Crónica

“Comer los cuerpos sólo fue ganar tiempo…”: los dramáticos testimonios de los sobrevivientes de la tragedia de los Andes

La tragedia o el milagro de Los Andes. Veintinueve muertos luego de que el avión 571 de la Fuerza Aérea uruguaya se incrustara en la Cordillera de Los Andes. Tan sólo dieciséis sobrevivientes que esperaron por setenta y dos días el rescate. Jóvenes rugbistas que debieron comer —contra su propia voluntad— la carne de sus amigos para no seguir su mismo destino. Una historia que es libro, documental y película.

La historia de los dieciséis sobrevivientes. Eduardo Ignacio

“Vi que mis piernas seguían ahí, mis brazos seguían ahí, había sobrevivido”, le dijo Roberto Canessa, aún con un dejo de incredulidad, a Victoria Derbyshire de la BBC en 2016.

Él, un estudiante de medicina de 19 años, fue uno de los pocos que pudo contarlo. Lo constató en cuanto abrió los ojos y se puso de pie: “No podía creerlo. Miraba a mi alrededor y todo era un desastre. Algunos amigos estaban muertos, otros estaban heridos, sangrando, algunos tenían pedazos de metales incrustados”.

Un par de minutos antes, el avión FH-227D de la Fuerza Aérea uruguaya que lo llevaba a bordo a él y a otras cuarenta y cuatro personas —la mayoría parte del equipo escolar de rugby Old Christians Club de Montevideo— con destino a Santiago de Chile, colapsó en plena Cordillera de Los Andes. Era el viernes 13 de octubre de 1972. Doce murieron de forma instantánea. Otras diecisiete se sumaron a la fatídica lista en las horas siguientes. Heridas graves, hambre o las condiciones climáticas los fueron apagando de a poco. Un grupo de apenas dieciséis logró permanecer con vida, a costa de hacer algo que los perseguirá para siempre —y de lo que se arrepintieron durante años—: comieron a sus compañeros muertos.

Rescatados setenta y dos días después de la tragedia, su historia se conoció mundialmente como El milagro de Los Andes e inspiró decenas de libros y películas. La última de ellas, La sociedad de la nieve, estrenada el pasado mes de diciembre en Netflix.

Otro de los sobrevivientes que ha perpetuado el relato es Roy Harley, estudiante de ingeniería industrial de 20 años. “A mi señora le aburre que siempre cuente lo mismo pero me fascina”, confesó hace un tiempo, con una sonrisa, en una charla Infobae. Aunque nada más recuerda la primera noche le cambia el rostro: “Si el infierno existiera, eso fue el infierno. Vivimos una noche en el infierno. Lo recuerdo de una manera impresionante. Revivo las sensaciones, siento el frío, siento las charlas. Tenía una persona a los pies que se quejaba y que le faltaba un cacho de la cara. Y a mí me daba miedo reconfortarlo, tocarlo, decirle alguna palabra”.

Al cabo de unos días, cuando aún estaban convencidos de que alguien acudiría a su búsqueda, consiguieron arreglar una radio que captaba transmisiones uruguayas. Pero de ahí escucharon lo peor: “Hoy 23 de octubre se suspende toda la búsqueda del avión uruguayo caído en la Cordillera (...); se estima que mediados de enero, primeros días de febrero, se podrán hacer excursiones para buscar y encontrar los restos y los cuerpos del accidente”. En otras palabras, los daban por muertos.

“Fue un golpe durísimo, después de las muertes, del frío y de la desesperación, pero detuvo una incertidumbre. Dijo basta, se acabó, a ustedes no los buscan más, ahora depende de ustedes”, recuerda Harley.

Eduardo Ignacio

En ese lapso, añade Canessa, quien también registró todo en un libro, “nos congelábamos por la temperatura (...); para los que quedaron, sólo había rocas y nieve. No había nada que comer y sentíamos mucha, mucha hambre”. En un principio, sostuvo, “pensamos en el cuero de los zapatos o de las correas”, pero al masticar el material, cayeron en cuenta que los intoxicaba “porque tenía muchos químicos”. Así las cosas, en determinado momento se quedaron sin más opciones.

Entonces, alguien hizo una sugerencia que parecía una locura: “Creo que me estoy volviendo loco, porque estoy pensando en comerme los cuerpos de nuestros amigos”.

Canessa se encontró de golpe en una disyuntiva no menor: de poco servirían sus esfuerzos, su organización, si no se alimentaban; pero eran los cuerpos de sus amigos. En su relato, “yo era estudiante de medicina y vi carne, grasa, proteínas, carbohidratos” y sin embargo, al mismo tiempo, “sentía que de alguna forma estaba violando su intimidad”.

Continuó: “Alguien dijo ‘bueno, si Jesucristo dijo en la Última Cena tomen mi cuerpo y mi sangre, está bien’. Para mí no era la Última Cena. Aunque luego me pregunté qué pensaría yo si fuera uno de los cadáveres”.

Su conclusión con el paso de las horas es que sentiría orgullo de que su cuerpo sea usado por amigos para poder subsistir. Es más, Canessa desde ese instante cree tener “una parte de mis amigos dentro de mí”, de modo que “tengo que ser agradecido con su memoria”.

“Comer los cuerpos, para vivir lo suficiente hasta ser rescatados, fue más difícil para algunos que para otros”, reconoció después el entonces estudiante de medicina, y lo calificó “como un experimento humano”. Sin embargo, a diferencia de lo que muchos creen, para él no fue lo más difícil: “Comer los cuerpos sólo fue ganar tiempo”.

Sobrevivimos porque fuimos un equipo, trabajamos juntos, nos ayudábamos. Sobrevivimos porque salimos de las montañas, caminando, durante once días. Una de las cosas que nos ayudó a interactuar fue que éramos un grupo, habíamos crecido juntos. Lo único que teníamos era la vida y decías ‘voy a mantener esto y ver qué pasa, contra todas las probabilidades’”, completó.

Roy Harley convalida esa opinión: “¿Hasta cuándo hubiésemos seguido esperando, sin actuar, sin organizarnos? Para mí la historia tuvo un montón de cosas buenas: que no nos busquen más fue una buena noticia; usar los cuerpos fue una buena decisión; el alud, que si bien mató a ocho compañeros, nos hizo unirnos más como grupo y dejar las camarillas; haber encontrado la cola del avión renovó nuestras esperanzas”.

Eduardo Ignacio

El 23 de diciembre los rescataron. A ellos y a los otros catorce. Estaban flacos, sus cuerpos al límite, ya no eran capaces de hacer digestión. Harley, por ejemplo, el 13 de octubre se subió al avión pesando 85 kilos de músculo. Lo encontraron con 38. Estuvo quince días en estado crítico en el hospital. Apenas pudo regresar a su país el 15 de enero de 1973. Lo hizo con una cámara Olympus que le prestó su padre y guardaba siete postales de esos días. Cuatro de ellas las presentó en Infobae, el resto es parte de una colección más íntima.

Canessa, sobre la tragedia, suele resumirse: “Me di cuenta de lo frágil que era la línea que separa la vida de la muerte, así que desde entonces disfruto más de vivir”.

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