Solo y en el fin del mundo: dejó “todo atrás” para vivir en el último refugio del Huemul

Huemul. ILUSTRACIÓN: César Mejías / @gatoncomic
Huemul. ILUSTRACIÓN: César Mejías / @gatoncomic

Francisco Espíldora inició una gran travesía en febrero del 2022: se mandó a cambiar de Santiago hasta una cabaña en las afueras de Cerro Castillo, Aysén. En este parque nacional, partió con las fotos de un libro que se volvió un ambicioso sueño. El frío inclemente, las nevazones y la picadura de una araña han sido duros escollos: “En situaciones límites la naturaleza te pone en tu lugar”, declara el conservacionista a La Cuarta. Sin embargo, todo ha valido la pena: “Después de observar tanto a esta especie, yo también quiero ir así por la vida”.

Mandarse a cambiar, esa fue su gran decisión. Francisco Espíldora (38) dejó el departamento que arrendaba en Santiago y manejó unos 1.800 kms en febrero del 2022. ¿Su destino? Una cabaña de madera en las afueras de Villa Cerro Castillo, Región de Aysén.

Una búsqueda es, de alguna manera, abandonarse: “Dejar todo atrás para estar acá”, dice a La Cuarta.

Se alejó de sus afectos, familia y amigos, para establecerse, solito, en el hábitat del huemul (Hippocamelus bisulcus). El mismo que aparece en el escudo patrio chileno y que se lo conoce como el ciervo más austral del mundo. El mismo que, en 1925, una tal Gabriel Mistral lo describió así: “Es una bestezuela sensible y menuda; tiene parentesco con la gacela, lo cual es estar emparentado con lo perfecto. Su fuerza está en su agilidad. Lo defiende la finura de sus sentidos: el oído delicado, el ojo de agua atenta, el olfato agudo (...) Se salva a menudo sin combate, con la inteligencia, que se le vuelve un poder inefable”.

Huemul macho mira entre los árboles. FOTO: Francisco Espíldora
Huemul macho mira entre los árboles. FOTO: Francisco Espíldora

Antes de irse por dos años a la región austral, el fotógrafo (@franciscoespildora) pasó una temporada casi completa documentándose sobre este ciervo en peligro de extinción, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN) y el Ministerio del Medio Ambiente. Leyó toda la literatura y artículos científicos que pilló, y observó con detención muchas fotos. Quería saber cada detalle, encontrarse con estos animales y que “su trabajo sea lo menos invasivo posible”.

Hizo dos viajes de avanzada —uno de cuatro días y otro de un mes— para iniciar el proyecto. Llegó al que, desde el 2018, es el Parque Nacional Cerro Castillo, unos 48 kilómetros al sur de Coyhaique. Con sus 138 mil hectáreas, este lugar es “prácticamente virgen”, asegura. “Todavía se sienten esas sensaciones poéticas en el ambiente”, porque “donde hay mucho humano, generalmente se pierde un poco la poesía”.

Francisco Espíldora en terreno por Cerro Castillo. FOTO: Rewilding Chile
Francisco Espíldora en terreno por Cerro Castillo. FOTO: Rewilding Chile

Tras esas primeras incursiones, entendió que no podía tomar aviones una y otra vez desde la capital a las tierras australes para fotografíar al huemul y su mundo. No era el ritmo que se requería.

—Ese fue el principal cambio como fotógrafo: no dividir el espacio, sino que instalarme en el tiempo. ¿En qué tiempo? En el del huemul —dice—. No hay vuelo, no hay una reunión, no hay nada, estoy acá, establecido en el tiempo. Tienes que mantenerte, no puedes ir persiguiéndolo, buscándolo, sobre todo para retratar su intimidad y su hábitat, que es lo que más me interesa.

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Hace unos 2,5 o 3 millones de años, surgió el que es conocido como el Istmo de Panamá, que unió Norte y Sudamérica. Este pasillo permitió el “Gran Intercambio americano”. Al Cono Sur llegó una gran variedad de animales como los felinos (pumas y otros gastos silvestres), cánidos (zorros) y los mustélidos (quiques y chingues). Entre todos estos, también arribaron los que la ciencia define como artiodáctilos (Artiodactyla).

