A diferencia de vicuñas (Vicugna vicugna) y guanacos (Lama guanicoe), hay un herbívoro nativo que se siente incómodo en las inmensas llanuras del altiplano, pero que se ha adaptado a terrenos más acotados, a quebradas por las que corre el agua o acumula la humedad. Requiere de vegetación más nutritiva a diferencia de los camélidos, así que muchas veces su hábitat se cruza con el de las pequeñas comunidades nortinas que subsisten a veces de agricultura y ganadería, lo que provoca conflicto por lo limitado de los recursos.

Es una de las tres especies de ciervos (Cervidae), tal vez no tan tiernamente pequeña como el pudú (Pudu puda) ni tan emblemática como el patriótico huemul (Hippocamelus bisulcus), pero sí bastante emparentada, aunque algo menos voluminosa y un distinto antifaz: la taruka (Hippocamelus antisensis). Es la menos conocida de las tres —al menos fuera del extremo norte del país— y, quizá por lo mismo, poco se ha estudiado el “huemul del norte”, según declaró Nicolás Fuentes-Allende, investigador de Fundación Sudamérica Diversa y especialista de ciervos de la IUCN, hace un par de años a La Cuarta.

Sin embargo, con los años, se han ido haciendo algunos avances, como estimar cuál sería la distribución de sus poblaciones por Perú, Bolivia, Argentina y Chile; se han obtenido luces de cuáles serían sus dinámicas de reproducción; o incluso, en lo que netamente a suelo chileno respecta, estaría distribuida más hacia el sur de lo que se creía, y presuntamente en territorio minero.

Mapa completo de tarukas

La taruka es endémica de cuatro países sudamericanos y, según el paper publicado por un grupo de científicos en mayo del 2025 en la Cambridge University Press, Perú posee el mayor porcentaje de población de la especie, el 54%; luego se ubica Bolivia, con el 30%; después Argentina con el 10%; y finalmente Chile con el 6% de su distribución total, donde la especie está declarada como “En Peligro”.

De ese total, los investigadores estimaron que sólo el 3% de estos ciervos reside en “el mejor ambiente posible”, es decir, en áreas protegidas. “Por otro lado, el 22% de este 100% que fue modelado, corresponde a un ambiente óptimo, pero que no está protegido”, complementa Nicolás Fuentes, quien lideró esta trabajo.

H. antisensis es una especie que habita principalmente entre los 2.000 y 4.000 metros de altura, y se ha adaptado a ambientes secos, pero en los que hayan quebradas profundas, de gran pendiente, donde pueden hallar agua y, por consiguiente, pastos y vegetación tipo “matorral espinoso subandino” para alimentarse, según indica Guía de los Mamíferos de Chile (Agustín Iriarte, 2021).

Según el modelo matemático que utilizaron los investigadores para estimar la distribución de tarukas, un 25% de los sitios los calificaron como ideales para la especie, mientras que el otro 75% son puntos potenciales, pero que no tienen exactamente las mismas características que dónde los investigadores han observado a estos ciervos.

En cuanto al gran porcentaje de áreas no protegidas en que habita la taruka, el co-autor de la publicación advierte que la mayor amenaza a lo largo de su distribución es la convivencia con las comunidades locales (tanto con ganaderos como agricultores) y los proyectos extractivos.

Fuentes advierte que este 97% de población no se encuentra en “zonas remotas”, es decir, las personas sí pueden tener acceso a estas: “Tenemos que asumir que el ser humano llega a todos lados; o sea, un minero va a llegar al lugar si es que hay un mineral por el que le van a pagar”, advierte sobre la protección de estos ciervos: “La pregunta es si son gente común y corriente, o proyectos gigantes de inversión que se basan en la extracción de recursos”, analiza.

Comportamientos de tarukas

Si bien se considera que las tarukas habitan en la región de Arica y la de Tarapacá, en esta última “no se han considerado”, o sea, “han sido bastante desconocidas”, advierte Fuentes.

No fue hasta el 2012 que el investigador tuvo el primer acercamiento el “huemul del norte” en esta región, cuando el Servicio Agrícola Ganadero (SAG) alertó que estos ciervos habitaban ahí: “Pero era algo bastante raro, y fueron los agricultores los que empezaron a denunciar los problemas que tenían con la especie y su agricultura y ganadería” en la localidad altiplánica de Chiapa, comuna de Huara.

Sobre este puñado de alrededor de 15 o 20 individuos, Fuentes destaca que dichas tarukas de Chiapa “son importantes”, porque se trata de una población “que se ha estudiado muy poco, no como las de Arica, que se conocen bastante”. Además, el experto destaca que este sitio es “muy interesante” para hincar el diente en “el turismo con tarukas y trabajar en la convivencia con la comunidad en la protección de las tarukas”, más al considerar que se encuentra dentro de una zona protegida, el Parque Nacional Volcán Isluga.

