Cómo cambian las cosas. Si a fines de la dictadura nada era peor que tener un cabro metalero, por estos días contar con un enano fanático del rock es sinónimo de chochería total pa' sus papis.

Es que lejos de la imagen del chascón poblete de antaño, los fieles fanáticos del sonido metálico (actualmente domesticados trabajadores) han dado cátedra sobre cómo mantener una tendencia musical de generación en generación.

Ayer, en la conferencia que el grupo británico Iron Maiden realizó en el hotel Sheraton, cachamos cómo decenas de péndex criollos llegaron a ver por primera vez a los tatitas que tienen como máximos ídolos.

"Es porque somos buenos", explicó en pocas palabras el vocalista de la agrupación, Bruce Dickins, chocho con el público jaguar, a quienes cataloga como sus fans más entusiastas del mundo. No por nada en su show de esta noche en el Nacional se podrán jactar de haber reunido a más de 150 mil personas en sus últimas tres presentaciones en Chile.

Es que hace rato quedó en el pasado cuando en el año 1992 pechoños no los dejaron entrar al país por cargar con la chapa de "satánicos".

Así al menos lo probaron niños como Nicolás Pino (12) y Matías (9), dos pergenios que no sólo no están ni ahí con Justin Bieber, sino que tuvieron las patas de colarse al encuentro de Iron Maiden con la prensa nacional. "Estoy muy emocionado, soy fanático desde los cinco años y por fin los pude ver", confesó Pino.

Menos suerte corrió otro lote desde la calle. Vicente Ramírez (2 y medio) fue acompañado por su abuela, Marcela Santibáñez, quien contó: " No sabe hablar, pero los tararea y baila todas las canciones de Maiden".

Raúl Pezoa, papá de Agustín (3) agregó: "Los escucha todos los días". Y Ana Oróstica, mamita de Ignacia del Río (2) remató: "Son tradiciones que se traspasan a los hijos".

Para el especialista Hernán Rojas, de Radio Futuro, todo ocurre porque "los niños tienen la sensibilidad para conectarse con la música que es buena, además que tienen poco de donde agarrarse".