Confesiones de una separada: Quiero ser un imán

Aunque la meta de mi sicóloga es hacer de mí una persona ordenada y enfocada, la verdad es que poco avanzamos. Mientras ella me hace una lista de los cambios que tengo que hacer, mi cabecita sólo piensa en que necesito un mino. Es que cada vez que logro ordenar un frente, llámese lavado de ropa, niños o la pega, la baraja se desordena -igual que mis aventuras.

Su último consejo fue que pusiera atención en lo que hacía, porque vivo perdiendo las cosas, sobre todo los lápices y gomas - como una colegiala escribo con lápiz mina-, pero estoy convencida de que en la oficina hay un "roba gomas", no puede ser que una goma rosada (soy mina, ya) desaparezca; también soy experta en quebrar cosas. De los 12 platos hondos que tenía en marzo, hoy quedan 5. ¿Vasos y copas? Mejor no hablar.

Y a eso agréguese los electrodomésticos. La tecnología no va conmigo, tenemos una relación de amor/odio, mientras más distante estamos, mejor para mí y, de paso, para el bienestar del hogar. Soy como el Rey Midas, sólo que todo lo que toco lo echo a perder.

Los artefactos tienen vida propia, mi último microondas manejaba el tiempo a su antojo. Ponía 2 minutos y de la nada la perilla aparecía en 5 o en 10 minutos y, como no tengo conciencia del tiempo, sólo me di cuenta cuando sacando una tasa de leche me quemé, obvio que la solté y se estrelló en el piso, la leche corría a sus anchas. O la aspiradora, que tras fundirla invertí en una turbo, súper ultra moderna... duró tres meses, estaba aspirando y de la nada, juro que de un segundo a otro, dejó de hacerlo. Esa tarde mi hijo me soltó un "usa la garantía, pero esta semana, no en un año más!". Dicen que mi solución es la "no solución", que me acostumbro a convivir con los desaguisados hogareños. Pero mi sicóloga, que siempre tiene una explicación para todo, dice que tengo "magnetismo"... como si fuera una carga eléctrica.

El último de los aparatos que me eché, fue una de esas mini jugueras que sirven para hacer batidos. La adquirí cuando empecé a vivir como vegana (no digo cuánto cuesta dejar de comer carne), pero en menos de tres meses dejó de existir. El tres siempre me persigue, la pesa, otra enemiga declarada, marca tres kilos más de lo que estoy segura que peso; ahí la tengo abandonada, decidí que no me subiría más, así no le doy en el gusto.

Ya en la oficina la cosa se pone fea, el computador se va a negro, los programas se cierran, todo se pega, pero tengo un compañerito millennials que me soluciona la vida. Cada vez que me saca de un problema (como ayer que había perdido el audio de una entrevista), me abalanzó sobre él, le doy un besote, seguido de un "¡¡¡te adoro!!!" Lástima que tengo un regla de oro: nunca, nunca, meterse con un mino de la pega, aunque difícil que me pesque un sub 30.

Mejor exploraré los alcances de mi magnetismo, podría partir pidiéndole a San Antonio que mi cuerpecito funcione como un imán atrapa minos. Es una de esas funciona.

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