Veterano carpintero vive igual que el Pájaro Loco
Arborícola, como los primeros humanoides. Entre papión sagrado y opinólogo; orangután y operador político.
Así vive el carpintero Óscar Germán Ulloa Torres (72). Por convicción y doctrina, sin dar la cuática ni mear a la gente que transita bajo las pasarelas de Viña del Mar para conseguir que el Gobierno le pague el arriendo de una mediagua.
Ulloa "andha" o camina por las sendas del homínido primitivo que no necesitó mostrar el poto para extorsionar al Serviu.
¿Qué es? ¿Un loro argentino, un tricahue chileno en extinción, Superman o un zorzal con obesidad mórbida?
¡No! ¡Es Ulloa!, que desde hace un mes habita una choza construida sobre la cumbre de un centenario aromo que se alza en medio de la plaza de Coya Pangal, en Rancagua.
Una leyenda local dice que desde la cima de ese árbol José Miguel Carrera observó cómo los españoles le sacaban la cresta a Bernardo O'Higgins, sin intervenir en la contienda.
Allí Óscar Ulloa duerme, come y, por las noches sueña con su natal Osorno y sus extintos padres, Crescencio y Aída.
Dice que sabe más que un ornitólogo de pájaros y que, por lo mismo, se siente cómodo viviendo como ellos, a varios metros del suelo, atrincherado en su pequeño hogar empotrado entre las ramas. Hasta "La Casa en el Árbol" llegó por casualidad.
"Antes vivía cerca del río. Me envolvía en una frazada. La pasaba mal. Muchas veces me robaron", contó a La Cuarta.
Su mala vida terminó cuando un caritativo taxista del sector "me pilló durmiendo en el canal. Me recogió y me trajo a este barrio. Habló con los vecinos y ellos me dijeron que me instalara en el árbol mientras no consiguiera otro hogar".
"Ni en sueños pensé que iba a vivir en un árbol. Yo trafico poco en la casa. Llego en la tarde tras hacer uno que otro pololito", añadió.
La verdad es que no es mucho lo que necesita laborar, porque los vecinos, y sobre todo los niños, "me traen cualquier cosita, hasta dulces".
Para acceder a la casita los vecinos le facilitaron una escalera. "En la noche un caballero la saca y la guarda, para que no me la roben. En la mañana, el mismo señor la pone para que yo pueda bajar", precisa.
El arborícola tiene un problema para vivir en las alturas. Una enfermedad lo obliga a cargar con una sonda, a través de la cual orina. El tema no le preocupa. Como todo el mundo sabe, los árboles, a veces, lloran por la noche y su rocío es percibido por los románticos, como el llanto de la naturaleza que sufre por los embates de la modernidad que la relega, cada vez más, a un segundo plano.
C.L/J.P/M.V
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