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Crítica de series: Pluribus, el nuevo imperdible del creador de Breaking Bad que imagina un nuevo mundo feliz

Vince Gilligan deja atrás el crimen para adentrarse en la ciencia ficción con una serie visualmente impecable y cargada de ideas, donde la humanidad alcanza la felicidad total… pero pierde lo que la hace única.

El anuncio de una nueva serie de Vince Gilligan siempre levantará las expectativas. Tras Breaking Bad y Better Call Saul, el público irremediablemente esperará otra obra maestra. Pero Pluribus, su nueva historia, deja claro desde su primer episodio que es algo diferente, que sigue un camino distinto, pero no por ello es menos interesante.

Alejándose del mundo criminal, Gilligan se mueve con esta producción hacia un terreno de ciencia ficción existencial para explorar la mente humana desde otro ángulo, más introspectivo y filosófico, aunque igual de perturbador.

Lo primero que hay que remarcar es que el título no es casual. “Pluribus”, del latín “de muchos”, también alude a la expresión E Pluribus Unum (“de muchos, uno”), un lema estadounidense sobre la unidad nacional. Aquella idea, en la serie, se distorsiona para entrar en un terreno realmente inquietante.

Mucho de eso tiene relación con el hecho de que si la frase en latín celebra la unión, aquí el título se convierte en una metáfora de la pérdida total de la individualidad.

Aunque la mejor decisión es ver el primer episodio sin siquiera ver el tráiler, si están leyendo esto tienen que tener claro que la historia sigue a Carol Sturka, interpretada por Rhea Seehorn, quien vuelve a colaborar con Gilligan y demostrar, una vez más, su talento gigantesco.

Su personaje, una autora de novelas románticas de ciencia ficción, ve su mundo desmoronarse tras un descubrimiento cósmico que cambia la vida sobre la faz de la Tierra.

A grandes rasgos, y vamos a entrar en el terreno del gran spoiler, la serie comienza luego de que un astrónomo capta una señal misteriosa desde el espacio. Algo que guarda un secreto de consecuencias biológicas inesperadas y que, por supuesto, todos los científicos ignoran.

Revisando la cuenta regresiva de los sucesos clave, la serie muestra cómo los investigadores desenredan el secreto y comienzan a experimentar con animales. Pero un accidente en el laboratorio altera las cosas y algo invisible empieza a propagarse.

A partir de ahí, al centro de la historia se instala un suceso de alcance mundial que provoca que todos empiecen a pensar al unísono, compartiendo recuerdos, emociones y decisiones.

Gilligan retrata esta “mente colmena” con un tono sereno, casi hipnótico, que da pie a que la humanidad viva de un día para otro en un paraíso racional: sin crimen, sin pobreza, sin miedo. En síntesis, todo eso se genera por un nuevo statu-quo en donde cualquiera puede acceder al conocimiento total del planeta.

Un vendedor de pollo puede pilotar un avión, un niño puede ser astronauta y un abuelo puede volver a tener un propósito. No hay uno, hay un muchos. Una gran mente que interactúa a través de millones de cuerpos. De eso modo, las habilidades - y la propia comunicación - fluyen de un cerebro a otro sin barreras, ya que la humanidad se convierte, literalmente, en una sola conciencia. Adiós teléfonos, adiós Instagram, adiós creadores de contenido. Esperen. Ese nuevo mundo no suena tan mal.

A pesar de que justamente la serie explora aquella última frase en sus primeros episodios, también es evidente que el precio del nuevo mundo es devastador. Al comienzo hay detalles que pueden pasar desapercibidos ante la falta de respuestas, como las señales televisivas que dejan de funcionar, pero también el reflejo del nuevo mundo expresa que la creatividad ya no es necesaria en una realidad en donde todo está al alcance.

Carol, por supuesto, se relaciona a esa idea en su condición de escritora y es la excepción a toda la nueva regla. Aunque por ahora desconocemos si su biología o su mente la mantienen aislada del sistema, lo importante es que ella es una de las pocas personas que están “inconectadas” al sistema. Por tanto, la autora representa lo distinto ante el nuevo orden global y su mera existencia es una anomalía. Un choque al sistema.

Por ejemplo, cuando Carol pierde el control mientras habla ofuscada con los humanos que se han convertido en robots, su reacción efusiva produce una especie de cortocircuito en la red colectiva con trágicas consecuencias. La serie, por supuesto, indaga en ellas y pone a su protagonista constantemente frente a dilemas terrenales, morales y filosóficos.

Ahora, si por un lado la serie aborda los límites del libre albedrío y la empatía en su texto, por otro lado es visualmente deslumbrante y no oculta su factura de primer nivel. Gilligan poco a poco va construyendo un mundo limpio, silencioso y aséptico, en donde estos robots humanos limpian los destrozos provocados por el gran cambio para crear una versión mejorada de lo que ya existía. De ese modo, cada decisión estética de la serie - como los aeropuertos vacíos - va reforzando la idea de una perfección artificial.

En medio de todo eso, Rhea Seehorn carga el peso emocional de la historia y su interpretación transmite soledad, pues el cambio en el mundo le hizo vivir su propia tragedia. También expande una rebeldía frente a una felicidad impuesta, por lo que su Carol se convierte en el último grito humano en un mundo sin ruido.

Quizás lo más llamativo es que, a diferencia de las tragedias morales de Walter White o Saul Goodman, aquí Gilligan se pregunta desde el principio qué es la humanidad sin las dosis de conflicto y de diferencia.

En el arranque de los dos primeros episodios disponibles en Apple TV+, y también en la plataforma Prime Video, la serie se mueve con lentitud, pero con una tensión constante para indagar en la búsqueda de esa respuesta.

Cada episodio amplía el dilema al centro de la historia, mostrando a los “conectados” como una especie de nuevos iluminados que ahora son siempre completamente sinceros.Por ejemplo, desde el comienzo le dejan en claro a Carol que trabajan para “corregirla” e integrarla al todo.

Todo ese enfrentamiento entre el individuo y la masa obviamente evoca clásicos de la ciencia ficción distópica, como Un Mundo Feliz de Aldous Huxley, y también de la cultura pop, como La invasión de los usurpadores de cuerpos, aunque con más terror social que espantos. Pero, por supuesto, hay momentos que manejan la tensión con códigos propios del terror.

En una mezcla de reflexión y tensión que no es casual, Gilligan también equilibra la especulación científica, y las posibilidades del mundo que decidió crear, para en última instancia examinar a la propia condición humana.

Por eso Pluribus desde el comienzo evidencia ser una serie profunda, visualmente majestuosa y temáticamente desafiante, en una reflexión sobre la identidad en tiempos de conexión total.

Al mismo tiempo, su creador no busca repetir el pasado que lo hizo tan exitoso. Inclusive puede que esta nueva historia no tenga el magnetismo inmediato de Breaking Bad, pero el resultado en este arranque es inquietante y fascinante, en una obra que se atreve a preguntar si la unión absoluta puede ser la forma más sutil de destrucción.

En ese sentido, sí: Pluribus desde ya agarra la bandera como el nuevo gran imperdible televisivo de fin de año.

Los dos primeros episodios de Pluribus pueden verse en Apple TV+ y Prime Video.

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