Rod Stewart en el Claro Arena: la despedida de una leyenda que no baja los brazos
A sus 80 años, el ícono británico regresó al país con un show que repasó su trayectoria, combinando sus mayores éxitos con una colección de covers que reflejan su amor por la música.
Rod Stewart tiene un significado especial para Chile. Su concierto de 1989 en el Estadio Nacional, ante alrededor de 80 mil personas durante el ocaso de la dictadura, inauguró la era de los megashows en el país y dejó una huella imborrable en toda una generación.
Más de treinta y cinco años después, el británico ahora volvió una vez más al país como parte de su gira One Last Time, una suerte de adiós global que repasa más de medio siglo de carrera.
A grandes rasgos, su presentación en el Claro Arena fue tanto un viaje a la memoria como una declaración de resistencia de un músico que se niega a dejar de cantar.
Hoy por hoy, al borde de cumplir 81 años, Rod enfrenta un crepúsculo que está más cerca que nunca, pero de todas formas mantiene una energía envidiable para una persona de la tercera edad.
Más aún, a pesar de que su voz ya no tiene la fuerza que lo hizo inconfundible y lo lanzó a la fama, conserva algo también valioso: una calidez emotiva que sostiene cada interpretación.
Aquello quedó claro desde el comienzo del show, marcado por el punto de partida que representó una versión encendida del rock ochentero de Addicted To Love de Robert Palmer.
Aunque sus últimos conciertos comenzaron de otra forma, aquí decidió replicar el setlist de sus presentaciones en Caesars Palace de Las Vegas para dar pie a una seguidilla de temas que mezclaron el pulso elegante del pop rock con guiños al soul y al folk rock, incluyendo su clásico You Wear It Well.
A esta se sumaron reinterpretaciones de la nostálgica Ooh La La y el clásico Motown It Takes Two, antes de llegar a la primera canción de su autoría, Tonight I’m Yours (Don’t Hurt Me).
En ese movido y energético punto inicial, el público adulto respondió de inmediato ante el golpe emocional y el despliegue visual de luces, pantallas y una banda de impecable factura técnica marcada por su saxo, cuerdas y el buen despliegue de la batería.
Desde el arranque, también quedó claro el tenor de un espectáculo equilibrado, tanto un repaso de sus éxitos como una celebración de la música que moldeó su carrera.
Eso último es importante, ya que a pesar de que los covers siempre estuvieron presentes en su carrera, ese tipo de labor se intensificó en las últimas décadas. Con más de 15 álbumes lanzados en lo que va del siglo XXI —una cifra impresionante para un artista de su edad—, Rod se volcó a nuevas versiones de jazz, soul, rhythm and blues e inclusive canciones navideñas.
De ahí que durante buena parte de los 2000, tras enfrentar un cáncer, el artista reinterpretó los grandes clásicos del cancionero estadounidense, aunque igual en un punto decidió retomar su faceta como compositor, recuperando la inspiración para mantenerse vigente con lo que ha definido su vida: hacer música.
En ese sentido, y siguiendo esa dualidad de covers y los temas de su autoría, la leyenda logra defenderse sobre el escenario a base de su desplante que contagia.
También se apoya tanto en un grupo sólido de músicos, que tienen sus respectivos solos para brillar, así como en las tres coristas que no solo acompañan, sino que amplifican el espíritu festivo del concierto.
De hecho, en varios momentos, Rod les deja el protagonismo a las rubias sobre el escenario para dar pie a clásicos como I’m So Excited y Proud Mary, con esta última llevando a rememorar la celebrada presentación del artista en el Festival de Viña de 2014.
Lo otro llamativo es que Stewart aprovecha esos momentos para cambiarse de ropa, sacar o cambiar las chaquetas y descansar brevemente antes de continuar con el ánimo festivo que lo caracteriza de principio a fin.
En esa línea, un segmento no menor del concierto estuvo enfocado en la nutrida selección de covers que resumen el amor de Stewart por las raíces del rock y el soul.
The First Cut Is the Deepest, de Cat Stevens, llegó temprano, revestida de una elegancia melancólica. Más adelante, Downtown Train, de Tom Waits, y Have I Told You Lately, de Van Morrison, aportaron el componente emocional de una velada que alternó fiesta y nostalgia.
Pero obviamente el público chileno vibró especialmente con los mayores hits del cantante británico, incluyendo la eterna Maggie May y el mayor éxito número 1 de su carrera, Tonight’s The Night (Gonna Be Alright).
Avanzando en dicha ruta, el cantante tampoco rehúye de su legado pop. Su hit Da Ya Think I’m Sexy? contagia con el poder de una pista de baile, siendo uno de los momentos más celebrados de la noche, mientras Baby Jane y Young Turks recordaron su paso triunfal por la era ochentera.
En tanto, el clásico You’re in My Heart (The Final Acclaim) inevitablemente fue un momento de comunión total, coreado por todos los rincones del Claro Arena. Fue algo que, sin duda, también demostró que el magnetismo escénico de Rod The Mod sigue intacto.
En la recta final del concierto, la emotividad se impuso. Sailing, aquella balada que simboliza tanto la búsqueda como el regreso, se sintió como una despedida sincera. Y el cierre bombástico con Love Train, de The O’Jays, fue una invitación a celebrar el corolario de una carrera marcada por la versatilidad y la pasión.
Por eso no hubo espacio para lamentos ni para gestos crepusculares. Por el contrario, la presentación tuvo la energía de un show completo y sin bajos, señal de la experiencia y el trajín ganado en las residencias de Stewart en los casinos.
Y ante todo eso, el público chileno respondió con gratitud, consciente de estar presenciando uno de los últimos capítulos de una historia irrepetible.
Esa despedida también resumió su espíritu: el de un trabajador incansable del escenario que, incluso cuando anuncia su retiro, lo hace con energía y elegancia.
Volviendo a la idea de que fue Stewart quien inauguró la era de los conciertos masivos en Chile, este último regreso simplemente matuvo esa puerta abierta con la misma majestuosidad.
En el Claro Arena, quien interpreta Forever Young confirmó una vez más que, en su propia historia, el título de esa canción no es una metáfora, sino una forma de permanecer inmortal ante el mundo.
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