Josefina y un amigo andaban de paseo por la playa cuando se toparon con un ave que atrajo su atención: un juvenil cormoran guanay (Leucocarbo bougainvillii) que se ubicaba en la emblemática “Piedra de la Iglesia”, en la playa de Constitución, Región del Maule. La mujer, atraída, le tomó una foto a la joven ave costera.

Minutos después, a eso de las 16:20 horas del domingo 13 de julio, ella, fonoaudióloga de profesión, se percató de que un grupo de personas —con un niño incluido— también andaba dando vueltas por la playa; el menor se subió a la piedra en cuestión y tomó a la pequeña ave, impidiéndole abrir sus alas, para llevarla hacia el resto de sus acompañantes, presuntamente una familia.

Tras un instante, uno de los adultos incluso la agarró por el cuello para empezar a manipularla, e incluso mover sus alas.

En ese momento, Josefina decidió acercárseles, primero amablemente para pedirles (“por favor”, les dijo) que soltaran al cormorán. Sin embargo, no estuvieron de acuerdo con su petición, y que el diálogo se caldeó, sin entregar mayores argumentos sobre su actuar.

Inicialmente, cuando se acercó, “mi motivación fue ver a un animal siendo manipulado por un menor de edad, y luego removido del lugar en el que estaba tranquilamente”, cuenta Josefina a La Cuarta. Acto seguido, vio que uno de los adultos, en vez de llamarle la atención al chiquillo, agarró por el cuello al ave y le “tomó” las alas, “ mientras el cormorán le picoteaba los brazos”, detalló, lo que ella interpretó “como intento de escapar de sus manos”.

La joven admite que tenía “miedo” de la reacción que pudiesen tener las personas al ser interpeladas por una desconocida, aunque “la verdad no pensé que iban a reaccionar cómo lo hicieron”.

Los ánimos empezaron a calentarse y, según se puede observar en un video que grabó la joven, ellas le pedía al sujeto: “¡Déjelo, déjelo tranquilo! ¡Suelte al ‘pato’”, mientras que él, con el ave en sus manos sin un porqué, le contestó: “¿Por qué? (...) Si no te estoy haciendo nada”.

En eso, el tipo dejó al guanay sobre la arena. Pero los intercambios continuaron, ya que una señora del grupo se le acercó para encararla: “No te comportes como una persona psiquiátrica, te estás comportando como una psiquiátrica (...) ¡¿Qué estudias?! Dime tú qué estudias”.

El ave juvenil fue devuelta a su ambiente, comenzó a caminar y se sacudió. Mientras, el conflicto entre Josefina y su amigo ante el resto del grupo “empeoró en cuanto a agresión verbal, y se acercaban cada vez más físicamente a nosotros”.

Ante aquel escenario, Josefina y su compañero decidieron retirarse para que “la situación no escalara a mayores”. dice. “Y a medida que nos íbamos alejando, subían de tono los insultos”, según relata ella, quien además comenta: “Hoy no se sabe si las personas portan algún tipo de arma o simplemente son capaces de agredirnos sin ser provocados”.

En cuanto a qué pasó con el guanay tras el conflicto, ella dice que “honestamente no sé”, porque “temía por mi integridad física, ya que este grupo de personas comenzó a insultarnos y querían quitarnos el teléfono”, cuenta. “Así que nos fuimos, mientras ellos continuaban con los improperios”, los cuales eran “cada vez peores”, precisa.

Eso sí, al haber más turistas en el lugar “me quedé algo más tranquila, y con el hecho de que lo soltaron”, expresa sobre el destino del ave.

Por qué no manipular

A horas de lo ocurrido, Josefina decidió hacer pública la situación y compartió una serie de registros en su cuenta de Instagram, los que se viralizaron en redes sociales. Después la contactaron desde el Servicio Agrícola y Ganadero (SAG) para que enviara los registros y les relatara su versión de lo ocurrido, y eventualmente dar con las personas en cuestión. Le advirtieron que el caso puede resultar tarado.

Eso sí, este caso en concreto, al tratarse de fauna costera, fue derivado a Sernapesca, según aclarar desde el Sag a La Cuarta.

Josefina “no sabía sabía 100%” si la regulación permite o no la manipulación de fauna nativa: “Más allá de si es ilegal o no, fue un instinto de defender al cormorán”, asegura.

En Chile, el Reglamento de La Ley de Caza prohíbe la captura y caza de cientos de especies que se encuentran en riesgo de conservación, entre las que se encuentra el ave de este caso (L. bougainvillii), que está en la categoría de “Casi Amenazada” del Ministerio del Medio Ambiente; por lo que además su manipulación se encuentra regulada.

