Confesiones de una separada: ¡¡¡Odio al mundo!!!

Aunque soy pacífica, a veces el día me supera. No soy Mafalda, no quiero bajarme del mundo: me gusta sentir la alarma en la mañana -significa que escucho-, si me estiro como una gata -mi cuerpo responde- y si al bajarme de la cama puedo caminar… ningún saico me cortó en pedacitos mientras dormía. Pero, lo que más me gusta de las primeras horas de sol, es el beso en la mejilla que durante 14 años me dio, en la entrada del colegio, mi hijo mayor.

A dos semanas de la PSU veo a todos los chicos estresados, deseando que el día tenga 48 horas para estudiar lo que no hicieron en un año. Aunque nos gusta pensar que nuestros hijos superarán los 700 puntos, sabemos que no será así. No hay nada malo en tener un hijo que le cuesta el colegio, que con suerte pasa matemática o física, que tal vez repitió, que tuvo sicopedagoga, profesor particular o tomó Ritalín, esa "droga" que los deja tranquilos -zombies vivientes en una sala de clases.

Pero mi furia no vino por la PSU. Tenía el día planificado, de esos que sabes que tendrás que correr, pero que la noche te recompensará. No hay plan perfecto ni día con 48 horas. La alarma no me despertó, olvidé ponerla, eran las 7:50 y la de 15 años tenía una prueba a las 8 de la mañana. Corrí, abro el refrigerador y su tupper con comida "alguien" se lo había comido. Rápido, al auto. No tenía un peso para el vale del almuerzo… así que lo debe, lo mismo que los libros de la biblioteca.

Luego, pasé a comprar gravilla. Me salió más caro el despacho que los 30 sacos de 25 kilos. A la casa, ducha, escoger la ropa, un poco de maquillaje y correr a la oficina... Todo el día apurándome, pero justo cuando voy saliendo, viene un jefe -soy afortunadísima, tengo ¡tres!- a pedirme un informe!!! Logré terminar, ya eran las 8 de la tarde, corrí a la casa… y como andaba de malas pulgas, entré, vi un librero que llevaba días queriendo subirlo al segundo piso. ¿Qué hice? Sin pensarlo lo subí solita, al llegar al 14° escalón, me desestabilicé, el mueble cayó sobre mí y rodé por la escalera. Aunque la gente dice que ve su vida pasar cuando piensa que va al mundo del que no se vuelve, yo lo único que pensaba era ¡¡cuántos escalones faltan para aterrizar!! Paré, pero no quería moverme, me sentía como en una película, cuado la mala tira a la chica buena por la escalera para que muera o quede inválida. Estuve unos minutos botada, inerte… pero, al igual que todas las mañanas, empecé por la cabeza, luego las manos, hasta que me paré, todo estaba donde tenía que estar, sólo un chichón en la cabeza y cada pedacito de piel con hematomas… mientras en un box de urgencias maldecía la alarma que olvidé poner, los sacos de gravilla y mis jefes, mi basquetbolista, del mismo que había arrancado por celópata, estaba ahí con su: "pequeñita, cuándo vas a aprender que no estás sola".

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