Dentro de esta gran clase, se encontraban las familia de los camélidos (Camelidae), que acá actualmente son representados por guanacos (Lama guanicoe) y vicuñas (Vicugna vicugna). Mientras que en otra rama están los cérvidos (Cervidae), siendo hoy Chile habitado por tres de estas especies: el pudú (Pudu puda), la taruka (Hippocamelus antisensis) y, ya más hacia el Fin del Mundo, el huemul.

Una huemul curiosa mira a la cámara. FOTO: Francisco Espíldora
Una huemul curiosa mira a la cámara. FOTO: Francisco Espíldora

Hasta el siglo XIX, el mayor ciervo del país se encontraba desde Rancagua a Tierra del Fuego. Hoy, su población se ha reducido en un 99%. Se estima que solo quedan unos 1.500 individuos entre Chile y Argentina, y la gran mayoría se ubica en suelo chileno, y unos 200 estarían concentrados en Cerro Castillo y sus alrededores.

También se los puede ver en los Nevados de Chillán, Región del Ñuble, con una población aislada de las demás, que se hallan en Los Lagos, Aysén y Magallanes. La especie fue declarada Monumento Natural en junio del 2006.

Huemul come en medio de la nieve. FOTO: Francisco Espíldora
Huemul come en medio de la nieve. FOTO: Francisco Espíldora

En 2019, Francisco publicó Torres del Paine —premiado en los Fine Art Photo Awards 2021—, un libro fotográfico para el cual se adentró en el icónico parque magallánico. Se piensa que allá está concentrada la mayor densidad de pumas (Puma concolor) en el mundo. Aquella fue la especie que el fotógrafo eligió como emblema para su relato visual sobre aquella zona.

Este nuevo gran anhelo de Francisco no solo será un libro, sino también un micro-documental, una serie de exposiciones y material educativo para escolares. Ya lo tiene todo planeado. “No quiero solo crear un relato fotográfico, sino ir un poco más allá”, declara.

Contrario al gran felino de la Patagonia, cuando se trata de fotografiar al huemul, no hay “tensión” ni “adrenalina”, sino que “todo es nobleza”, como si de un “bosque de cuentos” se tratase. Predomina una suerte de armonía. Entre ñirres y lengas, curtidos por el frío y el viento, este ciervo “te enseña a andar tranquilo, pausado”, por lo que transmite “otro tipo de sensaciones”.

De alguna manera, dice, el huemul es el espíritu del bosque hecho carne. Por eso lo eligió.

Huemul hembra entre los árboles. FOTO: Francisco Espíldora
Huemul hembra entre los árboles. FOTO: Francisco Espíldora

Ojo. Igual podría pasar que los protagonistas de ambos libros se le crucen. Pero no es tan probable. Aunque un puma tranquilamente podría cazar a un huemul, estos ciervos “son hábiles”, se sienten más cómodos entre los árboles; no es el terreno de caza más cómodo para el león de montaña, sobre todo cuando se trata de una presa que supera el metro y medio de largo, y que puede pesar hasta 90 kilos.

Como sea, allá afuera todo es impredecible. Francisco lo sabe.

En busca del tiempo detenido

Su rutina, la inmovilidad. La búsqueda, declara, más que de avanzar, es detenerse. “Esperar a que los animales se acerquen o pasen”, dice. Él solo recorre lo necesario para internarse en el bosque y la montaña. De ahí, a esperar. “A veces tienes la fortuna de que pase un animal o te encuentres con un grupo de huemules”, comenta. Ante esos momentos, “ahí es solamente estar en silencio, quieto, con respeto, y fotografiar”. Y luego de todo ese esfuerzo, a veces resulta una foto que “te deja contento”.

A Francisco le interesa retratar la “intimidad” de las especies, en especial la de este gran ciervo.

“Me alejo un poco de la espectacularidad de National Geographic, la BBC y todo eso”, declara. “Para mí no es la acción, sino el detenerse; sobre todo con el huemul y su hábitat, que es muy calmo”. Busca el “diario vivir” de las especies, los largos momentos ajenos a lo decisivo de vivir o morir. “No quiere decir que, de repente, los animales tienden a ser muy curiosos y se te pueden acercar u observar”, advierte.

