Luis Araya es una manzana podrida de la población Santa Julia, en Macul, un barrio donde sobran razones para que los árboles se críen chuecos y los frutos se apesten antes de la cosecha.

Hasta hoy sus padres -Raúl Araya, electricista y alcohólico, y Rosa Galaz, dueña de casa- viven en el mismo pasaje. Acercarse hasta su domicilio es casi imposible. Las esquinas están repletas de "soldados" que custodian los negocios de los narcos y de pungas de diversa cuantía armados con escopetas recortadas.

Cuando cabro Araya estudio en el Colegio Galvarino, uno más de la cadena de supermercados de la educación. Ahora la escuela se llama Colegio Particular N° 1 de Ñuñoa. Los que lo recuerdan aseguran que era más tranquilo que el Armonyl, buen alumno, no fumaba ni chupaba. En sus horas libres hacía clases de recuperación de matemáticas a sus compañertos porros. Quería ser ingeniero, pero la PAA no le dio para tanto. Entonces ingresó a estudiar Pedagogía en Matemáticas en el ex Pedagógico. Al finalizar el primer año tiró la esponja. "Se aburrió. Ser profesor era poca cosa para él", comentó un policía que lo conoce bien. Entonces ingresó a estudiar Comercio Exterior en un instituto. Se graduó y en 1996 encontró pega como asistente de finanzas en una empresa de Rancagua.

Al año siguiente se casó con Sandra Gómez Díaz, pero seguía insatisfecho. No ganaba suficiente para costear sus antojos. Le gustaba vivir bien, los autos de lujo y la ropa marquera. Reventó su cuenta corriente y su tarjeta de crédito.

Fue entonces cuando se le ocurrió utilizar sus conocimientos para robar en los cajeros automáticos. Para eso se asoció con su amigo de toda la vida, César Osorio, "El Zanahoria". Con él se dedicó a asaltar conductores en Rancagua, Santiago y Viña del Mar, para obligarlos a entregar sus claves y pasearlos de cajero en cajero hasta agotar sus fondos. Fue detenido en febrero de 1998. Le dieron 10 años de cárcel y Sandra lo abandonó.