Crónica

Por ridículos $100 puede ganar cuatro milloncitos

Por fin es domingo y la mayoría de la barra pop puede dormir hasta tarde, desayunar en la cama y levantarse para poder acostarse a dormir siesta, pero hoy tiene un misión.

Si nos hace caso, lo agradecerá. No le cuesta nada ponerse las pantuflas para ir al kiosco de la esquina o a una agencia de Polla y desembolsar la ridícula cifra de cien pesos y comprar un "Raspe La Cuarta".

Si tiene algo de suerte puede multiplicar su inversión 40 mil veces porque el premio mayor es de $4.000.000.

Imagine todas las cosas que puede hacer con esa linda cifra. ¡Cuántos regalos podría realizar en Navidad, o el manso carrete para Año Nuevo! También puede pagar las deudas y quedar más liviano que los 33 mineros luego de reencontrarse con sus lindas señoras.

Háganos caso, no sea flojo y compre su cartón millonario. Jamás sentirá la partida de la gambita que cuesta el juego porque ahora esa cifra no sirve ni para hacer cantar a un ciego desafinado.

Ganar es más fácil que para un futbolista famoso conseguir una modelo como polola. Sólo le tiene que salir dos veces un monto que puede ser de $100, $200, $40.000 y $400.000. ¡Nada más!

Para el premio mayor debe descubrir sólo una vez las palas mágicas "La Cuarta", y ya está, se hace acreedor de una linda cifra que también le puede servir para pagar la universidad de su hijo o darse unas vacaciones soñadas con toda su parentela.

Lo más lindo del concurso, junto con los billetes, es que en los cartones salen doce mijitas ricas que hace apenas una semana dejaron de arrastrar la bolsa del pan, y son tan puras y castas que nunca han dado un beso con lengua ni bailan apretado.

Las doncellas, sólo porque consideraron tan maravilloso el juego de azar, aceptaron desprenderse de casi toda su ropa y adornar con su piel desnuda los boletos.

Si es califa y tiene buen gusto puede coleccionar los cartones y pegarlos donde se le ocurra. Le recomendamos plastificarlos para que le duren muchos años y cuando sea viejo, y lo único duro que tenga sean los callos de las patas, se acuerde de la época en que aún le latía el corazón.

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