Review | Silent Hill f, una gran resurrección para el terror
La franquicia abandona su clásica locación para abrazar un horror psicológico de raíces japonesas. Tras años de tropiezos, Konami recupera la esencia y le devuelve el pulso a la saga.
Hablar hoy de Silent Hill exige memoria y cautela. Tras varios grandes tropiezos y la cancelación de un proyecto de ensueño con Hideo Kojima y Guillermo del Toro, la serie quedó suspendida en una niebla de dudas durante años. Pero la marca era lo suficientemente fuerte como para no descansar en paz: el remake de Silent Hill 2 encendió una chispa y ahora, con Silent Hill f, esa luz brilla con más fuerza.
Lo primero que este nuevo videojuego aporta es un desplazamiento radical: abandona la neblina de Nueva Inglaterra, y los clásicos escenarios del lugar que da nombre a la saga, y nos lleva a Ebisugaoka, un pueblo minero japonés de los años sesenta. Y ese no es un simple cambio de escenario, sino un giro de perspectiva que tiñe cada símbolo, cada silencio y cada miedo con una historia que recupera a la franquicia.
En la superficie, el pueblo resulta encantador con sus callejones húmedos, casas tradicionales , santuarios escondidos y rincones que sustituyen los escenarios urbanos que habían caracterizado a la saga. La cámara recrea así una belleza frágil que pronto se quiebra: una bruma agresiva se adueña de todo, flores carmesí se multiplican y masas orgánicas colonizan el paisaje hasta convertirlo en una pesadilla. La postal simplemente se pudre ante nuestros ojos.
En ese lugar conocemos a Hinako Shimizu, una adolescente constreñida por normas que la asfixian y por un padre que la reduce. Su diario se llena de dudas y heridas pequeñas que pesan más que cualquier monstruo. Es una heroína atípica: vulnerable, resistente, tozuda, imposible de encajar en moldes cómodos.
A partir de ahí, Silent Hill f se despliega en dos planos: la villa propiamente tal y el Santuario Oscuro, un umbral ritual donde la razón se agrieta. Y entre ambos mundos, las pistas dispersas tejen una narrativa elusiva que exige atención, paciencia y, por supuesto, desconfianza ante lo que vemos. Algo que sin duda es reflejado por Máscara de Zorro, una figura que es guía y amenaza a la vez.
En ese camino, armar el gran rompecabezas es parte del encanto: nada se nos entrega en bandeja y la cronología se retuerce en nuestro avance. De ahí que el juego premia la exploración minuciosa, ya que cada papel encontrado y cada grieta examinada añaden capas a un relato que rehúye las respuestas únicas y refuerza la pesadilla con cada nueva ruta.
Otro aspecto destacado es que el juego añade un sistema de combate que se siente bastante novedoso para la saga. Aquí Hinako pelea de cerca -con tubos, cuchillos o cualquier cosa que tenga a su alcance- y su resistencia marca el compás de una travesía que pronto se complica. Podemos esquivar y contraatacar, pero la regla es sobrevivir con uñas y dientes, pues la pesadilla no ofrece salidas fáciles.
Ese enfoque convierte cada encuentro en una apuesta y ayuda a levantar no solo la historia, sino también su mitología del terror. Avanzamos con cautela, pendientes de emboscadas y los clásicos sobresaltos. En tanto, las armas se deterioran y fallan cuando menos conviene, forzando la estrategia, el estudio del rival e incluso la huida. Cuando los enemigos se acumulan, la tensión crece y, a ratos, roza la reiteración.
Para dosificar el avance tedioso, el juego incorpora santuarios que funcionan como refugio y progreso. En ellos intercambiamos objetos y ofrendas para desbloquear mejoras de salud, resistencia y otros aspectos que son clave para nuestro avance. También hallamos amuletos y objetos que entregan ventajas y son capaces de salvarnos ante más de un aprieto.
Y como buen Silent Hill, los acertijos son otra pieza clave de esta propuesta, adoptando la forma de pergaminos, pinturas y artefactos tradicionales que cuentan microhistorias y más de un enigma obliga a pensar con tiempo hasta dar con la solución.
En lo temático, el juego es fértil: más allá de los sobresaltos y la estridencia sonora, aborda cuestiones de género, pertenencia y comunidad sin ocultar que su protagonista es una joven mujer con más de una carga sobre sus hombros y su cabeza. Todo ello se entrelaza con una propuesta de terror que evita lo superficial, abrazando lo incómodo y que tampoco teme al gore, el cual es dosificado con sentido dramático.
El marco japonés también se aprovecha con inteligencia en lo audiovisual. Los escenarios, a menudo, se asoman a lo onírico y dialogan con una mitología que se siente pertinente y fresca para la saga. Para rematar, la música mezcla motivos clásicos de la serie con arreglos tradicionales japoneses que refuerzan un sofoco opresivo que impulsa al juego.
Con todos estos elementos atmosféricos a gran nivel, se justifica el alejamiento de los escenarios tradicionales: incluso lejos del pueblo titular, la franquicia aquí conserva su esencia. Silent Hill sigue siendo el espejo del dolor interno y la culpa es su brújula.
Silent Hill f quizá no sea el capítulo definitivo que la saga puede alcanzar en la nueva generación de consolas, pero sí se instala como un respiro preciso tras años de tropiezos en Konami. Es una mezcla rica y estratificada que devuelve vitalidad a una saga de fantasmas que muchos daban por muerta.
Silent Hill f ya está disponible en Playstation 5, Xbox Series X|S y Windows.
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