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Crítica de Series | It: Bienvenidos a Derry, una serie con buenas ideas atrapada en el ciclo de las precuelas

Esta expansión de It busca ampliar la mitología de Stephen King con ambición visual y trasfondo político, pero termina atrapada en el mismo ciclo de terror y culpa que intenta explicar.

Brooke Palmer

En apariencia, It: Bienvenidos a Derry parte con ventaja. El universo de Stephen King y, en especial, la mitología de It, ofrecen espacio para nuevas historias. Pero esa misma amplitud, mira tú, se convierte en trampa.

La serie, ambientada en el ciclo previo al Club de los Perdedores, debe justificar su existencia dentro de una historia cuyo desenlace ya conocemos. En ese intento, Bienvenidos a Derry se encierra en el dilema de las precuelas: la lucha entre libertad creativa y fatalidad narrativa por girar en si misma.

Algunas producciones logran escapar de aquel molde, como Andor. Otras terminan prisioneras de un canon que las asfixia, ya que la intención de ampliar el mito solo refuerza sus propios límites y amenazas fantasmas.

En el caso de esta serie, el resultado hasta el quinto episodio, que es lo presentado a la prensa, se sitúa en un punto intermedio de lo anterior. A veces logra brillar por cuenta propia, en otras... su propuesta gira en círculos.

Lo primero que tienen que tener claro es que el relato de It: Bienvenidos a Derry se sitúa en los años sesenta, cuando Pennywise despierta para aprovecharse de la culpa y el silencio en un pueblo marcado por la repetición del mal.

Aunque el primer capítulo se enfoca en otros personajes, la serie conecta el terror sobrenatural con las tensiones raciales de inicios de los sesenta. A partir de ahí, el miedo se mezcla con la historia y convierte a Derry en espejo de un país fracturado.

En ese contexto, Bienvenidos a Derry funciona como metáfora de Estados Unidos en llamas - algo muy llamativo si conocen el evento que cierra este ciclo del mal de Pennywise - en donde los monstruos no solo habitan las alcantarillas, pues también visten uniforme, predican moral y sostienen el orden.

Cuando la serie revela ese enfoque, se impone la idea de que el horror no proviene solo de Pennywise, sino de una comunidad que se alimenta de su propia negación y de autoridades que buscan beneficiarse de ese horror. El problema es que la estructura de precuela limita la sorpresa. Desde el inicio sabemos que Pennywise volverá a dormir, que Derry seguirá corrompida y que los héroes aún no han nacido. Y la serie a veces insiste en recordárnoslo de forma indirecta.

Considerando que el terror necesita incertidumbre, en la serie muchas revelaciones solo se perciben como meras notas al pie de una historia ya escrita. Más aún, el formato televisivo agrava el problema intrínseco en cuestión: las series viven de la evolución en su formato episódico y una precuela, por definición, generalmente no es capaz de transformarse. Los personajes, por más matices que posean, generalmente son piezas atrapadas en un tablero cerrado.

Aún cuando ese es el campo en el que los creadores de la serie decidieron jugar, la serie compensa parte de su rigidez con una atmósfera inquietante. Por momentos Derry luce luminosa y tan dulce como el falso recuerdo de los sesentas creados por series y películas, pero bajo su superficie late la podredumbre.

Otro acierto también está en recuperar la idea del “pueblo chico, infierno grande”. Esa opresión silenciosa, combinada con la estética de los sesenta, le da una textura llamativo al relato en donde Pennywise acecha constantemente, ya sea en pasillos de supermercados o la intimidad de una habitación.

En todo ese esquema, el foco de la serie recae en la familia Hanlon. Leroy, veterano de la Guerra de Corea y abuelo del Mike de It, llega con su esposa Charlotte y su hijo Will al pueblo de Derry. Sus miedos, cruzados por racismo y paranoia militar, sostienen la tensión emocional de una serie que se enriquece de un subtexto que establece al pueblo como un microcosmos de un país que prefiere ignorar sus crímenes.

En paralelo, y para satisfacer a los fans de King, la serie también incorpora a Dick Hallorann, el recordado personaje de El resplandor, quien se instala como guiño al Kingverso gracias a su poder psíquico y una búsqueda de militares que saben más de lo que pensaríamos de la entidad al centro de todo.

Aunque todo eso es llamativo, ciertamente el exceso de referencias, más que enriquecer, por momentos también ayuda a diluir la identidad del relato. Basta decir que hasta la prisión de Shawshank, marcada por sus sueños de fuga, es mencionada en un momento.

En lo técnico, Andy Muschietti, quien es productor y dirige el primer episodio, ofrece un trabajo más sólido que en It: Capítulo 2. Las secuencias de terror son creativas y también brutales, con momentos gore más extremos que en las películas. En el medio de aquello, también hay un buen manejo de la tensión para un entorno televisivo, tocando teclas y un tono ya visto en It. No inventan mucho en ese aspecto.

Aún así, también hay imaginación visual y un uso eficaz de los símbolos clásicos: globos, sombras, reflejos y un terror que está hasta en objetos cotidianos. Pero también es necesario recalcar que el abuso de efectos digitales rompe el hechizo y sustituye la sugestión por sobresaltos que le quitan peso a la serie.

Otro factor a discutir es que el gran ausente es Pennywise, quien nuevamente es interpretado por Bill Skarsgård. Su sombra está presente, tanto de forma física como en terroríficas ilusiones, pero su aparición es intermitente y difusa desde el primer episodio.

Esa elección busca elevar el suspenso, pero inevitablemente resta magnetismo a la propia serie. Las distintas formas del ente -un bebé mutante deforme alado o una figura espectral- palidecen por el mencionado abuso de efectos digitales y, a la vez, carecen de la fuerza icónica del diseño que nos hacen esperar bastante para volver a ver.

Pero lo más decidor de ese factor es que aún con su ambición en el subtexto político-social, la narrativa de la serie inevitablemente se dispersa. Los guionistas acumulan tramas, que van desde niños desaparecidos a secretos militares, sin lograr armar un hilo solido que las mantenga enlazadas.

La serie también oscila entre el fan service y la búsqueda de identidad propia, en un escenario en donde las actuaciones son correctas, pero ninguna alcanza el carisma ni la energía de los niños de la película de It.

De hecho, en general, It: Bienvenidos a Derry no alcanza la intensidad de la primera película, pero al menos supera la dispersión de Capítulo 2. Se mueve en un punto medio: fascinante, frustrante y cautiva de su propia nostalgia.

Su mayor virtud —y también su límite— es mirar hacia atrás sin poder avanzar, prisionera del deseo de explicar inclusive hasta el origen de It, su relación con los nativos americanos y aspectos de la mitología que explican todo el ciclo de terror.

En ese bucle entre miedo y memoria, Derry demuestra que algunos horrores regresan simplemente porque nunca se fueron o porque nadie se atreve a dejarlos ir. La serie entiende bien que el mal no muere con el monstruo, sino que se renueva con cada silencio, con cada culpa heredada, con cada mentira contada para seguir viviendo.

Ese es un buen aspecto de la serie, ya que la ciudad se convierte en reflejo de un país y sus personas que repiten sus propios errores bajo nuevas máscaras, convencida de que esta vez todo será distinto. Aunque sabemos, cortesía de la esencia de esta precuela, que eso no será así. No al menos esta vez.

It: Bienvenidos a Derry se estrenará este 26 de octubre en HBO y HBO Max.

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