Por Paulo QuinterosLoserville en Santa Laura: Un efusivo mar de gente celebró con todo a Limp Bizkit
El Festival avanzó desde la fiesta inicial al descontrol absoluto, con una marea humana que encontró en la icónica banda de nu metal una celebración en vida, intensa y emotiva, tras la muerte de Sam Rivers.

Desde la primera presentación a cargo de Slay Squad quedó claro que Loserville no sería un festival contenido ni ceremonial.
El ánimo de fiesta se instaló temprano, marcando una jornada pensada para el exceso, el sudor y la catarsis colectiva.
Una clara señal de eso fue que, en los momentos iniciales en que estuve en la cancha general, a primera hora del día, literalmente pude oler el afán de mosh. De verdad se sentía el ambiente que se estaba forjando.

En ese entorno, la parte inicial del show fue construyendo sin duda una intensidad creciente.
Cada actuación elevó un poco más la energía, preparando a la audiencia para un recorrido que iría siempre en ascenso.
Fue ahí que Riff Raff aportó desfachatez, aunque pasó bastante desapercibido, mientras Ecca Vandal empujó el pulso con una mezcla de actitud y estilo que sorprendió a más de uno.


Toda esa antesala fue eficaz para preparar una segunda parte del festival que terminó de hacer explotar el ambiente, con un Fred Durst que apareció en más de una ocasión con un jockey rosa para acompañar a sus colegas.


Fue así como, poco a poco, el Estadio Santa Laura se convirtió en una oleada en ebullición, respondiendo a cada estímulo con saltos, gritos y empujones sincronizados.
La banda 311 logró prender la mecha con un show sólido y efectivo, pero el nivel subió varios escalones con el rock pesado de Bullet For My Valentine.
Ahí los mosh se multiplicaron y las bengalas comenzaron a dominar el paisaje visual de un estadio que cobraba vida.
Mucho de eso tuvo que ver con el hecho de que el set de la banda galesa se sintió como un evento principal en toda regla.
Y la respuesta de la gente fue inmediata: círculos de mosh más grandes, saltos desenfrenados y una energía que ya no parecía tener freno.


Ese tramo fue el preámbulo perfecto para el plato de fondo. Porque, claro, Loserville es sinónimo de Limp Bizkit y desde el inicio de su presentación quedó claro quién mandaba realmente en la noche.
Pero antes del estallido, por supuesto que la banda se dio espacio para un emotivo homenaje a Sam Rivers.
Con palabras simples pero directas, dejaron claro que será “nuestro hermano por siempre” y que “te amaremos por siempre”.
El momento caló hondo en una audiencia visiblemente emocionada, que pasó del recogimiento a entregarse por completo a la adrenalina.
Y es que el arranque con Break Stuff fue explosivo. El estadio se transformó en un verdadero mar de gente, que saltó, gritó, levantó las manos, aplaudió, corrió, prendió fuego y, por momentos, incluso lo escupió.
A partir de ahí, el ambiente y la conexión entre la banda y la audiencia fue el principal motor de una gala energética.
Ya en la segunda canción, Fred Durst comenzó con sus diálogos, bautizando a los asistentes: “ahora son oficialmente perdedores”. Con ello, encendió aún más a la masa que no paró de celebrar.
El arranque plagado de hits - como My Generation, Rollin’ o My Way - obviamente sostuvo una euforia constante, creando oleadas de efusividad. Basta decir que el sector de cancha general fue el corazón más agitado de esa marea, con una intensidad que pareció no tener descanso.

Ahí también se vivieron escenas de descontrol total: gente saliendo desmayada y durante la jornada inclusive noté a uno en silla de ruedas. Todo fue un reflejo de los empujones, apretones y señales de entrega física al ritual colectivo que propone Limp Bizkit en vivo.
Y Durst no solo observó ese fenómeno, sino que lo convocó una y otra vez. Conociendo a la perfección a su audiencia, llamó a “divertirnos como si fuese 1999”, y la respuesta fue inmediata y ensordecedora.
La conexión tampoco fue casual. Hace poco más de un año y medio, Limp Bizkit ya había estado en el país como parte de Lollapalooza, y este nuevo show mantuvo la columna vertebral de éxitos que todos esperaban.

Claro que también sumaron guiños y verdaderas sorpresas. Es decir, por primera vez la banda concretó un cover de Sabotage de Beastie Boys, con colaboración en escena de la vocalista de Ecca Vandal, para elevar la vorágine anímica.
Además llamó la atención un segmento dedicado a Full Nelson con una joven chilena, en un gesto que reforzó la cercanía de la banda con su público. Hasta un “Ce-Hache-Í” se escuchó en el camino desde el escenario.
Todo ese ambiente distendido permitió además espacios de juego. DJ Lethal interactuó con la audiencia entre canciones, incluyendo un momento con Hip Hop Hooray de Naughty by Nature que desató el recordado coro masivo de aquella canción.
En paralelo, los diálogos de Durst mantuvieron a la audiencia prendida y rendida. Y por eso el show se sostuvo sólido de principio a fin, incluso en pasajes más tranquilos y emotivos.
Por ejemplo, covers infaltables como Behind Blue Eyes de The Who y Faith de George Michael ofrecieron un respiro sin romper el clima, demostrando que el control del ritmo fue clave en la experiencia.

Por eso, en conjunto, basta agregar que Loserville no solo cumplió con su promesa de caos celebratorio, sino que la amplificó, convirtiendo el descontrol, la nostalgia y la comunión física en un mismo pulso colectivo.
Todo eso fue liderado por una banda que sigue entendiendo mejor que nadie a su público.
Y por supuesto, lejos de la melancolía que se podría haber esperado, el estado de Limp Bizkit tras la muerte de Rivers también fue el de una banda vital y encendida, cuyo poder de conexión con la audiencia fue tan fuerte como una marea que arrastra todo a su paso. Más no se podría haber pedido.

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