El comisario Cristián Jiménez fue miembro del equipo que analizó el caso. Recientemente, detalló cómo era el modus operandi de Ramón Castillo en este ámbito.
Ha pasado más de una década desde que se informó sobre la muerte de Ramón Castillo Gaete, más conocido como Antares de la Luz.
Aquel sujeto lideró la secta de Colliguay, la cual protagonizó uno de los crímenes más horribles en la historia del país: sus seguidores quemaron a un bebé (su propio hijo) en una hoguera como parte de un ritual.
Dicha acción y las creencias que influenciaron a que se concretara fueron el resultado de la manipulación que Castillo aplicó sobre ellos, quienes lo veían como una suerte de representante de Dios en la Tierra.
Pese a que han pasado 11 años desde que se quitó la vida en una localidad de Perú a la que escapó, su caso ha vuelto a comentarse recientemente.
Esto, debido a que se estrenó en Netflix el documental Antares de la Luz: la secta del fin del mundo (2024), un título dirigido por Santiago Correa en el que se profundiza en la historia de este individuo y en su modus operandi.
Para esto, la producción audiovisual cuenta con los testimonios de exdiscípulos, el fiscal a cargo y expertos.
Pero más allá del documental, el psicólogo forense del Instituto de Criminología (Inscrim) de la Policía de Investigaciones (PDI), el comisario Cristián Jiménez Quijada, explicó en una reciente entrevista cómo Castillo pudo convencer a sus seguidores con su discurso.
Él tiene conocimiento del caso, debido a que fue miembro del equipo que realizó el perfil psicológico de este sujeto.
El modus operandi de Antares de la Luz para convencer a sus seguidores
Jiménez anticipó en conversación con LUN que Castillo, quien tenía estudios de música y hacía talleres de sanación, “no formó la agrupación de un día para otro y tampoco les transmitió ese mensaje del supuesto fin del mundo en un primer momento”.
“Fue un proceso de unos dos años lo que demoró en manipular la voluntad de los seguidores, quebrarlos y reducir al mínimo el pensamiento crítico de las siete personas que fueron condenadas”, dijo el comisario.
En este sentido, detalló que Castillo “usó todas las etapas de conformación de sectas que están descritas en estudios, que son: la persuasión, la conversión y el adoctrinamiento”.
“Y la persuasión tiene una subetapa que se llama seducción”, agregó.
Tras llegar a personas a través de los talleres y retiros que ofrecía, Castillo formó una comunidad a la que progresivamente fue convenciendo de su discurso.
Según precisó el comisario, estos individuos “tenían inquietud por buscar explicaciones”.
“Los adeptos a las sectas, en general, tienen carencias o eventos críticos en sus vidas que los hacen buscar cosas nuevas. Son personas inteligentes, con un nivel de vida que les permite cuestionarse cosas y buscar explicaciones de la vida y la muerte. Al comienzo era eso. No podía decirles que se acercaba un supuesto fin del mundo porque la gente podía salir corriendo. Eso lo hizo cuando logró rellenar sus carencias”, dijo al citado medio.
De esta manera, los convenció de cambiar sus nombres e hizo que creyeran “en un mundo dicotómico, donde solo existía el bien (ellos) y el mal (los otros)”.
Para hacerlo, “los hacía sentir importantes y únicos”, hasta el punto en el que les decía “que todos tenían dos almas y que por ejemplo, Barack Obama era una proyección de una de esas dos almas que él tenía”.
“Eso mismo fue haciendo con todos los integrantes: les dijo cuáles eran sus almas y sus nombres”, añadió el comisario de la PDI a LUN.
Así, Castillo “usaba técnicas de persuasión coercitiva donde lograba que los otros pensaran e hicieran lo que él quería”.
“Decía que tenían una misión y que se identificaban con un haz de luz. Sus seguidores eran portadores de la luz violeta, amarilla, azul, verde. Cada una tenía un sentido. Eso hacía que cada uno tuviese un lugar distinto en la agrupación y les daba sentido a sus vidas”.
En la tercera etapa que mencionó, en el adoctrinamiento, se encargó de que sus adoctrinados fuesen capaces “de salir y reclutar, porque pasaron por las etapas previas” y se consolidaron como seguidores del líder, en este caso Antares de la Luz.
“Esto hay que entenderlo como una organización. Desde la sociología podemos decir que hay una estructura piramidal: Castillo era la cabeza y le seguían Pablo Undurraga y Natalia Guerra, madre de su hijo asesinado en un ritual de la secta”, sentenció el comisario Cristián Jiménez.