Por Paulo QuinterosLos Fabulosos Cadillacs encendieron el Claro Arena con una fiesta inmortal antes de las elecciones
La banda argentina volvió a Chile con un show que repasó su historia, revalidó su vigencia escénica y recordó por qué su mezcla de ska, rock y energía urbana sigue siendo un punto de encuentro.

En la antesala de la elección presidencial, Los Fabulosos Cadillacs regresaron este sábado a los escenarios chilenos con un show que celebró su historia y reafirmó algo esencial: pocas bandas latinoamericanas han logrado convertir tantas décadas de carrera en una celebración tan vigente, tan física y tan explosiva como ellos.
Aunque su último álbum de estudio fue lanzado en 2016, la falta de nuevo material sin duda no ha mermado la potencia de su ritual en vivo.
Al contrario, la banda argentina - en la celebración de sus 40 años - parece impulsar su fiesta justamente desde el reconocimiento a su largo recorrido. Es como si cada concierto fuese otra prueba de que su legado sigue respirando con la misma vitalidad que agitó su irrupción en los 80 y la explosión de su fama en los noventa.
Parte de la clave reside en la energía, el desparpajo y la cadencia de la música que los Cadillacs moldearon hasta crear algo completamente propio, expandiendo su música como una invitación permanente al movimiento.
Claro que en su trabajo, la música es cuerpo, sudor y baile, pero también identidad y memoria. En el escenario, los Cadillacs ejecutan todo aquello con la convicción de quienes saben que el tiempo pasa, pero la electricidad no se oxida.

El setlist de su presentación demostró lo anterior desde el comienzo de la mano de percusiones filosas, vientos que tienen una fuerza total y una base rítmica que empuja sin freno.
Y a lo largo de un concierto de energía inagotable, en la parte inicial desfilaron sin parar himnos como “Manuel Santillán, el León”, “Demasiada presión”, la celebrada “Mi novia se cayó en un pozo ciego” y la explosión de “Carmela”, cada una mostrando las caras de una banda que se ganó su lugar en la cultura popular.
Pero en ese tránsito también asoman piezas que recuerdan la amplitud de su catálogo, desde lo experimental hasta melodías más sentimentales como “Condenaditos”.
Claro que es en la última parte del show donde los Cadillacs activan la maquinaria completa de su arsenal más reconocido. “Siguiendo la luna” tiñe el ambiente con nostalgia suave antes de que “Carnaval toda la vida” y “Mal bicho” conviertan al público en un torbellino frenético.
Por su parte, la inmortal “El satánico Dr. Cadillac” reafirma ese carácter irrepetible: un tema que sintetiza la personalidad del grupo entre humor, irreverencia y ritmo infeccioso.

El encore, que cierra la jornada en un punto altísimo, es un recordatorio de por qué la música de los Cadillacs se expande por generaciones con naturalidad.
“Matador”, su mayor explosión popular, desata el canto inmediato, expandiendo una conexión casi instintiva que solo logran las canciones que acompañan la vida de millones.
Luego llega “Vasos vacíos” con su cadencia emocional, dando el paso al cierre con “Yo no me sentaría en tu mesa”, que descarga un último golpe de fuego contestatario y que en Santiago concluyó con un llamado a la hermandad entre argentinos y chilenos.
Lo importante es que más allá de su repaso de éxitos, o que el público más mayor que estuvo presente en el Claro Arena no tuviese la euforia que el grupo enciende bajo la cota mil, los propios Cadillacs siguen ofreciendo en vivo un viaje por los ritmos inconfundibles de la banda sonora latinoamericana de las últimas décadas.
La mezcla de ska, rock, reggae y furia urbana que los definió continúa funcionando como un motor vigoroso, sostenido por la voz agrietada y siempre expresiva de Vicentico, la efusiva fuerza -de Sr. Flavio, la inconfundible presencia de Sergio Rotman y un ensamble que mantiene la exuberancia sonora como sello distintivo.
Y quizás no haya disco nuevo a la vista. Quizás su etapa más creativa esté atrás. Pero el escenario demuestra otra verdad: los Cadillacs siguen siendo una fuerza viva, un torbellino que no envejece, porque su música, su fiesta, pertenece a un tiempo que nunca deja de moverse.
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