El Rambo del centro de Santiago murió gritando ¡Viva Chile!

Sigisfredo Victoriano Venegas de niño le hizo el quite al colegio y, según su hermano Ramón, cuando lo mandaban a clases se escapaba a cazar palomas o ratones, pero nuestro amigo no era flojo.
El hombre, que tuvo 17 hijos de cinco mujeres diferentes, comenzó a trabajar de cabro chico y también lo hizo el día de su muerte, cuando la Pelá lo pilló a los 66 años en su casa de La Pintana, junto a su pareja de los últimos 25 años, Edith Muñoz.
Según sus cercanos, falleció feliz porque le dio un ataque al miocardio fulminante cuando celebraba en la calle el gol de Jean Beausejour, que determinó el definitivo 3-1 de Chile sobre Australia.
"Salió a buscar a un vecino para comentarle el triunfo de la Selección, pero alcanzó a decir vecino, vecino, y se murió, así, de repente, altiro, y no volvió a decir nada más", recordó luego de brindar con un gloreado su hermano Ramón, de 79 años.
El veterano agregó que Sigisfredo fue el cuarto de cinco hermanos que crecieron en las cercanías de la plaza Bogotá, y contó que compatibilizó su pega en el casco antiguo de la capital con la atención de un puesto en la feria, donde vendía canela y aliños.
Mientras tanto, su sobrino Carlos Pozo dijo que hace dos meses había sufrido un preinfarto que lo tuvo entre las cuerdas, y que la emoción del triunfo de la Roja que experimentó el fanático del Colo Colo fue demasiada para su corazón.
Además, su gusto por la buena mesa se habría sumado a los detonantes que le quitaron la vida tapándole las arterias, porque el mayor lujo que se daba el vendedor y comediante callejero era comer rico y harto.
"Era muy bueno para la carnecita y para el desayuno y la once le gustaba la malta con huevo", contó Carlos.
Típico
Su partida causó conmoción entre los millones de capitalinos que alguna vez lo vieron trabajando en el centro, donde se hizo famoso por sus disfraces y llamativa forma de vender ¡La Segundaaa! y ¡el Kiiino!.
Los trajes que él mismo confeccionaba a mano lo caracterizaron como mono, oso, preso, loco, presidente, Farkas, árabe, El Zorro y La Momia, pero el que lo llevó a algunos programas de televisión como "Sábados Gigantes" fue el de Rambo.
Con una bazuca de mentira, un cintillo rojo y una polera musculosa, Sigisfredo llegaba de lunes a viernes a las dos y media de la tarde a vender diarios a la esquina de Huérfanos con Morandé, donde compartió durante 20 años con el manicero Rodolfo Marambio.
"Era muy alegre. Muchas veces nos tomamos juntos un copete en El Lagar, pero en el último tiempo no lo noté bien, estaba más delgado y decaído", recordó.
En lo que todos concuerdan es que el Rambo no le hacía mal a nadie y, si bien era medio picarón, porque algunas noches no llegaba a dormir a la casa, su mujer manifestó que lo recordará con mucho amor. Además a despedirlo asistieron once de sus 17 hijos, que van de los 18 a los 44 años.
Sobre su féretro alguien puso una lata de cerveza para que en la otra vida sacie la sed y una bandera del Eterno Campeón.
Antes de ser sepultado en el Cementerio Metropolitano, su cuerpo liderando una caravana recorrió su querido lugar de trabajo.
Algunos de sus amigos adornaron la esquina que lo vio echar la talla con un improvisado altar que le lleva una flor, un banderín del Colo y algunas fotos de un hombre que entregó alegría y se fue con ese sentimiento en el corazón.
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