Huemul hembra de perfil. FOTO: Francisco Espíldora
Huemul hembra de perfil. FOTO: Francisco Espíldora

Si debe quedarse una hora en el mismo punto, pues así será. ¿O tres días bajo un árbol? También. “Parte de eso es lo que quiero transmitir, que mis fotografías puedan invitar a esos descansos, a esa pausa”, explica.

Requiere de la que, a sus ojos, es la gran cualidad del fotógrafo de naturaleza: la discreción.

Por eso vive en un solitario punto de Aysén, para andar al ritmo del huemul: “Lento, tranquilo y pausado”, dice. “Esa es la clave”. Pero, además, es su trabajo, a lo que se dedica hace ya diez años. “Es como aprender a leer un poema o como un músico lee una partitura”, compara. Armado con sus binoculares, “empieza a leer el paisaje”, cuenta. Con esa lectura, “vas detectando huellas, olores, orina, caca y hojas masticadas”.

Huemul hembra en un espacio abierto. FOTO: Francisco Espíldora
Huemul hembra en un espacio abierto. FOTO: Francisco Espíldora

Esa parte no es tan distinta a su anterior labor con el gran felino de Los Andes como protagónico. “Lo que te lleva al puma, no es el puma, es leer lo que está pasando en el entorno: el águila, el cóndor, los sonidos”, detalla. Como cualquier otro oficio, es algo que se pule con el tiempo.

Aunque, claro, también la suerte la dicta. “A veces acá hay grupos de huemules que están muy cerca, en zonas como la carretera que cruza el parque, y que una persona puede tener la posibilidad de observarlos”, comenta. “Pero también hay gente que vive acá en la región y nunca ha visto un huemul”, porque “así es la naturaleza”.

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Era primavera. Un huemul que dormía, tranquilo, envuelto en el sonido del bosque. Nunca había presenciado ese momento. Como en un tierno cuento. “Fue una experiencia hermosa, porque te reafirma que lo que estás haciendo es con respeto, que no estás interviniendo en su comportamiento”, expresa. “Fue muy lindo”. Una escena que no olvidará.

Huemul mientras duerme. FOTO: Francisco Espíldora
Huemul mientras duerme. FOTO: Francisco Espíldora

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En Cerro Castillo se halla la “mayor cantidad” de especies que se pueden encontrar en la Patagonia, dice el fotógrafo. “Están documentados casi todos los felinos” que habitan en Chile, entre ellos la güiña (Leopardus guigna), gato silvestre con el que, de hecho, tuvo un impensado encuentro.

Era pleno invierno. “Me trastornó la cabeza, fue una aparición inesperada”, relata. “Fue realmente increíble, estremecedor”. Su corazón latía desbocado, a mil por hora. “Era tan pequeño, no salía en las fotos”, recuerda, aunque realmente solo lo quería observar, sin perder tiempo en tomar capturas.

Una pequeña y oscura güiña. FOTO: Francisco Espíldora
Una pequeña y oscura güiña. FOTO: Francisco Espíldora

Pero, además, en el último gran refugio del huemul se escucha a distintas aves como carpinteros, hued hued (Pteroptochos tarnii), chucao (Scelorchilus rubecula), martín pescador (Alcedo atthis), churrin (Scytalopus magellanicus); también, hay diversos tipos de búhos, es decir, rapaces nocturnos como chunchos (Glaucidium nana), tucuqueres (Bubo magellanicus) y conconces (Strix rufipes). “Te podría nombrar una cantidad infinita de especies”, dice sobre todo ese mundo envuelto en los sonidos del río, el viento y los árboles nativos.

La rutina de los huemules depende mucho de la estación en qué estén, según le ha tocado observar.

