Ca7riel y Paco Amoroso en Movistar Arena: fuego, láseres y cabezas de látex
El dúo argentino dio muestras de la sólidez de su propuesta ante 16 mil personas. Están pintados para Viña.
El recorrido de Ca7riel y Paco Amoroso en Chile podría graficarse empíricamente con lo que pasó el pasado domingo 14 de septiembre en el Movistar Arena. Sus sistemáticas venidas a este lado de la Cordillera desde que se decidieron establecerse como dúo en 2018 -se conocen desde niños y llevan una relación casi de hermanos- los posicionaron con una fiel base de fanáticos que pasaron de cientos a miles tras la explosión viral del Tiny Desk que lanzaron en 2024. Están lejos de ser unos aparecidos. He ahí el mérito.
La analogía cierra con una decisión que cada vez es menos usual en el mercado chileno de música en vivo: las ubicaciones más “populares” como la platea superior y la cancha no fueron sectorizadas ni divididas. El que llegaba primero, conseguía una mejor posición. Así, la apertura del recinto tres horas antes del show ya exhibía una fila centenaria, acaso una forma de alargar la expectativa de lo que los promotores aseguraban “era uno de los mejores shows del año”.
Antes que sigas leyendo, estaban en lo cierto.
Con entradas agotadas desde su anuncio en mayo, el Papota Tour es una forma de celebrar el disco del mismo nombre que, además de sumar 4 nuevas canciones al repertorio, rescata la sesión completa que el dúo y una aceitada banda dieron en la National Public Radio. Todas ellas sonaron con fuerza en el recinto del Parque O’Higgins y le dieron un aire de revancha grandilocuente al set que presentaron en marzo pasado en la edición local de Lollapalooza, donde las limitaciones propias de un festival compartido hicieron ceder un poco de espectacularidad a la propuesta.
Las dos cabezas de látex, infladas poco a poco antes de comenzar el setlist, fueron una de las novedades que el público chileno pudo disfrutar por vez primero. A eso se le agregó un cuidado trabajo audiovisual que hacía que las pantallas, una en cada lado, una para cada uno, estuvieran pensadas en formato vertical, con subtítulos en inglés y a ratos en japonés que traducen la letras de sus canciones. Cuando se viene “del culo del mundo”, como recitan en “Impostor”, aquel acto no es meramente gráfico, si no también declarativo.
La lista de canciones, de imperturbables 20 momentos a lo largo de toda la gira, está dividida en una suerte de dos actos: las 10 primeras, muestran al dúo dentro de una tarima en forma de vasija gigante y un combo de siete músicos que entregan la base rítmica perfecta que fue lo que más cautivó a los que los descubrieron por la sesión. “Esta sí que es música” suele ser el pensamiento “boomer” más recurrente frente a otras propuestas urbanas.
El segundo acto, más energético, rapero y bailable, los tiene frente a una tarima que les da más cercanía con una cancha llena hasta las banderas. La propuesta es acompañada por fuego, un shows de láseres que impacta y hasta la presencia de un equipo de hombres fisicoculturistas en “#Tetas”, aquella sátira a las tendencias actuales de la industria.
Aunque muchos quedaron desconcertados al no haber un bis final, más por el vertiginoso ritmo del show que por la falta de algún hit olvidado, la euforia de Ca7riel gritando “Gracias Chile, pi… conch…” fue un buen cierre con final abierto: volverán en menos de un mes como el acto de apertura del show que Kendrick Lamar brindará en el Estadio Monumental.
Si en el comentario de este diario al show de marzo en Lollapalooza se pedía que asumieran escenarios más convocantes, ahora el llamado es a la producción del Festival de Viña. Tener a los argentinos en su mejor momento, cosa que desde hace rato es difícil de conseguir para la ciudad jardín, debería ser el próximo paso. Al menos por show, sonido y propuesta, son ideales para tenerlos en TV para toda hispanoamérica. No deberían dejar pasar este tren.
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