Verdugo habla sin tapujos sobre su trabajo: "Estoy contento con lo que hago"

"Me gusta esta profesión porque es la profesión de mi familia (...) No siento ninguna incomodidad", afirma Sabir Masih, un verdugo pakistaní.

El oficio de Sabir Masih no es para cualquiera. Lo llaman el "Ángel de la Muerte" de Pakistán, aunque para la mayoría de los prisioneros que perecen bajo su sentencia, más bien es el rostro del diablo.

Masih, hijo y nieto de verdugos, está "contento" con su trabajo. Ha ejecutado a unos 300 reos, algo que para él ya es una rutina más y que no le provoca remordimientos.

"Es una rutina para mí y no me arrepiento de haber ahorcado a tanta gente. Yo solo sigo las órdenes", afirma este implacable hombre de 34 años. Y luego dice con orgullo:

"Me gusta esta profesión porque es la profesión de mi familia. Estoy contento con lo que hago y no siento ninguna incomodidad".

Macabra herencia familiar

Desde 2006, Masih ha sido uno de los tres verdugos en la ciudad de Lahore, en el este de Pakistán, la capital de Punjab, la provincia más poblada del país.

Su padre, Sadiq, ahorcó a prisioneros durante 40 años antes de retirarse en el 2000. El abuelo de Masih y sus hermanos también hicieron el mismo trabajo.

De hecho, su abuela, Tara Masih, ahorcó a Zulfiqar Ali Bhutto, el primer primer ministro electo de Pakistán, en 1979.

Desde que era niño, Sabir Masih siempre supo que terminaría en el negocio familiar. Tenía 22 años la primera vez que mató a un hombre, un asesino convicto cuyo nombre no puede recordar.

"Sabía que esto era una profesión familiar", explica al diario Aljazeera. "Cuando muevo la palanca, realmente no pienso en lo que estoy haciendo. Tiras de la palanca, el hombre se cae", dice.

"No es culpa mía"

La última ejecución de Masih fue la de Imran Ali, condenado por la violación y asesinato de una niña de siete años, en un controvertido caso que desató protestas violentas para reclamar seguridad y una acción rápida contra el violador, a quien ahorcó en octubre.

"Permaneció callado. El superintendente le dijo que si quería pedir perdón al padre de Zainab, pero permaneció en silencio", explica el verdugo.

Pese a las críticas internacionales hacia Pakistán por instaurar aún la pena de muerte, esto  no afecta a Masih, quien sostiene que la pena de muerte ayuda a reducir los crímenes.

"Si un inocente es ahorcado no es culpa mía, es culpa del juez que ordenó la ejecución", afirma.

El momento en el que Masih se entusiasma es cuando explica gesticulando cómo se practica la ejecución, cómo coloca la soga en el cuello del reo, le cubre la cabeza, le ata las manos atrás y los pies, cómo le explica al preso que no saque la lengua, ya que se la puede cortar durante el ahorcamiento.

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