De momento, esta población de ciervos de Chiapa “ha generado un conflicto socio-ecosistémico significativo, especialmente en relación con la agricultura local”, advierte Natalia Ortega, directora de Conaf en Tarapacá, a La Cuarta. “Si bien esta especie está protegida por su valor ecológico, su ingreso a zonas de cultivo —particularmente en épocas de escasez de alimento— ha provocado y sigue provocando daños en sembradíos, afectando directamente la economía de subsistencia de las familias”.

Frente aquel escenario de tensión —junto con la Fundación Sudamérica Diversas y el municipio vecino de Huara—, Conaf implementa cercos para proteger los cultivos en “zonas críticas”, según Ortega. Y se ha iniciado un conteo de individuos realizado por los guardaparques: “Este registro preliminar permite tener una idea más clara de la presencia y desplazamiento de la especie en torno a las áreas agrícolas”, destaca. “Servirá como base para orientar futuras acciones de manejo y profundizar la comprensión del conflicto”.

Al estudiar a esta población, Fuentes ha podido observar algunos comportamientos llamativos, uno de ellos conocido como reflejo de Flehmen —común entre distintos linajes de ungulados—, que consiste en la retracción de los labios y exposición del órgano vomeronasal, lo que permite a los animales percibir olores de manera más detallada.

A través de esa adaptación evolutiva, “al orinar una hembra, después se acercan los machos a oler y así saber si es que está en momento reproductivo o no”, explica el investigador. Aquellos registros adquieren valor, según destaca, porque “se ha podido observar bastante poco de los comportamientos reproductivos de la taruka”.

Además, desde el 2010, se ha observado a tarukas rascando sus lagrimales que tienen bajo los ojos, conocidos como glándula preorbital, y que contienen sustancia odoríferas útiles para entenderse entre sí y marcar su territorio. “Tanto hembras como machos marcan con lágrimas sectores para dejar su ‘firma’ u ‘olor’”, explica. “Es una forma de comunicación en distintas especies”.

Junto con ello —al igual que en Putre— han podido captar peleas entre machos por el derecho a aparearse y monturas con hembras para reproducirse.

Todos estos comportamientos serían publicados en una revista de ecología próximamente, durante el 2025 o 2026.

¿Hasta dónde llegan las tarukas?

Registros históricos indican que la tarukas llegaban hasta el sur de la Región de Antofagasta, o sea, “una distribución bastante amplia”, evidencia Fuentes. En tanto, al otro lado de la Cordillera de Los Andes, en Argentina, la especie llega hasta la provincia de La Rioja, que está a la misma altura de Vallenar, en Atacama.

“Después de tantos años que llevamos trabajando con la especie en Chile, creemos que por lo menos estaban hasta Antofagasta, hasta las quebradas de Paposo”, repasa.

Hay literatura del siglo XIX que la documentó en el sur de esa región. De hecho, el historiador francés Julian Mellet en sus andanzas por Chile y el continente —tituladas Por el interior de América Meridional— la documentó refiriéndose a esta como “caribón”, por su similitud de tamaño con una especie europea de ciervo hoy conocida como corzo (Capreolus capreolus): “Corre bastante extraordinariamente, sus cuernos más chicos que los del ciervo común son buenos para hacer lindos trabajos y haciéndolos hervir en la cal se ponen tan blancos como el marfil”, escribió dándole además un valor culinario y medicinal: “La uña asada de este animal aplicada sobre quemaduras las seca en el acto”.

Sin embargo, yendo más hacia el sur, “es probable que hayan llegado hasta Vallenar”, sugiere el investigador, quien advierte sobre el papel que podrían haber jugado el calentamiento global y la actividad humana con una especie que es “muy sensible” al ser dependiente de las quebradas húmedas en el desierto.

“Sabemos que desde Tarapacá a Antofagasta la actividad salitrera fue bastante fuerte”, repasa sobre la extracción del mineral que tras la Guerra del Pacífico tuvo su auge desde 1880 y 1930. “Es muy probable que hayan secado muchos sectores y cambiado la condiciones por la extracción de agua”, repasa sobre la posible causa de una extinción local en antaño.

“Hoy creemos que la taruka está hasta el Alto Río Loa, y lo creemos porque hemos encontrado registros de la especie en los últimos 20 años en la zona de la minera Collahuasi, en Quebrada Blanca. “Extinciones locales podrían estar sucediendo”, advierte Fuentes.

