Por Eduardo OrtegaLa deuda está saldada: Oasis escribió el cuarto y mejor capítulo de su historia con Chile
Al calor del estadio Nacional, los Gallagher ofrecieron un concierto que superó toda expectativa y que se perfila como uno de los mejores del año. Un reencuentro cargado de clásicos con un público que les hizo saber en todo momento lo mucho que los extrañaron. La espera fue larga pero, a fin de cuentas, valió la pena.

Cuando los hermanos Gallagher se presentaron juntos por última vez en Santiago, allá por mayo de 2009, poco antes de abrir una incisión que demoró quince años en terminar de cicatrizar, el reducto que hospedó su repentina despedida fue el Movistar Arena. Con Dig out your soul bajo el brazo, Primavera de Praga como apertura y un setlist de veinte canciones, Oasis hizo lo de siempre, lo que hacen los artistas populares con sus obras: tocar una fibra.
Pero aquella fotografía nada tuvo que ver con la de esta noche en el estadio Nacional. No sólo la capacidad del recinto y la convocatoria se multiplicaron tres, cuatro, cinco veces. Desde muy, muy temprano, su feligresía local eligió resistir un sol que no dio tregua hasta entrada la tarde. En los alrededores, cientos, luego miles de camisetas celestes y negras con el logo de la banda impresa en la boca del estómago, el #25 en la espalda y las tres tiras a los costados. De seguro con los miles de registros a disposición en redes sociales, ya la mayoría conocía de memoria los pormenores del show pero, así y todo, nadie quería quedarse abajo de la histórica gira que reunió a la que tal vez sea la última gran revolución del rock británico.
Antes del milagro, de la bienvenida se hizo cargo el vocal de la extinta The Verve, Richard Ashcroft, quien salió a escena (a diferencia de Argentina, en donde lució una camiseta retro de la albiceleste) recubierto por una chaqueta saturada de brillantes, delante de una bandera chilena con la leyenda Peace, love and music. A ratos desgastada, su voz no supuso un impedimento para que, con “The drugs don’t work”, “Lucky man”, “Sonnet” y la indispensable “Bitter sweet symphony”, el de Wigan se echara al bolsillo por algo más de cuarenta minutos al recinto ñuñoíno. “I hope to play my own show”, comunicó al cierre.

Así, con media hora para llegar a las nueve, la mesa quedó servida para el plato principal, por lo que en realidad todos aguardaban, Liam y Noel, Noel y Liam, dieciséis años y seis meses después, juntos aquí. De pronto, esa intro furiosa, algo sucia, casi punkrock de “Fuckin’ in the bushes”, una selección de titulares, portadas de revistas y tuits de Liam desplegada entre las tres pantallas gigantes de un escenario que en Chile recuperó su magnitud, la imagen tamaño escala de Pep Guardiola, los Gallagher tomados de la mano y los primeros acordes de “Hello”, la pieza que también abrió los otros treinta y nueve shows de la gira.
Bajo la ovación de un Nacional repleto, la sinergia de la banda y esa larga aventura trufada de éxito quedó contrastada con un repertorio demoledor que revisa prácticamente cada clásico de sus álbumes noventeros. De “Acquiesce” y “Morning glory”, las cosas transitaron hacia “Some might say”, “Bring it on down”, “Supersonic” y “Cigarettes & alcohol”, cuyo arranque, a petición de Liam, estuvo definido por el poznań, peculiar celebración que consiste en dar la espalda a la cancha o el escenario, abrazar a las personas del lado y saltar en sincronía. Diseñada inicialmente como una protesta por la parcialidad del Lech Poznań de Polonia, ahora es considerada tradición entre los hinchas del Manchester City, el cuadro por el que ríen y lloran los hermanos. “It’s fucking biblical”, vitoreó, por cierto, Liam.

Hacia la mitad del show, Noel se apropió del protagonismo para desenfundar canciones que fueron recibidas como himnos personales. De “Talk tonight”, dedicada a las ladies, a “Half the world away” y una “Little by little” con un estribillo apenas menos coreado que el de “Stand by me”, promotora de un karaoke incontenible.
El tramo final, en tanto, incluyó una formidable interpretación de “Slide away”, “Whatever” con el guiño respectivo a “Octopus’s garden” de The Beatles, “Live forever” (aunque sin el tributo futbolístico que rindieron días atrás en Buenos Aires) y “Rock ‘n’ roll star”.

Recién entonces, aquel ritual de cuatro o cinco minutos en donde los músicos desaparecen del escenario y amagan una despedida para luego regresar con una cuidada colección de las-que-tienen-que-tocar bajo la manga.
En el caso de Oasis, el encore anidó “The masterplan” y acaso los tres éxitos más virales de la noche: “Don’t look back in anger”, “Wonderwall” y “Champagne supernova”. Este último, celebrado por una porción de la cancha A con una bengala y, a su término, con una catarata de fuegos artificiales mientras Liam Gallagher se despachaba la siguiente promesa: “We’ll see you again”.

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