Una visión tradicional contempla los roles entre el hombre y la mujer definidos, mientras ella se ocupa de la crianza y el cuidado de los hijos, él es el proveedor.

Es evidente que la situación hoy es muy distinta, lo que se refleja no sólo en la distribución de los roles, sino en la transformación del concepto mismo de familia.

No obstante, muchas mujeres dependen en lo económico de los recursos que le sean asignados por el marido o el conviviente, lo que si es voluntariamente aceptado no genera inconvenientes. Sin embargo en muchos casos la mujer no tiene ninguna posibilidad de revertir este escenario, siendo este el obstáculo esencial para poner fin a una relación que podría revestir en ocasiones un tipo de violencia, no obstante puede estar "normalizada" por la propia mujer, quien podría llegar a la convicción de que es lo que le toca vivir.

Bajo esta fórmula se esconde un tipo de violencia psicológica cuya evidencia resulta compleja de demostrar. Aquí no hay lesiones, ni magulladuras, pero años de subordinación económica pueden dañar la autoestima y la seguridad. Para salir de este círculo, una mujer que carece de apoyo familiar y las redes adecuadas probablemente requiera de un especialista o de la derivación a un centro que le permita tomar conciencia del daño experimentado.