Taruka y minera

Entre el 2000 y 2008, en lo profundo de la Región de Tarapacá, entre las comunas de Pozo Almonte y Pica, en el sector en el Copaquiri, los lugareños ya hablaban de una supuesta “cabra montesa” que se aparecía para comer en los mismos sitios verdes a los que ellos iban con su ganado. Incluso, al menos dos investigaciones del 2011 —una a cargo de Cristian Bonacic y otra de Walter Sielfeld— habían informado de la presencia de la especie en el lugar.

Aunque estos antecedentes ya estaban, se aprobó la expansión de un proyecto minero, bautizado “Quebrada Blanca Fase 2”, principalmente para extracción de cobre y molibdeno. En su informe, elaborado entre 2015 y 2016, la consultora a cargo no reportó la presencia de la especie en la zona —solo como una “potencial” residente—, y por lo tanto no formó parte de la línea base ambiental.

Así, para Quebrada Blanca 2 —que incluiría el uso a gran escala de agua marina desalinizada— se construyó un viaducto desde la minera hacia el océano y, cuando arrancaron las obras por el extenso tramo altiplánico, en el 2018, trabajadores contratistas notaron la presencia de un “huemul” en un parte del tramo, con frecuencia, machos, hembras y hasta juveniles, durante el año; ello hace sentido a Fuentes, ya que es una especie más bien sedentaria, al menos en Chile.

Dichas observaciones no habrían llegado al equipo de medioambiental de QB2. Pero estas habrían sido “recurrentes”, según indicaron los casuales observadores.

Al amanecer, los ciervos habrían acostumbrado a bajar por las laderas de los cerros en busca de agua.

Pero cuando personal de la consultora y directores de la minera canadiense Teck vieron tarukas durante los trabajos de un trayecto —actualmente ya terminados—, dieron aviso al SAG en febrero del 2022, dado que el ciervo no había sido reportado en la línea base del proyecto.

En el documento en cuestión, al que accedió La Cuarta, se reconoce la presencia de un ciervo en un tramo del acueducto: “El ejemplar observado corresponde a un individuo macho adulto, deambulando en dirección norte-sur”. Una foto respalda este encuentro. Además hallaron heces de ciervo.

Advertida la presencia de este herbívoro en la zona, el caso fue derivado a la Superintendencia del Medioambiente y, al menos desde el 2023 según la información entregada por Ley de Transparencia, el proceso se encontraba sin una resolución.

Consultada por La Cuarta, vía correo desde Teck califican este avistamiento como “fortuito” y aseguran que tras aquel hito tomaron “medidas para evitar una potencial afectación a la especie en el sector de avistamiento, entre las cuales se destacan capacitaciones a todo el personal de las obras asociadas al sector, difusión de material de precaución para conductores, control de GPS de los vehículos, reducción de velocidad en tramo de avistamiento, difusión en distintos medios de comunicación sobre la protección de la especie”.

Ya en el 2025, Fuentes actualiza que el caso aún está en “proceso de evaluación de qué acciones pedirán a la minera“, según parafrasea. “Pero ya han pasado tres años desde que se autodenunciaron y, más que sancionar para la empresa, ¿por qué no se compromete la minera a monitorear que estos animales estén bien?”, sugiere sobre esta presunta población, la cual sería la más al sur en la actualidad.

El investigador plantea que el estado de estas tarukas “es incierto”, principalmente porque son sitios a los que es difícil llegar, y con suerte se puede llegar a través de los caminos de la minera, por lo que sólo el personal autorizado tendría acceso.

Fuentes remarca que durante los últimos 25 años han habido registros de taruka en toda esta zona, lo que abarca a Collahuasi, Copaquiri y Huatacondo, y particularmente ahora en Quebrada Blanca II, “en un sector específico”, según aquellos extraoficiales reportes de trabajadores.

Durante los últimos cinco “he estado tratando de convencerlos, principalmente a gente de Teck, para que trabajemos en conjunto y que se haga algo con la taruka”, relata Nicolás y manifiesta: “Es una gran oportunidad de demostrar que la conservación y la producción pueden ir de la mano y potenciarse mutuamente”.

En cuanto a la Superintendencia, el especialista en la especie admite que “me da miedo que les den una multa”, porque “lo más importante sería monitorear a esta especie a lo largo del tiempo con la ejecución de este proyecto, para asegurarnos de que la población va a estar bien en el futuro”, advierte. “Sabemos que aún habitan en este sector, y debemos prospectar y monitorearlas para actualizar su estado de preservación o amenazas”.

Si bien los trabajos en el sector ya terminaron, según Teck, tras esa taruka macho del 2022, “no se han reportado nuevos avistamientos luego del caso fortuito informado”.