IMAGEN EXPLICÍTA.

Casi todo el mundo -menos los gestores de la violencia, claro- está horrorizado e indignado con las imágenes que recorren el orbe: la de un niñito sirio de 3 años, ahogado en las costas, la víctima del naufragio de dos barcos de refugiados que huyen de un país desmembrado y en crisis terminal hacia un recibimiento incierto en Europa.

Las naves habían salido de la localidad turca de Bodrum con destino a la isla griega de Kos, puerta de entrada a la Unión Europea.

Según informes de agencias, los guardacostas turcos fueron alertados por los gritos de los pasajeros de los barcos y pudieron rescatar los cuerpos de 12 personas, entre ellos el de un niño pequeño que yacía en la playa boca abajo.

En el naufragio murieron cinco menores y siete adultos, mientras que 15 personas pudieron ser rescatadas.

La fotografía de un agente turco cargando el cuerpecito del niño fue una de las más difundidas por los medios y las redes sociales con el hashtag #KiyiyaVuranInsanlik (La humanidad ha naufragado, en turco).

Sin duda, la humanidad naufraga en las costas de Turquía y es puesta a prueba en Europa, que a regañadientes recibe a los sirios en su diáspora por culpa de la violencia entre leales  al gobierno de Bachar Assad, los rebeldes y la locura del Estado Islámico.