Sobre qué hacer en caso de presenciar una situación similar, Fernanda Pizarro, veterinaria y divulgadora sobre fauna chilena, aconseja “acercarse a la persona de manera respetuosa, explicando que lo que se está haciendo es ilegal, y que si no dejan al animal tranquilo se llamará al SAG, arriesgando una multa entre 3 a 50 UTM”, es decir, a un castigo que podría ir entre los 200 mil y los cerca de $2 millones y medio.

Además, según aconseja Pizarro a La Cuarta, “grabar el suceso en caso de que exista una mala disposición o agresividad siempre es una buena herramienta, ya que sirve para exponer el caso y una posterior denuncia”.

Sobre este individuo inmaduro de guanay, pertenece a una especie de cormorán —o sea la familia Phalacrocoracidae— que habita las costas de Perú hasta el sur de Chile, específicamente hasta Chiloé, Región de Los Lagos.

“De forma recurrente se pueden encontrar ejemplares debilitados en la playa, lo que principalmente se debe a falta de alimentación”, advierte Ivo Tejeda, director ejecutivo de la Red de Observadores de Aves y Vida Silvestre de Chile (ROC), a La Cuarta, sobre una situación que en general se debería al fenómeno de El Niño, el cual ocasiona una “gran escasez” de la anchoveta (Engraulis ringens), un pequeño pez que suele habitar no más de 50 metros de profundidad.

Así, en busca de razones sobre por qué habría sido posible que el niño tomara al ave, Tejeda advierte que esta especie “también se ve afectada por la influenza aviar, con episodios relevantes durante los últimos años que han causado eventos de mortandad”.

Entregado ese contexto, el especialista advierte que “encontrar un individuo en un estado débil, como para poder tomarlo, implica que tiene un problema; aunque el diagnóstico en específico requiere de una evaluación por parte de un especialista”.

Además, “tomarlo sin medidas de seguridad es un riesgo para la persona, en caso de que el ave se encuentre enferma”, dice Tejeda. Y añade que “las poblaciones de la especie se encuentran disminuidas luego de los fuertes eventos de El Niño e influenza aviar”, por lo tanto, “es importante que estos individuos debilitados puedan ser trasladados a un centro de rehabilitación y atendidos, para su posterior reinserción en su hábitat”.

Pequeño guanay

El guanay es una especie en que sus nidos son construidos en general por el macho, usando una mezcla de guano, plumas, paja y otros materiales que le den consistencia. Luego la hembra pone entre dos y cuatro huevos, los que son incubados por ambos padres durante unos 27 días. Una vez nacen los pichones, los papás se turnan para buscar alimento durante dos meses, siendo “usual” que uno de los adultos se quede protegiendo a sus retoños, según describe Tejeda, también autor de la ficha de L. bougainvillii para el Atlas de Aves Nidificantes.

En Chile, residen seis especies de la Phalacrocoracidae, siendo tres de ellas más parecidas de aspecto entre sí y parte del género Leucocarbo, que son el propio guanay, el cormorán de las rocas (L. magellanicus) y el imperial (L. atriceps).

Si bien es relativamente fácil distinguir a esta triada de linajes cuando son adultos, de juveniles resultan más similares sus plumajes, por lo que para diferenciarlos Tejeda recomienda fijarse en una zona en específico: “El cormorán de las rocas tiene cuello entero negro, el imperial tiene cuello blanco tanto al frente como a los lados”, dice, mientras que la parte oscura del guanay está en le punto intercedio entre L. magellanicus y L. atriceps en cuando a cantidad de oscuro respecta.

“Los animales silvestres nos perciben como una amenaza, no son mascotas y no están acostumbrados a estar en contacto directo con nosotros”, reflexiona Pizarro, por lo tanto, “se estresan mucho cuando son manipulados”, remarca, más allá de la arista legal del caso en cuestión.

“Cuando hablamos de estrés en animales silvestres no se trata de un ‘problema emocional’ como lo entendemos en humanos, sino de una respuesta fisiológica del cuerpo ante un estímulo que el animal percibe como amenaza”, aclara, esta vez, en cuando a la manipulación de fauna. “Para un animal silvestre, ser manipulado es como si lo atacara un depredador”, remarca. “Su cuerpo entra en modo supervivencia, porque su organismo reacciona para defenderse”, estado que si “se repite o es prolongado, puede enfermarlo o incluso causarle la muerte”.

Dicho eso, la veterinaria va más allá y cita una afección conocida como miopatía por captura —que suele afectar el tejido muscular—, la que incluso puede provocarles la muerte a un animales “hasta semanas después de la manipulación”, advierte.

Igual, la veterinaria aclara que en ocasiones la manipulación de fauna resulta “necesaria” cuando un animal se encuentra enfermo o herido, para lo que se requiere contactar al SAG o el centro rehabilitación más cercano para conocer los pasos a seguir según el caso o la especie. “Pero por ningún motivo, manipular fauna silvestre solo porque sí”, cierra.