Pájaro carpintero y martín pescador, respectivamente. FOTO: Francisco Espíldora
Pájaro carpintero y martín pescador, respectivamente. FOTO: Francisco Espíldora

“Generalmente no se levantan muy temprano”, dice, lo que “ha sido bastante alivianador, a diferencia del puma, que tiene mayor acción en los momentos crepusculares”, o sea cuando amanece y oscurece. A este ciervo se lo ve en pie alrededor de las 9:30 o 10 de la mañana. “Siempre dependiendo de las condiciones climáticas y la estación”, advierte.

Después dedica unas dos horas a comer los brotes que pille en árboles, arbustos y pastizales. Luego descansa otro rato. Y de ahí nuevamente al almuerzo. Pero también hay días en que “se desplazan mucho más”, dice en base a lo que ha visto. “Generalmente se quedan en un lugar dos o tres días”.

El movimiento es constante.

Y al avanzar, en su caca, dejan atrás las semillas de su alimento; siembran la flora del futuro. Son mamíferos de gran tamaño, y su impacto en el bosque también lo es.

Suelen estar en grupos pequeños; en parejas o en clanes de tres, cuatro, cinco y hasta siete individuos. A veces también hay algunos más solitarios. A veces las hembras se quedan solas con su cría.

Siluetas de huemul macho y hembra. FOTOS: Francisco Espíldora
Siluetas de huemul macho y hembra. FOTOS: Francisco Espíldora

De marzo a mayo “andan muy escondidos”, cuenta, porque en la época de celo se la pasan “muy en su intimidad”. El rastro se pierde. Con suerte, entre seis y siete meses más tarde, las hembras aparecen con un pequeño retoño que rápidamente aprende a caminar. Para el proceso de parto, las madres pasan un par de semanas solas, distantes del resto.

En la primavera se los empieza a ver con más frecuencia; con la nieve en retirada, vuelven a escena. El sol ya se pone más tarde y, por lo tanto, asegura, “tienes más posibilidades de poder observarlos durante todo el día”. Cuentan con un olfato y un oído muy agudos, útiles contra posibles amenazas.

El invierno es crudo y, en esos meses, se tienden a agrupar porque “hay pocos espacios para alimentarse”, explica. En otoño, cuales hojas, a los machos se les caen sus cornamentas.

Las astas del huemul. FOTO: Francisco Espíldora
Las astas del huemul. FOTO: Francisco Espíldora

Entre las amenazas del huemul se encuentran especies invasoras como el ciervo rojo (Cervus elaphus) y el jabalí (Sus crofa), que lo desplazan de su hábitat; por eso, las crecientes parcelaciones también les significan un problema. Mientras que los atropellos, protagonizados por conductores que suelen ir a exceso de velocidad, también merman sus poblaciones. El ganado que les transmite enfermedades y la caza furtiva son otros factores de riesgo.

—El huemul necesita un hábitat muy sano para sobrevivir. Más que proteger al huemul, hay que proteger al hábitat del huemul —declara—. Donde hay huemul hay pájaros carpinteros, búhos, güiñas, ríos sanos, flores y vegetación. El proyecto necesita una estrella guía, una bandera de lucha, y tenía que ser el huemul; pero es igual de importante que un pajarito como el chucao.

Una huemul en el río. FOTO: Francisco Espíldora
Una huemul en el río. FOTO: Francisco Espíldora

Lo duro y lo bello

Allá, en Aysén, ha sido de esos “inviernos antiguos”, como dicen los “viejitos”, cuenta el fotógrafo, de esos que “no se veían hace cinco u ocho años atrás”.

Ya en otoño arremetió la nieve, por ahí por junio. De ahí “no ha parado de nevar”, relata. De hecho, hace una semana pareció que el tiempo avanzaba hacia la estación de las flores, al punto que los lugareños comentaban: “Ya, se adelantó un poquito la primavera”. Sin embargo, ahora, estos días se acumuló más de metro y medio de nieve.

Aún resta una buena cuota de invierno: “Acá el clima también es muy particular”, porque “hasta septiembre u octubre todavía puede estar cayendo nieve”.

