Una noche del verano de 2009, de esas que se dan en los Archivos X, pero escasas en la vida real, la aburrida Marta Yegorovnam, de la localidad de Petrozavodsk, en el oeste de Rusia, sintió un cuetazo y salió al descampado.

Tremenda fue su sorpresa al ver lo que parecía una nave envuelta en llamas apagándose en la foresta.

Pasado el sofoco y el olorcito que salía del aparato, Marta empezó a urguetear en medio de la debacle y ¡tatán! en el suelo encontró el maltrecho y feísimo cadáver de un alien.

La información que cuentan con lujo de detalles los diarios british The Sun y Daily Mail señala que la mujer agarró como pudo el finado espacial y lo arropó con plásticos.

Después, según narran los medios, lo metió en el refrigerador para que no comenzara a soltar el tufo de la descomposición que afecta a los finados de cualquier parte del universo.

Nadie sabe por qué, pero Marta Yegorovnam lo tuvo bajo cero grados durante dos años. Ahí mismito, con la margarina, los quesitos mantecosos y el turín -además del vodka y los cubitos pa' que suene el vaso-.

Estuvo pensando en la cosa harto rato (dos años), hasta que llamó a unos investigadores de una página web y dos semanas después recibió visitas en su hogar.

Dos hombres de negro, que dijeron venir del Centro de Investigación Karelian, de la Academia de Ciencias de Rusia, la convencieron para entregarles el cuerpecito.

Nada de lesa, Marta se había precavido y tomó cinco fotos del finado. Le mostramos una de ellas, en que se aprecia a un bicho feíto, de 60 centímetros, una enorme cabeza, ojos de sapo y la apariencia de ser medio viscoso y mezcla de ser humano con pez.

En todo caso, hay varios blogeros que en la web se preguntan por qué tantos alien se dejan caer en Rusia, donde, no hay que olvidar, muchos cosacos borrachines falsifican extraterrestres para reirse de los crédulos.