Crónica

El garzón José Santos es lo más viejito de la Confitería Torres

Tiernos 17 años tenía José Santos Cuevas Córdova cuando decidió dejar de ganar un peso al día en una barraca en su natal Villarica, para engancharse en un tren que partió con diez vagones cargados de hombres que recogía por el camino, y llegó con 20 pepas a Concepción.

Luego de comerse una marraqueta que les dieron los amarretes que lo contrataron, la mano de obra partió a su destino final en las minas de carbón. En Lota José Santos trabajó seis años para luego ir a probar suerte a la capital en donde lo recibió una hermana menor que trabajaba como cajera.

El veterano que ahora tiene 87 años llegó a Santiago por primera vez en 1958 con tres décadas a cuestas, caminó desde la Estación Central por la Alameda hacia el centro y un antiguo dueño de la Confitería Torres, Bartolomé Alomar Arellano, le dijo: "Ven, ¿querís trabajar? Pasa para adentro, y así encontré trabajo sin siquiera buscarlo", recordó.

De ahí José Santos ha visto pasar varias administraciones y para él una de las mejores es la última porque el boliche está a cargo de sus dueños y no de arrendatarios que tiraban la esponja ante el primer problema y esperaban el fin de la concesión para entregar el boliche.

"Fui lavaplatos dos años, después un año fui sanguchero, luego pasé a la barra de copero otro año, y una vez cuando los garzones salieron de vacaciones partí como reemplazante", contó.

Hasta que se canse

Con tantos años a cuestas la jornada del tata es de lunes a viernes de 09.00 a 16.00 horas, y no piensa jubilar en un futuro cercano. "Trabajaré hasta que me canse y aún no pasa eso", contó el garzón que está a cargo de cuatro mesitas del tradicional café, que es lo único más viejo que él, porque lleva 138 años funcionando.

En la confitería también conoció a una lola 15 años menor, llamada Carmen González, quien le dio dos hijos, tres nietos y dos bisnietos.

Sus colegas nuevos lo quieren, respetan y lo suben al columpio con cariño al decir que el veterano “está haciendo la práctica”.

José Santos se deja querer y parte a atender una mesa como si fuera el primer día cuando llegó con una maleta a vivir a la ciudad.

Él tiene claro que su vida está ligada "al Torres", como le dice, ya que lo ha dicho a los cuatro vientos: "Cuando me retire va a ser la final... me voy a morir altiro... se me cae toda la depresión porque uno está acostumbrado a este ritmo, a conversar, ¿y en la casa qué  va a hacer uno?".

Y se contesta al toque: "Ahí a uno va estar sentado y ahí me va a venir todos los achaques".

Por eso se mueve ágil, como cuando tenía los treintaitantos con que llegó a pedir pega al local que ahora cuenta con 115 años.

Todos han hincado el diente ahí

La Confitería Torres abrió sus puertas en 1879 y desde 1910 se ubica en la Alameda #1570.

Por sus salones han pasado los políticos más importantes de la República desde antes que dieran boletas ideológicamente falsas.

El café también es famoso porque bautizó al sánguche de carne con queso derretido como Barros Luco en honor al presidente que siempre los pedía en el local.

Ahora hay una sucursal en el Centro Cultural Palacio de La Moneda y otra en Isidora Goyenechea. A todas les va bacán.

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