María, Elizabeth y Alberto Segovia, hermanos de Darío, uno de los mineros atrapados a 700 metros bajo tierra, no durmieron en toda la noche. En sus corazones, estaba viva la esperanza de que temprano en la mañana la T-130 perforaría el taller.

Era cerca de las 8 de la mañana cuando ya se transmitía, de boca en boca, que la máquina había cumplido su tarea. Alberto se subió al cerro de las banderas y se quedó meditando, esperando en forma solitaria que la noticia fuera verdad. Y allí se quedó hasta que en la carpa de los Gómez se gritó al unísono: ¡Rompieron!

En ese momento, Elizabeth Segovia corrió hasta su carpa, tomó la bandera que corresponde a su hermano y, casi sin pensarlo, comenzó a correr a toda velocidad hacia la cima de la colina con los 33 emblemas y, era que no, con los ojos llenos de lágrimas alegres. No le importó caerse ni resbalarse. Sólo quería estar junto a su hermano Beto. Al estar frente a él, se fundieron en un abrazo eterno.

"Lo primero que se me vino a la mente fue ir a saludar a mi hermano que estaba solo en el cerro. Le llevé la bandera que había olvidado y nos abrazamos muy fuerte porque sabemos que pronto veremos a Darío", dijo Elizabeth emocionada.

Mientras, su hermano Alberto dijo al diario pop que "han sido dos meses muy largos y en los que vivimos muchas cosas. Lo que viene ahora, aunque sean dos, tres o diez días, no será nada comparado con lo ocurrido. Estamos felices porque estamos cada vez más cerca de volver a abrazar a nuestro hermano".

Así vivieron el histórico momento Los Segovia, familia célebre entre las 33 que esperan a los suyos en el campamento junto a la mina San José.