Francisco Espíldora bajo la nieve. FOTO: Rewilding Chile
Francisco Espíldora bajo la nieve. FOTO: Rewilding Chile

Allá, el termómetro tranquilamente marca los -12°C. El frío cala hondo en el cuerpo. Los caminos se congelan y el peligro se hace grande. Viajó solo, sin ninguno de sus afectos, algo que “siempre es complicado”, a pesar de que “acá he tenido buena compañía, buenos amigos, pocos pero muy buenos; sobre todo la gente de Conaf, que han sido muy solidarios”.

Como sea, dice, es difícil “cuando estás en situaciones límites y la naturaleza te pone en tu lugar; te hace sentir vulnerable, que es lo que necesitamos, cuando hay una tormenta o está cayendo mucha nieve”.

Huemul macho olfatea a su alrededor. FOTO: Francisco Espíldora
Huemul macho olfatea a su alrededor. FOTO: Francisco Espíldora

Hace poco, lo picó una araña y, aunque no sabe cuál fue, la picadura lo dejó catorce días sin mover el pie, “con la pierna muy mala”. Debía mantenerla inmóvil, pero también debía asegurar la calefacción, picar leña para la estufa, conseguir agua en algún estero ante las cañerías congeladas.

“Son todas esas cosas las que te hacen sentir más humilde”, insiste. “En parte me gusta eso, sentir que somos tan frágiles hacia lo que nos puede pasar”.

Huemul macho busca comida bajo la nieve. FOTO: Francisco Espíldora
Huemul macho busca comida bajo la nieve. FOTO: Francisco Espíldora

En Cerro Castillo se ha involucrado como voluntario en el sistema de monitoreo de cámaras trampa a cargo de los guardaparques de Conaf y ONG Acceso Panam. Al instalar estos dispositivos, con el fin de tener un registro de las distintas especies que viven en el parque, ha podido recorrer largamente esa tierra.

Muchas veces ni siquiera lleva su equipo fotográfico, simplemente es “ir a conocer este hábitat más salvaje e inhóspito, donde no todo el mundo tiene acceso”. Son senderos de mediana y alta dificultad, que pueden implicar excursiones de hasta cuatro días. “Finalmente, es querer involucrarse y conocer”, dice. “Eso me ha permitido llegar a lugares inexplorados prácticamente”.

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Un día, en medio de un bosque profundo, se topó con una huemul. Él se quedó quieto durante media hora, mientras ella daba vueltas, despacio, y comía. De repente, apareció una cría de entre el follaje. Sintió que la madre lo miró de frente; aunque como ocurre por regla general con los herbívoros, tienen los ojos hacia los costados para tener una mejor vista panorámica ante cualquier depredador. “No se sintió amenazada”, recuerda, como si ella hubiera pensado “ya, acá está todo bien”. Y dejó ver a su pequeña criatura. “Hicieron todo un espectáculo”, cuenta. “Se pusieron a descansar, la cría se le subía encima”. La paciencia resultó.

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Lo más difícil: no alterarlo. “El huemul es muy sensible a los sonidos, a su depredador, el puma”, explica. Y además lo define como “muy pausado”, más todavía para uno “como ser humano” que “es muy precipitado”. Aunque con los años de ruedo Francisco ha aprendido a quedarse quieto, esta tarea resulta especialmente dura con este ciervo, más todavía con el brutal frío invernal.

Sí, algunos huemules están más habituados a la gente que otros, sobre todo los que, cada tanto, se dejan ver en el tramo de la Carretera Austral entre Laguna Chiguay y Portezuelo Ibáñez, según Revista Domingo. Pero también hay otros “en un estado 100% salvaje”, con los que se necesita ser “muy cuidadoso y sigiloso”.

Huemules macho y hembra en la nieve. FOTO: Francisco Espíldora
Huemules macho y hembra en la nieve. FOTO: Francisco Espíldora

Ya con largos meses en terreno, reconoce a los ciervos que ve. Anota esos encuentros en su bitácora de viaje

“Hay huemules que no veo en cuatro, seis meses, o desde el año pasado, y ahora los vuelves a ver”, cuenta. “Es una tremenda alegría”. Todo eso lo escribe en su diario. Les toma fotos, se detiene en las marcas que pudiesen tener en la oreja o el lomo. “No sé si es anecdótico, pero es para saber lo que está pasando”, comenta. “Si alguna vez a alguien le interesa o si puedo aportar a algo científico, feliz”.

