Sandy y el único chiste repetido que fue coreado en el Festival de Viña

El recordado cultor del humor blanco se subió en varias ocasiones a la Quinta Vergara, pero la gente siempre le pidió contar su chiste más clásico. El mismo que todos conocían y que fue coreado y celebrado en dos ocasiones.

Repetir una rutina generalmente puede llegar a representar un grave error para un humorista. Aunque antes de un Festival se prueban chistes en escenarios más pequeños, una vez que una broma tiene gran exposición, especialmente la televisión, podría pensarse que el factor sorpresa podría perderse por completo. Por eso existe el dicho de que chiste repetido sale podrido.

Pero hay casos en los que un chiste, por su condición de clásico, rompen las barreras del tiempo. Y también se puede dar el caso en que el propio público puede llegar a reclamar que el chiste sea dicho. En un caso extremo, y que es muy raro de que ocurra, pueden llegar a corearlo.

Ese último caso involucra al gran Sandy, el legendario humorista boliviano de origen argentino que tuvo múltiples participaciones en shows de televisión durante la década de los noventas y que, haciendo gala de su humor blanco, se transformó en un número habitual del Festival de Viña del Mar.

Dejando de lado cualquier grosería o doble sentido, Sandy se caracterizaba por un humor ingenioso y absurdo que probablemente hoy por hoy levantaría más de un alegato contra los extremistas de la funa debido a su arsenal de chistes plagados de estereotipos.

Su primera presentación en el Festival de Viña, concretada luego de ganar una competencia en un programa de televisión realizado en el Teatro Municipal de la ciudad jardín, estuvo cargada de todo tipo de estereotipos. Con algo de nervios, comenzó burlándose de si mismo por tener una atrofia en un pie (”Total para zapatear no me quieren a mi”) y luego siguió con un arsenal de chistes cortos sobre médicos, mentirosos, pintores. mexicanos, curas, tarmadudos y gangosos . Tan bien le fue, que ese mismo año repitió con una nueva presentación.

A partir de ahí, Sandy se convirtió en un número habitual en los programas de televisión, lo que lo llevó incluso a trasladarse a Chile.

Por eso no sorprendió cuando Sandy volvió al Festival en 1999, instalado ya como un humorista consagrado que tenía como principal arma sus chistes de gangosos y gallegos que incluían varios clásicos inamóvibles de sus rutinas, incluyendo el chiste de la farmacia y la Jañaña.

Sí, ese mismo que comenzaba con un saludo de “nuenas tanñes zeñor, ño quieño que me venña una jañaña”.

Pero su máximo exponente sin lugar a dudas era el clásico chiste absurdo del taxista y el español, una historia de larga extensión con un remate que se anticipa con facilidad, pero cuya gracia radicaba precisamente en la forma en que Sandy lo relataba.

Dicho chiste no fue parte de su rutina del Festival en 1993, pero era una recurrente de sus rutinas en TV y en presentaciones en teatros a lo largo del país. Era, por decirlo de una forma, su sandía más calada.

De ahí que el calvo humorista, en sus primeras palabras en el show del 99 sobre la Quinta Vergara, comenzó de inmediato haciendo un guiño a su clásico chiste caracterizado por las pausas y que comienza con un amigo preocupado por tener que concretar un viaje.

“Gracias Chile lindo. Les pertenezco. Y... ahora... quisiera... contarles... como... me... conocieron”, dijo. “Tanto que me han pedido esta talla que tengo que inevitablemente hacerla”, agregaría después haciendo lo que ningún humorista debiese hacer: adelantar justamente una talla.

A partir de ahí, comenzó a relatar el chiste archiconocido y la Quinta aplaudió. No solo eso, por primera vez el monstruo coreó el chiste y lo celebró de comienzo a fin, acompañando el relato de Sandy sobre un tipo preocupado por desconocer el idioma de un país, generalmente Inglaterra, pero cuyo amigo le recomienda hablar despacio ya que así lo entendería. Luego, comenzaría la odisea para llegar a su destino: Forel Street número 117.

A partir de ahí, el chiste fue coreado, aplaudido, celebrado y Sandy no tuvo problemas para alcanzar el éxito en la Quinta Vergara.

Sandy luego regresaría al Festival de Viña durante el año 2000, con la misma chispa de siempre, pero usando muletas debido a sus problemas de salud causados por la diabetes.

Pero pese al deterioro físico, Sandy fue nuevamente un éxito en su presentación, se ganó la Gaviota y solo durante el bis recurrió a su sandía calada: “Yo se que ustedes quieren corearme. A ver como me lo van a contar”.

Y la gente nuevamente coreó, lo celebró y las risas se multiplicaron por generar una verdadera comunión. La risa se generaba más por la experiencia grupal. El chiste ya no representaba ningún tipo de sorpresas.

A esa altura de la vida, ya era una meta-chiste que a la gente le encantaba, pues se volvía participe del espectáculo. Y todos se comportaban como el abuelo que se ríe solo mientras cuenta el mismo chiste de siempre. Y claro, todo eso mientras “el taxista dice: bueeeeee....nooooos díiiiiiiiias seeeeee...ñooooor”. Sandy, se daba el tiempo para gozar la recepción del público en una conexión que pocos humoristas han logrado con el Monstruo.

Sandy falleció en 2005 aquejado de los problemas de diabetes que llegaron a postrarlo sobre una silla de ruedas, pero un año antes había vuelto por última vez al Festival de Viña

Y aún cuando tenía ambas piernas amputadas, el querido humorista no bajó los hombros y se presentó recibiendo solo cariño de parte de un público que ya había elevado a un sitial de cariño que aceptaba los chistes repetidos y la simpleza de su humor blanco.

Aunque en aquella última ocasión sobre la Quinta Vergara no sacó a las principales armas de su arsenal, por lo que no volvió a contar el chiste del taxista, su carrera en Viña dejó registrado uno de los momentos más irrepetibles del Festival. Con un chiste que todos se sabían, todos corearon y todos celebraron.

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