Por Salvador EscobarTATITA, VAYA A ACOSTARSE
“Shows como el de Pablo Chill-E no empobrecen lo sinfónico, sino que lo modernizan y le dan nueva vida. Eso es más de lo que Horacio Saavedra ha hecho en sus siete décadas de carrera”.

El show sinfónico de Pablo Chill-E fue un hito cultural, pero los medios relevaron principalmente la opinión negativa de Horacio Saavedra, director de orquesta y concejal UDI por Maipú, con el fin de recaudar clics levantando un beef de la nada y claramente sin planes de sostener una conversación sobre música.
Pero yo sí quiero hablar de música.
Recapitulando, Horacio Saavedra comentó en sus redes que la orquestación del show sinfónico de Pablo Chill-E fue insuficiente, y usó términos como “pseudo orquesta sinfónica”, “pobreza de texto” y “monotonía” para lapidar al evento. En resumen, lo que vio no estaba a la altura de sus refinados estándares.
De todo lo que dijo, la palabra clave es “remedo”. Saavedra afirmó que la presentación de Pablo Chill-E había sido un “remedo de concierto”. Esto pone en duda la autenticidad de Pablo como artista. “Remedo” significa básicamente “mala copia”. Para Saavedra, el show sinfónico no fue un verdadero concierto.
Más allá de lo chistoso que fue ver a Pablo Chill-E tratando de “viejo chico pelao” a Horacio Saavedra en X, igual acá hay algo interesante. Yo veo un choque de visiones y un paradigma en conflicto. Una mirada clasicocentrista y anclada en cánones académicos versus la apertura cultural a nuevas formas expresivas.
Leer a Horacio Saavedra me recuerda a los críticos de rock de antaño. Esos que atacaban a los cantantes famosos de pop acusándolos de poco auténticos por no componer sus temas, ni tocar sus instrumentos, sin entender que la moral y la visión del rock no pueden ser impuestas a todos los géneros musicales.
Ese tipo de críticos tenían un nombre: rockistas. Y los rockistas no son para nada bien vistos actualmente. Hoy el consenso en torno a ellos es que reducían el rock a una caricatura para luego usar esa caricatura como un arma. En música clásica, eso equivale a rechazar el trap sinfónico por considerarlo inferior.
La respuesta al rockismo fue el poptimismo, que proponía todo lo contrario: asignarle a cada género su valor artístico y cultural. En el debate que nos atañe, eso equivale a plantear que el show sinfónico de Pablo Chill-E merece un análisis más allá del marco de la música clásica, y donde su simbolismo sea apreciado.
Horacio Saavedra cuestiona que Pablo Chill-E sea un artista legítimo apoyándose en una idea muy resbaladiza: la autenticidad. Una autenticidad que tampoco pisa tierra firme, sino que se basa en un ideal sacralizado de la música clásica que no comprende ni valora la autenticidad intrínseca del trap chileno.
La lógica de Saavedra me hace arquear la ceja. Dudo de sus argumentos. No lo veo defendiendo un canon por amor a la música, sino para afirmar su pertenencia a algo. En este caso, a un grupo (o generación) superior de artistas. Si me apuran, sospecho que su motivación es elitista: lo que busca es probar su estatus.
Un hecho histórico que este caballero olvida: de las fusiones conceptuales de música popular y clásica han surgido un montón de cosas, desde el rock progresivo hasta el metal neoclásico. Es natural que la hibridación siga. Shows como el de Pablo Chill-E no empobrecen lo sinfónico, sino que lo modernizan y le dan nueva vida. Eso es más de lo que Horacio Saavedra ha hecho en sus siete décadas de carrera.
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