[Reportaje] Nicanor Parra a través de los ojos de sus vecinos

"A veces a Nicanor le gustaba salir a pasear con su escarabajo. Se le ocurría que lo pusieran en medio del mirador. Podía estar horas dentro de ese escarabajo. Llegaba la gente y querían sacarle fotos, pero él se quedaba impávido dentro de ese escarabajo, mirando el mar", cuenta Andra Osorio, vecina de la calle Lincoln. Allí era donde Nicanor tenía su casa y en la que pidió ser sepultado, voluntad que su familia respetó. Ahora su tumba mirará eternamente hacia el mar , sobrevolada por las gaviotas.

"Fíjate que dentro de su anti-todo, él siempre pidió que lo enterraran acá. Porque él quería quedar entre Huidobro y Pablo Neruda. Y nosotros los crucinos estábamos recontentos cuando supimos que aquí iba a ser sepultado", dice Andrea mientras la salada brisa del océano le revuelve el cabello.

La vista desde su terraza es digna de una postal y la historia de la vivienda es un verdadero paseo a la memoria del sector. En ella vivió el primer antropólogo del país y la primera mujer pediatra. La leyenda dice que está maldita, pues un grupo de chicos de la universidad habría entrado en la casa durante la noche para pololear, prendieron una vela y se incendió todo, con ellos adentro.

Andrea se desempeña como terapeuta y declara ser una enamorada de Las Cruces. También reflexiona sobre la importancia del poeta para el sitio: "El turismo subió gracias a él. Para nosotros tenerlo acá era un orgullo".

Piropero

Aunque todos coinciden en que era un hombre muy reservado, Andrea asegura que admiraba mucho a las mujeres. De de vez en cuando hasta le brotaba algún piropo. Al estilo de un poeta, claro.

"Él era un galán de tomo y lomo. Le gustaban las mujeres grandes, voluminosas. Esas que no pasan desapercibidas. Le gustaba la típica mujer chilena, latinoamericana", recuerda la terapeuta. De eso también dar fe Laura Carvallo, monitora del taller de artesanía en la Casa de la Cultura de Las Cruces. "Un día quisimos hacer un taller de literatura para niños y queríamos que él fuera el jurado. Le pregunté a la Rosita, la señora que lo acompañaba, qué día podía yo ir a hacerle esta consulta". Nicanor aceptó verla después de su siesta, un jueves.

"Llegué a su casa y me dijo, como buen matemático: 'Me voy a correr por la tangente'. Él no quería ser jurado: quería conversar. Me recibió como un dandy y conversamos toda la tarde. Me contó cosas de su niñez en el sur, me mostró fotos de la Violeta. Cuando me fue a dejar a la puerta me dijo: 'hasta luego, señora, ojos de piscina'. Fue una tarde mágica", rememora. Y aún se ríe al recordar una anécdota que revela el particular sentido de humor del poeta: "Resulta que un día entró al taller y vio unas sillas. Él puso una arriba de la otra, pero al revés , y fue a la oficina a pedir una hoja. Allí escribió un 69 y lo dejó sobre la silla. La dejamos mucho tiempo puesta ahí. Era un tipo muy divertido".

Su picada favorita

"Don Checo" es un restaurant icónico de San Antonio y era allí donde Nicanor solía ir a comer. Su dueño, don Aldredo -a quien todos llaman 'El Checo'-, lo recuerda con cariño.

"Un día me dijo que afuera pusiera un cartel que dijera que las mejores cazuelas están acá. Le gustaban tanto que hasta quería que mi señora fuera a cocinarle en su casa de Las Cruces. 'O si no búscame un departamento cerca de su cocina', me dijo en broma. Siempre se sentaba en esa mesa, en la misma silla. Eso sí: no le gustaba que le tomaran fotos. Un día mi nieto intentó tomarle una a escondidas y el viejo lo cachó. Casi se nos fue, pero al final se quedó. Incluso bailó unas cuecas".

Agrega que Nicanor "tenía un carácter particular. Había que saber pillarlo. Cuando la gente quería sacarle fotos, se paraba y se iba. Él no entendía a la gente y la gente no lo entendía a él".

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