Linkin Park en el Estadio Nacional: la resurrección de una banda que eligió seguir viva
Con Emily Armstrong al frente, el grupo transformó la ausencia de Chester Bennington en un acto de evolución. Linkin Park ofreció un show apabullante que equilibró la nostalgia con una energía renovada, demostrando que su historia no terminó: apenas comenzó un nuevo capítulo.
Durante años, la pregunta ha sido la misma: ¿puede Linkin Park existir sin Chester Bennington? El recital en el Estadio Nacional demostró que sí, aunque la sombra del vocalista, sin duda, sigue presente.
Pero desde el primer minuto de esta nueva etapa igual queda claro que Emily Armstrong, con su potencia y estilo propio como nueva vocalista, no busca reemplazarlo, sino reinterpretar un legado que sigue vivo entre las miles de voces que llegaron al Coloso de Ñuñoa.
Solo por dar un ejemplo, en el arranque con “Somewhere I Belong”, rápidamente quedó claro que el grupo mantiene su espíritu intacto y es capaz de energizar a su audiencia como antaño.
La decisión de no imitar también marca desde el comienzo la diferencia. El tono más rasgado de Emily y su entrega sobre el escenario conectan de inmediato con un público que, aunque nostálgico, valoró la valentía de seguir adelante sin replicar el pasado.
La segunda canción, “Points of Authority”, reforzó esa convicción y la diversidad que siempre ha caracterizado a la banda. El rap-metal que definió al grupo en sus inicios volvió a rugir, con Mike Shinoda en plena forma y una sincronía impecable entre guitarras, batería y unos visuales que dieron más textura al ambiente. La factura técnica del espectáculo desde el comienzo fue, simplemente, apabullante.
La energía en general se mantuvo a lo largo de un setlist que recorrió más de dos décadas de historia. Pantallas gigantes, luces coreografiadas y un sonido prístino acompañaron un recorrido que equilibró con precisión la nostalgia y la renovación, desde los himnos de Hybrid Theory (2000) hasta el material más reciente de From Zero (2024), presente casi desde principio a fin.
El público, encendido desde la cuenta regresiva inicial -donde incluso corearon el tema principal de las Guerreras del K-pop-, no dio respiro en todo ese recorrido. Cada acorde era celebrado como un reencuentro y en el pit, obviamente, la devoción era aún más palpable: saltos y gritos marcaron una verdadera comunión.
En ese contexto, canciones como “Crawling” y “Waiting for the End” sirvieron como puentes hacia la memoria colectiva de quienes aún sienten la pérdida de Chester. Pero la banda canalizó esa emoción en energía pura, logrando una verdadera celebración de lo que fue, es y será Linkin Park.
Lo otro importante es que Mike Shinoda, siempre carismático, asumió el rol de anfitrión con naturalidad. Interactuó con el público, regaló un gorro autografiado, sonrió, improvisó. Por su parte, Joe Hahn, fiel a su estilo, tomó fotografías de la multitud y tuvo algunos momentos de complicidad con los fans. En general, la química entre todos fue genuina.
En el camino, la banda colaboró con la vocalista Poppy para interpretar “One Step Closer”, aunque el repertorio no escatimó en otros clásicos como “What I’ve Done” y “Numb”, los cuales detonaron la locura colectiva. En cada uno, Armstrong sostuvo su propio registro sin perder la esencia del grupo.
La producción visual también acompañó cada tema con precisión milimétrica: fondos animados, ráfagas de luces, explosiones de papel picado y texturas que evocaban la reinvención de la banda. Sin duda, la puesta en escena fue de nivel internacional, como un recordatorio de por qué Linkin Park siempre destacó entre sus pares.
En todo ese contexto, “Bleed It Out” fue el punto más explosivo del recital en el pit. El público rugió al unísono, transformándose en un océano de cuerpos saltando -y apretando-, mientras la energía alcanzaba niveles de auténtica catarsis. Era el presente de la banda en su máxima expresión.
El encore cerró con tres disparos directos al corazón de los fans: “Papercut”, “In the End” y “Faint” fueron tres canciones que definieron generaciones y, esta noche, volvieron a cobrar peso. Nadie se quedó quieto, nadie quiso que terminara. Fue el cierre perfecto de un verdadero acto de reivindicación.
Y es que Linkin Park demostró que no se trata de reemplazar, sino de evolucionar. La herida de Chester nunca sanará, pero el grupo decidió no congelarse en el duelo. Con Armstrong, hallaron una forma de seguir siendo auténticos, de mirar hacia adelante sin renegar de su historia.
En vivo, la banda es un organismo renovado, potente y maduro que deja claro que lo suyo no es nostalgia, sino supervivencia. A 25 años de su disco de debut, Linkin Park sigue siendo una fuerza viva del rock y su paso por Santiago lo confirmó con creces.
Por eso el público chileno respondió con entrega total, consciente del privilegio de presenciar esta resurrección artística. Si alguna vez hubo dudas sobre el futuro del grupo, lo vivido en el Estadio Nacional las disipó. Linkin Park no solo sigue aquí: su historia acaba de comenzar de nuevo.
Es decir, más allá de la melancolía o la nostalgia, lo que se vio fue una banda con hambre, una vocalista que honra sin copiar y un público que entendió el mensaje: Linkin Park no necesita mirar atrás para tener un rumbo.
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