
Tal como se lo recomendó su maestro Zalo Reyes, Arturo Ruiz-Tagle apeló a "Arturito" pa' sacar a flote los primeros minutos de su rutina en el Festival. El plan no dio frutos, la cosa tenía olor a cadáver, pero cuando el chistólogo soltó al "chico", recién ahí la Quinta lo tomó en serio.
Lógico, pues apenas Ruiz-Tagle optó por olvidarse de su personaje con voz de péndex, las cosas cambiaron de cuajo. Y el estirón se lo pegó con cuática, pues no sólo lo hizo en la voz, también en la temática de sus tallas: apareció la crítica social y el humor político.
En el Congreso y en La Moneda, los dolores de guata fueron patrimonio compartido, pues salieron a la danza del guajajeo el caso Penta, el patinazo de Dávalos y otros temas que son como limón en la herida pa' la "pípol".
Con esa batería de tallas, Ruiz-Tagle dio vuelta a un Monstruo que le tenía ganas, pues a lo largo del certamen había dejado pasar con éxito al resto de los humoristas que lo enfrentaron.
Con mucha energía, histrionismo y aplomo, Arturo se ganó los aplausos y las gaviotas que la Quinta le dio, todo muy merecido, porque su libreto estaba escrito con colores dorados, que lo consagraron en un escenario que antes le fue esquivo.
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