Confesiones de una separada: Amores que no se olvidan

Eso de encontrarse con el ex, tiene su qué. Lo primero es escoger la ropa -el qué me pongo me persigue desde el colegio, en las "monjas"-, luego de más de una hora de saca y pon... con la mitad de la ropa en el suelo, sales lista; divina de muerte. Pero vas en el metro y te baja la inseguridad: ¿me veo guapa? ¿Muy vieja? Da igual, porque compró boleto para otro tren.

Llegas a la cafetería, sigue con ese look de intelectual, el mismo que te conquistó, pero ahora hay que hablar de repartición, pensión, tuición y cuánta "ción" exista, que por Dios que en este país divorciarse cuesta más que que te aprueben un hipotecario; siempre hay un papel, un trámite pendiente. Pero como me dijo una amiga, hay que acordar un cláusula donde quede todo a gusto del consumidor, una que ella llama del "equilibrista" -por la delgada cuerda en la que se negocia-, pero si el equilibrista se cae -cruzo los dedos para que sea del elenco del Circo del Sol-, todo termina en el tacho de la oficina del abogado. Y vuelta a empezar.

Pese a mis vaivenes del alma, esos que tiene controlados la ex traidora -mi sicóloga que viene del sur cada 15 días a escucharme-, la conversación fluye. Y es que después de 20 años de matrimonio somos dos almas que siguen su camino como rieles de un tren que nunca se cruzarán o como diría Sábato, un túnel de ida y vuelta, algo así como el de Lo Prado, ese que cruzamos para ir felices a la costa (estoy como los presos marcando los días para salir de vacaciones).

Pero no siempre la vida fluye así. A la Anita, una de mis amigas del colegio, el marido la dejó por una veinteañera... la crisis de los 45, se compró una moto, se inscribió en un gimnasio, se olvidó que tenía hijos y un día dijo: "adiós". Agarró una maleta, como quien parte al aeropuerto, tomó las llaves del auto y se fue.

La Anita lloró y lloró como seis meses, pero antes llamó a Los Traperos de Emaus para que se llevarán todo lo del él. Un día dejó de comprar pañuelos desechables y se embarcó con un "limpiecito", como dice ella. Se lo presentó una amiga -que ya lo había "probado"-, con una advertencia: "es un chanta, no te enganches, pero para las necesidad vitales del 'body' funciona". Y así fue, lleva un año con su "pinche", va y viene... él no soporta su humor negro y ella no quiere enamorarse. Le llamamos el "mino del depa", como buen separado con suerte tiene una mesita en el comedor, pero en su pieza no falta nada: hay de todo y para todo, es cosa de echar a volar la imaginación -le lleva hasta espejo en el techo. Creo que la estoy envidiando, lo bueno es que no soy la única, es envidia colectiva, todas quisiéramos tener al "hombre del depa", ese que te "roba" un beso y estás en el cielo. Aunque para ser honesta, la Anita dice que no es egoísta y que lo puede compartir.

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