Por Paulo QuinterosCrítica de series: Juan Gabriel en Netflix, el retrato íntimo y monumental de un artista eterno
Netflix estrena una serie documental que traza con precisión y emoción el retrato definitivo de uno de los artistas más icónicos de la música latinoamericana, combinando material inédito, fotografías y archivos personales para reconstruir el universo creativo de “El Divo de Juárez”.

Desde sus primeros pasos en Ciudad Juárez hasta la cima del estrellato, la nueva serie documental Juan Gabriel: Debo, puedo y quiero ofrece un recorrido minucioso por la vida y el arte de Alberto Aguilera Valadez, el hombre detrás del mito.
La serie de Netflix recurre a fotografías, registros personales, material de archivo y recursos tecnológicos para entrelazar biografía e introspección, dibujando no solo su historia artística, sino también el fuego interno que moldeó al intérprete y compositor.
El primer episodio, que comienza en sus primeros segundos con el impacto de su muerte, aborda el génesis de su carrera en las calles y locales de Juárez, pasando posteriormente por sus primeros pasos en la gran industria y su aparición en Siempre en Domingo, el clásico programa televisivo de Raúl Velasco que lo catapultó a la fama en México.
Y a lo largo de todos esos elementos se define el “impulso fuera de serie” que transformó a la figura del cantante en un fenómeno musical.

De hecho, a la hora de escudriñar en la evolución artística de Juan Gabriel, la serie de cuatro episodios despliega un trabajo que alterna entre la estrella que reinventó las rancheras y el hombre que construyó su identidad entre luces y sombras.
"La soledad la hice mi amiga”, confiesa Juan Gabriel en un momento al recordar sus años en un internado y si huida para encontrarse con su madre, una relación clave que también lo definió como artista.
Ese ejemplo deja en claro que el documental no evita sus penurias: la pobreza, la soledad y la distancia familiar aparecen como raíces de una sensibilidad que más tarde germinó en su vasto repertorio. Pero esta serie siempre deja en claro que cada lágrima se transforma en canción y cada ausencia en melodía, permitiendo entender lo que hubo más allá de las luces de los escenarios de los que Juan Gabriel se adueñó con su carisma.
Impulsándose a través de videos personales, películas, entrevistas y el testimonio de sus cercanos, incluyendo varias figuras de la música mexicana, la serie logra retratar tanto al divo de lentejuelas como al hombre reservado que registraba su día a día para entenderse a sí mismo. Y es ahí - incluyendo el relato de sus hijos - en donde la serie documental logra sus mejores momentos.

La producción también dedica especial atención al proceso creativo del artista: sus grabadoras repletas de ideas, la colaboración eterna con Rocío Dúrcal, y el papel de Televisa como trampolín para llevar su voz a todo México son importantes en el foco inicial. Y aunque miles de veces cantó “No tengo dinero, ni nada que dar”, la serie logra retratar que su talento bastó para conquistar al público.
“No uso palabras rebuscadas porque no me las sé”, admite con honestidad Juan Gabriel en otro momento, abordando así algo tan complicado de retratar en palabras como el impulso de su forma de componer. Algo que le dio éxito en la voz de decenas de otros artistas.
Cada episodio equilibra también el mito y la humanidad, dejando de lado las declaraciones frente a la cámara de sus cercanos, por lo que solo escuchamos las palabras de quienes lo conocieron mientras se muestran imágenes de archivo. Algo que sin duda refuerza el tenor de intimidad de esta producción.
Basta decir que la primera parte cierra con el éxito apoteósico de Querida y el disco Recuerdos II, punto culminante de su fama y antesala del escándalo mediático que provocó el libro Juan Gabriel y Yo en los años ochenta.

El segundo episodio, en cambio, examina esa última tormenta y otras controversias con la prensa amarillista, las tensiones con su disquera y la lucha por el control de su arte. Todo esto elevando la figura artística de Juan Gabriel y lo que lo diferenció del resto.
La serie también explora su relación con la política y la controversia por su apoyo al expresidente Carlos Salinas de Gortari, así como su histórica presentación en Bellas Artes, donde defendió con orgullo la consigna que da título a la producción: “Debo, puedo y quiero”.
Recorriendo una senda similar al del documental The Last Dance, en términos de dar un vistazo a la intimidad lejos de las cámaras, el documental alterna triunfos y tropiezos para construir un mosaico humano, una mirada detrás del telón donde el mito se desnuda ante la cámara y el relato va hacia atrás y hacia adelante en un vaivén que estructura a la leyenda más allá de su imagen en la cultura popular.
Todo en Juan Gabriel: Debo, puedo y quiero se articula como un viaje emocional que celebra al artista sin disimular al hombre. Es una reivindicación de Juan Gabriel como creador total: intérprete, compositor, actor y símbolo de identidad cultural, pero también como un ser humano que transformó la herida en canto.
“Hasta que te conocí, vi la vida con dolor”, canta su voz inmortal, y la serie de Netflix recoge precisamente esa esencia: la capacidad de convertir el dolor en arte, la ausencia en melodía y la vulnerabilidad en un acto de fuerza. Al final, el documental no solo reconstruye una trayectoria, sino que devuelve al público el eco de una emoción que nunca se apagó, recordando por qué Juan Gabriel es inmortal gracias a su música.
Juan Gabriel: Debo, puedo y quiero llega este 30 de octubre a Netflix.
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