Confesiones de una separada: Carne a la vena

Tras el fin de semana dieciochero, me tienen agotada los gurú de la dietas detox. Adelantándome, comencé mi purificación hace seis meses. El verano me dejó seis kilos extra, los ataques nocturnos por los carbohidratos me perseguían -una marraqueta con mantequilla es irresitible, el problema es que comerse tres a las 11 de la noche no es sano.

Así que investigando, se entiende que por internet, descubrí que los atracones son un trastorno alimenticio y si ya de fábrica vengo "fallada", tenía que ponerle atajo. Fui a un doctor que trata las enfermedades con la comida. La primera impresión fue de alto impacto, era casi, siendo generosa, mórbido. No sabía si arrancar o ingresar a la consulta. Me quedé, me habló de por qué ser ¡¡¡vegana!!!! Lo miré y le solté un "ni siquiera soy vegetariana". Mientras escribía lo que comería durante 3 meses, mi cabecita recordaba que horas antes había estado con un mino.

Decidí que el Viernes Santo era el día indicado. Me sumaría a los miles de católicos que no comen carne. Me preparé, investigue recetas… todo se veía exquisito, lo juro. Lo primero que hice fueron hamburguesas de quínoa, luego lasaña de polenta y arepas. ¿Resultado? Un desastre. Mi intención de convertirme en una cocinera vegana se fue al tarro de la basura, igual que todo lo que había preparado.

Durante tres meses mi comida se redujo a un jugo en ayunas de manzana y zanahoria (me tapaba la nariz, como cuando era chica, porque me daban arcadas), luego un batido de linaza y otras cosas más, fruta, legumbres y verduras. Lo bueno es que no sólo me sentía mejor, sino que empecé a bajar de peso. En tres meses, cuatro kilos se esfumaron. Volví al doctor, le dije que necesitaba comer pescados. Permiso concedido. Corrí a la feria y adquirí una merluza, la preparé al horno. Invité a unas amigas, tenía que celebrar. Me dejaron plantada. Me serví una porción bastante grande, pero terminé comiéndomela toda. No volví al doctor y me di permiso para integrar pastas, arroz, leche asada… Adiós al sacajugos y a la juguera de los batidos.

Pero mi meta era el 18 de septiembre. En mis sueños veía un costillar entre mis dedos. Llegó el día. Un cordero al palo me coqueteaba. Una vez que estuvo listo, me sentí observada. Toda la familia -más de 40 personas- no me quitaba los ojos de encima. Puse en mi boca ese costillar, creo que mi cara superó las expectativas. Después de seis meses -tres de vegana y tres como vegetariana-, un aplauso grande, grande, me volvió a la vida, mi padre me dio un beso gordo (podría haber sido un mino, pero se agradece del alma). Volvía a ser la Clarita que no se despega de la parrilla y que brinda por todo. Mi aventura llegó a su fin, está claro que la balanza volverá a ser mi enemiga y los jeans se "achicarán" después de lavarlos, pero necesitaba volver a la vida, carne incluida.

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