A Francisco le parece un “poco descabellado” hablar de las distintas personalidades que pudiese haber entre individuos, porque “creo que nosotros no sabemos nada de ellos”.

Sin embargo, lo que “sí puedo decir” es que se comportan distinto cuando están en celo o cuando las hembras están preñadas; los huemules machos, más viejos, se ponen “más ariscos”; o que hay algunos individuos que “son más curiosos, y otros no tanto”.

Huemul tuerce su cuello en el bosque. FOTO: Francisco Espíldora
Huemul tuerce su cuello en el bosque. FOTO: Francisco Espíldora

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Con todavía más de un año por delante, ¿qué falta por hacer en terreno? Ahí Francisco simplemente se entrega “a lo que la naturaleza me quiera regalar”. El invierno le ha resultado alucinante porque “me gusta la sensibilidad que tiene la pureza de lo blanco”.

Aún le falta armar el relato del libro, aunque ya tiene material para la exposición que montará durante septiembre en el Museo Regional de Aysén entre el 10 de septiembre y el 16 de octubre. “Tengo varias ideas en base a cómo es el huemul”, adelanta sobre la historia que imagina. “Esta especie que va apareciendo entre el bosque y de a poco se muestra”.

Aparte, el huemul, como otros ciervos “tiene todo un ciclo que es bien estacional”, destaca. “Desde su nacimiento, cómo van creciendo sus astas con felpa que después van botando, y quedan las astas propiamente tal”, las cuales, más adelante, también se le caen entre otoño e invierno. Todo este proceso de renovación les demanda bastante energía.

Las astas del huemul con la "felpa". FOTO: Francisco Espíldora
Las astas del huemul con la "felpa". FOTO: Francisco Espíldora

Y la metáfora se vuelve evidente, como las flores de la primavera que, más tarde, se convertirán en los frutos que crearán las futuras dinastías. Los machos usan estas cornamentas para dejar su olor en la vegetación y, de ser necesario, para hacerle frente a algún rival.

Sus fotos muestran al huemul en plena rutina, muchas veces sin darse cuenta que tienen una cámara en frente suyo. A veces son siluetas bajo un cielo nublado. Otras, es el ciervo detrás del tronco de un árbol o entre unas ramas, como si se tratara de una escena prohibida, como si el lente espiara por una rendija. Y en algunas tantas, solo se aprecia algún fragmento del animal, quizá la cabeza o tan solo las astas.

Trazos fugaces que, una vez capturados, se quedan aferrados al tiempo.

Huemul con sus astas en crecimiento. FOTO: Francisco Espíldora
Huemul con sus astas en crecimiento. FOTO: Francisco Espíldora

“De huemul tengo mucho” material, así que “me falta seguir centrándome en el hábitat, en el río, el bosque, en el paisaje, y obviamente en todos estos animalitos que son igual de importantes, desde un pajarito que puede pesar veinte gramos hasta el puma”.

Pero no anda en estas tierras australes haciendo un checklist de especies, no le interesa tomarle fotos a todos los residentes del parque. “Mi trabajo se centra más en una mirada personal, en poder construir un relato”, aclara. “Lo más importante es poder involucrar a la comunidad, hacer un trabajo educativo con los niños, apoyar en temas de conservación”, así que la “misión es que mi trabajo sirva, que tenga un sentido, más que tener una foto que no se haya visto”.

Huemul macho en medio de la nieve. FOTO: Francisco Espíldora
Huemul macho en medio de la nieve. FOTO: Francisco Espíldora

No se trata de buscar un “me gusta” en Instagram, red social en que tiene cerca de 18 mil seguidores.

—Tienes que estar actuando, comprometido por la causa —remata—. Me interesa que después de este proyecto mis fotografías inviten a la pausa, a la contemplación, a que la gente quiera ir más despacio, como va el huemul, con esa nobleza. Después de observar tanto tiempo al huemul, yo también quiero ir así por la vida.

Huemul de frente. FOTO: Francisco Espíldora
Huemul de frente. FOTO: Francisco Espíldora

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