Por Paulo QuinterosSilvio Rodríguez en el Movistar Arena, la emocionante comunión de un pueblo que estuvo con una leyenda
En la primera de sus cuatro presentaciones en Chile, el trovador cubano confirmó que su música trasciende cualquier setlist: un espectáculo íntimo y sobrio, donde la poesía, la política y la experiencia se fundieron con un público que lo acompañó hasta el último acorde.

El inicio de la gira sudamericana de Silvio Rodríguez en el Movistar Arena, en la primera de las cuatro fechas agendadas en Chile, dejó en claro por qué enfrentarse a un espectáculo como el suyo no puede resumirse en una mera lista sobre la sucesión de canciones que se interpretan sobre el escenario.
En su caso, el setlist es apenas un soporte, ya que lo que ocurre en escena se define por la energía compartida con el público y el intercambio sensorial colectivo que trasciende la simple cronología de temas.
Lo anterior sin duda responde al hecho de que Rodríguez carga con una de las trayectorias más ricas de la música popular latinoamericana. Eso explica la verdadera devoción que desata su figura, la cual encarna la tradición del trovador que entrelaza melodía, memoria y el pulso social de una época.
Dicha herencia ha definido su música, consolidándolo como un narrador imprescindible. Y eso también explica que esta serie de presentaciones ya estén completamente agotadas.
Para lograr lo anterior, sin duda que su voz es clave. Aunque han pasado las décadas, esta aún se mantiene con fuerza e inclusive transmite una profundidad que solo puede otorgar el paso del tiempo. Más aún, tanto su experticia como su dominio escénico mantienen intacta la intensidad de un concierto que fluye con naturalidad y se sostiene sin problemas por más de dos horas.

En ese eje, su puesta en escena es sobria y sin mayores pirotecnias, incluyendo un telón que proyecta colores y figuras geométricas que refuerzan la sensación de intimidad. Y en un recinto multitudinario, abarrotado de gente, el diseño visual está al servicio de la música, sin excesos ni distracciones, creando un entorno inmersivo donde lo central es escuchar y dejarse llevar.
Otra clave es que el entramado instrumental también alcanza una delicadeza notable durante su presentación. Las tres guitarras dialogan con precisión, la batería se sostiene con una sutileza casi imperceptible y el viento de la flauta, aplaudido con especial fervor por los presentes, entrega un relieve bastante único que otorga mucha personalidad.
Todo eso arma un trabajo acústico de primer nivel que conectó con una audiencia que, repito, está entregada desde los primeros compases. Y bajo ese eje, el recital se estructura como un viaje de reflexión, contemplación y, por supuesto, exaltación, alcanzando su punto más alto con los clásicos que forman parte de la memoria colectiva. Claro que gran parte de la primera parte está definida por nuevas composiciones y homenajes.
Por ejemplo, uno de los primeros momentos emotivos llegó cuando recordó su primera visita a Chile en 1972 y compartió la canción Santiago de Chile. La reacción del público fue inmediata y efusiva. En el camino también sumó homenajes recordando canciones de su compañero Vicente Feliú y luego siguió con la presentación de un nuevo tema dedicado a Pepe Mujica, reafirmando con ello la vigencia de su mirada política y humana.
En esa línea, sin duda que el concierto tiene un contenido político, aunque no desde un discurso constante entre cada canción. Es decir, aunque en el medio está la lectura del poema Halt! de Luis Rogelio Nogueras, que incluye una crítica a Israel, Rodríguez no se desvía de un eje en donde es la música la que lleva la batuta.
Ese mismo espíritu también explica que el último segmento incluyera, sin mayor preludio, un celebrado homenaje a Víctor Jara, interpretando con emoción a Te Recuerdo Amanda.
En el cierre, solo queda remarcar que con una carrera tan extensa resulta imposible abarcar toda la discografía, pero el repertorio seleccionado logra equilibrar obras legendarias, piezas más recientes e inclusive canciones inéditas.
Y aunque muchos himnos quedaron fuera, canciones como La era está pariendo un corazón, Ángel para un final, El necio y Ojalá marcaron una recta final que no soltó a un público emocionado que no quería que esto acabase.
Reflejo de ello fue que el verdadero cierre fue realmente memorable. La multitud, entre cánticos de “olé, olé, olé, Silvio, Silvio”, lo llamó de vuelta al escenario por casi cinco minutos tras el segundo encore. Todo esto mientras una parte pequeña de la audiencia - e inclusive la prensa - ya comenzaba a retirarse. Todo daba a entender que el asunto, hasta ese punto, había llegado a su fin.
Pero tras el coro unánime de “Silvio, amigo, el pueblo está contigo”, el trovador volvió y regaló Pequeña serenata diurna, dejando un broche de oro definitivo que reflejó que, más que un concierto, esta fue una ceremonia de comunión entre un artista inmortal y un público dispuesto a acompañarlo en cada acorde de una experiencia inolvidable.
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