La historia la contó su protagonista en un grupo de Facebook y se difundió por todo internet.
Corría el año 2013 y Débora Nicklich trabajaba en el peaje central de Lautaro del kilómetro 643. Ubicado en una zona rural, rodeado de extensos campos y bosques frondosos que parecen interminables y que de noche, el lugar se torna inquietante.
Sus compañeros solían contar historias de sombras que se deslizaban por el lugar, atribuidas a los suicidios que habían ocurrido allí años atrás y muchos evitaban los turnos nocturnos. Débora, como no era supersticiosa y estaba acostumbrada al ambiente, aceptaba trabajar de noche.
Mal presentimiento
Aquel sábado, su turno era de medianoche a las ocho de la mañana. La noche era lluviosa, con un viento gélido que aullaba entre los árboles cercanos. Apenas pasaban autos, dejando largos periodos de silencio en los que Débora aprovechaba para estudiar y escuchar música en su notebook.
Pasadas las dos de la madrugada, le dieron ganas de fuma, así que abrió la ventanilla y observó cómo los árboles se retorcían con el viento, que emitía un silbido inquietante. Al terminar su cigarro, apoyó la cabeza en su brazo y, sin darse cuenta, se quedó dormida.
De pronto, una voz conocida la despertó: “Mamá, despierta. Mamá, por favor, despierta”. Era la voz de su hijo de cuatro años. Débora abrió los ojos de golpe y miró el reloj que daba las 3:15.
Sentía un mal presentimiento, pero intentó calmarse. Entonces, al girar la cabeza hacia su derecha, vio algo que la dejó perpleja: una mujer de cabello largo y vestido blanco caminaba a lo lejos bajo la tormenta

La pesadilla comienza
Al principio, pensó que quizá era alguien que se había escapado del hospital o que esperaba encontrarse con alguien en ese paraje solitario y cerró la ventanilla.
Aún inquieta, decidió llamar a su madre. Su madre, medio dormida, le comentó algo que la dejó helada: hacía poco, su hijo había despertado llorando y gritando su nombre. Débora se despidió y colgó, intentando tranquilizarse.
Justo en ese momento, escuchó que golpearon su ventanilla. Al girar la cabeza, la misma mujer que había visto antes estaba ahí, empapada y con la mirada baja. “Por favor, déjame entrar. Tengo mucho frío”, dijo con una voz temblorosa. Débora, siguiendo las normas del trabajo, le explicó que no podía dejar entrar a nadie y, sin embargo, la mujer insistió cada vez más desesperada.
Sintió una mezcla de miedo y pena, pero algo en esa figura la inquietaba profundamente.
Tomó el teléfono para llamar al jefe de turno, Don José, quien la observaba desde las cámaras de seguridad. Cuando ella le explicó la situación, su jefe insistió en que siguiera las reglas pero, de repente, él pareció alterarse más de lo normal.
“¡Hija, no te muevas. Está detrás de ti!”, le dijo con una voz cargada de terror. Ella volteó por inercia y Don José volvió a hablar rápidamente: “¡No, detrás de la caseta!”.
Débora, confundida y aterrada, no entendía por qué su jefe estaba tan nervioso y decía tantas groserías. Le advirtió que no abriera la puerta hasta que llegara una patrulla que el envió para que la acompañara hasta el amanecer.
Antes de cortar, Don José murmuró que nunca había visto algo tan espantoso.

Mauricio, su compañero, llegó en la patrulla en menos de veinte minutos y después de escuchar lo que había ocurrido, bromeó con la idea de abrir la puerta y enfrentarse a la mujer. Sin embargo, Débora no iba a abrir esa puerta por ningún motivo y cambió el tema.
Después, se tomaron un café y mientras revisaban las cámaras vieron a la figura rondando la caseta, moviéndose de un lado a otro como si buscara una entrada.
De repente, un golpe violento resonó en el vidrio frontal de la caseta. La mujer estaba ahí, golpeando con ambas manos y gritando con una furia inhumana “¡Déjenme entrar!”.
Ambos quedaron paralizados al ver cómo la figura levantó la cabeza y dejó ver sus ojos completamente negros.
Débora, petrificada del miedo, comenzó a orar en su cabeza, pidiendo protección divina. Con un hilo de voz, repitió tres veces “en el nombre de Dios, vuelve al lugar de donde viniste”. Al pronunciar esas palabras, la figura desapareció. Mauricio, temblando, apenas pudo decir: “nunca pensé que algo así pudiera existir”.

El turno que jamás olvidará
Las horas siguientes transcurrieron con una tensión insoportable y, cuando por fin amaneció, Mauricio se despidió y Débora entregó su turno, todavía en estado de shock.
El relato en el grupo de Facebook “Viajeros por el Sur de Chile” terminó ahí, sin embargo, gracias al canal de Youtube Cementerio Inglés, la protagonista logró dar más detalles sobre lo ocurrido.
Lo que había visto Don José cuando revisó las cámaras fue el rostro de la mujer ocupando todas las pantallas, mirándolo directamente con sus ojos negros y penetrantes. Ese instante lo dejó paralizado de terror y explicó su nerviosismo en el momento de la llamada.
Ese día, al llegar a casa, le contó todo a su madre e insistió en orar por la familia. Esa misma noche, mientras intentaba dormir, Débora escuchó golpes en la ventana. Al correr la cortina, vio a la misma mujer mirándola desde el exterior.
Los días siguientes fueron un tormento. En la casa se escuchaban pasos en el techo, golpes en las ventanas y puertas, y ruidos inexplicables. A causa de esto, durmió con la luz encendida durante dos meses y medio y su familia realizó oraciones y rituales para proteger el hogar, y poco a poco las actividades extrañas cesaron.
El evento fue tan perturbador que los jefes del peaje prohibieron hablar del tema, temerosos de perder empleados. Sin embargo, Débora decidió contar su historia 10 años después, cuando el peaje ya había cambiado de administración.
Luego del espeluznante turno, pidió ser trasladada al peaje de Cajón, dejando atrás un lugar que siempre sería recordado como escenario de una de las noches más aterradoras de su vida.
