seres necesitados de afecto y confianza. Lo saben bien Angélica y sus colegas, quienes se vuelven confidentes y consejeras.
Otras cambian su orientación sexual para saciar ese anhelo de cariño. Se vuelven lesbianas de cana y cuando salen, retoman sus gustos heterosexuales.
"Muchas de las que tienen su condición de lésbica aquí, afuera también tienen su pareja, su marido que viene de visita y cuando se va, continúa con su pareja lésbica", cuenta Briones.
- ¿Cómo reaccionan ellos?
- Es que no lo saben, si llegaran a saber... (hace un gesto de "uyuyuy").
- ¿Alguna vez te han joteado? ¿O a una colega?
- No, ni a mí ni a alguna otra gendarme. Sí me ha tocado presenciar besos y abrazos entre las internas. Es su condición, optaron por eso y tenemos que aceptarla. Pero deben hacerlo con respeto al resto, sobre todo a las funcionarias. Ésa es la idea.
MADRES
Los doce años como funcionaria de Gendarmería han curtido a Angélica. Es firme y simpática, compasiva pero inflexible si se trata de justicia. La experiencia le enseñó a dosificar todas esas cualidades.
Sin embargo, hay un tema que saca a la luz su parte sensible: Las madres en prisión. Ella, como toda mamá, solidariza con quienes lo son. Empatía que no discrimina entre mujeres libres o presas.
Algunas entraron a la cárcel embarazadas y tienen a sus hijos junto a ellas hasta que cumplen dos años. En el CPF hay una sala cuna especial para los peques, que comparten el encierro con quien les dio el ser.
- ¿Evitas ver a los hijos de las internas?
- Hay una oficial que está a cargo de los niños, pero eso no quita que los vaya a ver de vez en cuando. Igual, uno los conoce... No los veo como hijos de una interna, para mí es un niño más. Después de todo, él no tiene la culpa de lo que hizo su mamá.
Isabel Arrieta M.
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