Las tres vírgenes

"Nos juntamos en Providencia. Llegué vestida para conquistar el mundo… ya en la pega me habían preguntado toda la tarde "¿te toca?". Y yo, que aprendí a sobrevivir entre puros hombres, respondí: 'qué toca, quién toca'", comenta del Río.

Y si bien los astros se alinearon y logré juntarme con el bombón argentino, algo me decía que si no lograba ver Las tres Marías o La Cruz del Sur o, por último, el Lucero del alba, nada bueno resultaría.

El día acordado fue un lunes. Después de varios intentos fracasados para compartir un café, quedamos en un "after office"; pese a que me niego conocer a un hombre después de las 7 de la tarde, rompí mi regla, llevábamos 10 días wasapeándonos, hablando por teléfono, parecíamos pololos separados por la cordillera o así lo veía yo (soy mina, ya… sigo soñando).

Nos juntamos en Providencia. Llegué vestida para conquistar el mundo… ya en la pega me habían preguntado toda la tarde "¿te toca?". Y yo, que aprendí a sobrevivir entre puros hombres, respondí: "qué toca, quién toca". Nuevamente, si sabes, ya po' "¿te toca?". Nada peor para un machito que devolvérsela con un simple: "Si quieres saber si voy a tener sexo, pregunta en cristiano…", la cara que ponen es de alto impacto.

Él estaba en la barra conversando con el barman. Lo vi y me encantó, pensé "este es el mino que buscaba". Error!!! Tras un "¡Claritaaaaa! Al fin te conozco", comenzó, como buen porteño, un largo, pero largo, monólogo… . Me enteré de sus triunfos en el deporte - rugbista-, éxitos laborales -ingeniero-, pero cuando empezó a hablar de sus hazañas amorosas, pensé "otro que se cree ardiente en la cama". Apuré mi copa y, como no soy una tenneger, le dije: "Boludo, búscate una pendeja". Abrió sus ojos, así como un animé japonés de tan redondo que los puso, pero ni siquiera registré lo que dijo, mientras salía, bloqueado.

Quedé mosqueada, pero la noche estaba partiendo. Me pasé a otro bar, en la barra pedí un gin y unas croquetas de calamar. El gin entró a la vena, directo y sin anestesia. Estaba más que aburrida, pero me rehusé a reconocer que siempre me ilusiono, algo como "está vez, sí". Cuando ya iba en el segundo trago, se sentó al lado un chico de mediana edad, cero glamour -bien lejos del prospecto que esperaba. De aburrida me puse a conversar. Me contó que se estaba separando, sumado a un largo rosario de lamentaciones. Bebimos a la par, como dos almas que necesitan compañía. Y, supongo, que de aburrida -aunque creo que más por pasada de copas-, acepté ir a un motel. Pedí un Uber y, por defecto, puse mi dirección. Apoyé mi bello rostro en la puerta del copiloto y me dormí. Al llegar al N° 227, me desperté, lo miré con detención y dije: "Cariño, sigue tu camino". Me bajé, alcé la vista y de mis "tres vírgenes", nada. Como soy superticiosa, sólo saldré de caza si veo una estrella amiga. Aunque pensándolo bien, tendría que mudarme de ciudad, difícil ver algo en el cielo de Santiago.

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