Por Salvador EscobarSinaka y el perreo como cápsula del tiempo
“El artista que encontró en el pasado la mejor forma de soportar el presente”.

El reggaeton de antes volvió a la vida con nombre propio: Sinaka. Y no se trata de nostalgia, sino de una tesis completa: si la música que bailábamos cuando el país apenas sabía usar Wi-Fi era capaz de hacernos sentir libres, ¿por qué no traerla de vuelta justo ahora que la libertad parece estar en peligro?
Esto no es revivalismo hecho por un turista del reggaeton que un día encontró la ‘Gasolina’ en TikTok y se puso a copiarla. Sinaka es un nerd musical, un investigador. “Moja”, “Kema” y “El nuevo sonido” son papers camuflados de discos: dembow de catálogo, rimas heredadas de plazas raperas, guiños a mixtapes bajados en Ares con virus incluidos.
Sinaka restaura monumentos históricos, pero no iglesias barrocas, sino discotecas del 2004 con espejos rotos y sudor vaporizado en el techo. Ahí está su encanto: en entender el reggaeton como patrimonio popular. En sus canciones vive la memoria afectiva de la fiesta, del carrete chico, de las poleras húmedas y pegoteadas al cuerpo de tanto bailar. El sonido de cuando Chile todavía se podía ilusionar con su futuro. Antes de que todo se desfondara.
Por muy vacilón y desatado que se vea desde lejos, en verdad lo que hace Sinaka es una bomba política: la música como fuga en un país donde la política institucional se volvió insoportable. Canciones bailables para refugiarse cuando el presente asfixia. Dicho de otra forma: el perreo como cápsula del tiempo. Algo que no te va a cambiar la vida, pero al menos te permitirá disfrutarla un rato.
Esta fórmula va de la mano con un personajazo. Sinaka ya es un meme, y ese no es un detalle chico, sino también parte de su narrativa. Los antiguos dioses del perreo tenían cadenas y masculinidad tóxica; Sinaka tiene risa, tiene tallas internas, tiene comedia. Se toma en serio la música, pero no tanto a sí mismo, y te invita a chasconear la realidad porque sabe que el reggaetón nació para liberar culpas, no para coleccionarlas.
Y ojo: antes de que Sinaka se enamorara del reggaeton, ya andaba obsesionado con restaurar cosas. Recuerdo que mucho antes de la fama, en un show en Espacio 56, su mantra era traer de vuelta el rap. Ese impulso casi arqueológico no es un accidente, es su forma de estar en el mundo. Cuando se dio cuenta de que el rap ya estaba más que restaurado, fue a rescatar otra especie en peligro: el reggaetón de los raperos. Ese híbrido sudado, callejero, sin glamour ni presupuesto, que hoy se ve más real que nunca.
Sinaka, en el fondo, es un conservacionista del perreo. No quiere inventar un futuro brillante; quiere mantener viva una llama que se supone que se apagó cuando la industria le puso perfume, marketing y más melodías.
Sinaka te dice que esa llama nunca murió, que solo estaba escondida donde siempre: en la calle, en las fiestas. Y que Chile, a pesar de su presente -o quizás debido a él-, es el lugar perfecto para reanimarla.
“El nuevo sonido” no es nuevo y en esa paradoja está su mayor aporte. Mientras la escena urbana se debate entre volverse más comercial o no, Sinaka decide volverse memoria. No nostalgia vacía, sino memoria con cuerpo, sudor e ironía.
Hay cantantes que quieren ser el futuro. Sinaka quiere ser esa fiesta de la que no te acuerdas, pero igual te marcó. Es el arqueólogo del perreo. El restaurador del reggaetón. El meme que piensa. El estudioso que baila. El artista que encontró en el pasado la mejor forma de soportar el presente.
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