Crítica de cine - Depredador: Tierras Salvajes, una cacería aparentemente diferente que igual toca teclas familiares
La nueva entrega intenta renovar la fórmula de la saga con un depredador convertido en héroe, pero termina atrapada entre la aventura digital y la domesticación Disney del monstruo intergaláctico.
Desde 1987, Depredador comenzó a vivir presa de su propio concepto: soldados, policías o criminales perseguidos por un cazador alienígena que colecciona trofeos de sus víctimas.
Y quienes consideramos que el original es una obra maestra de acción, también creemos que esa estructura se convirtió en una maldición. mal que mal, lo hecho en la primera fue y sigue siendo insuperable.
Tierras Salvajes, la nueva película de la franquicia, intenta romper ese patrón. Ahora el protagonista no es la presa humana, sino el cazador: un joven Yautja - el nombre de la raza del extraterrestre - que ha sido marginado de su clan por ser débil.
En ese contexto, el cambio de foco aleja a la película de la base adulta de la saga. En lugar de tensión y brutalidad, apuesta por una aventura de acción más colorida que inevitablemente humaniza más de la cuenta al cazador.
Por otro lado, todo ese trabajo tampoco logra consolidar una identidad propia para esta nueva película, ya que en su construcción hay muchos elementos que son demasiado familiares. Como si fuesen tomado prestados desde otras producciones.
La historia aquí sigue a Dek, un Yautja que busca redimirse cazando una criatura imposible en un peligroso planeta llamado Genna. En esa tarea lo acompaña una androide de la corporación Weyland-Yutani, creando una conexión con la saga Alien a partir de la interpretación de Elle Fanning, y también una criatura adorable que a más de alguien le recordará a Baby Yoda.
Esa mezcla de cacería intergaláctica y ternura programada son el motor de una travesía llena de criaturas extrañas, pero también de moralejas sobre la familia e incluso la empatía.
El director Dan Trachtenberg, que había demostrado pulso con Prey -donde llevó al Depredador a los tiempos de los nativos americanos-, suaviza el tono para la pantalla grande. La sangre es verde neón, las vísceras son digitales y la violencia está bastante contenida. El resultado es un Depredador que rara vez muestra los colmillos.
En contraste, lo mejor de la película es su diseño visual de los habitantes del planeta Genna. Aunque el mundo es una colección de paisajes comunes, agregando giros como un pastizal filoso de cristal, igual está lleno de bestias asombrosas y con diseños llamativos que bien podrían pertenecer a Avatar.
De hecho, como todo en el planeta es un arma letal, el Yautja termina utilizando su ingenio para aprovechar a su entorno en el campo de batalla, lo que se convierte en uno de los grandes aciertos de esta nueva versión.
Sin embargo, la espectacularidad digital ahoga el suspenso y relega la cacería a una sucesión de escenas de acción demasiado contenidas.
Claro que la baja real está en la historia. Cuando aparecen los demás androides de Weyland-Yutani, la película también se hunde en un cruce forzado con Alien que da pie a guiños y resoluciones que nunca son tan sorprendentes como la película promete inicialmente.
Más aún, lo que podría ser una expansión del universo, termina sintiéndose como un ejercicio de marca compartida. Obviamente, y de forma previsible si conocen a la corporación, no solo el Depredador está de cacería.
Por eso basta decir que Tierras Salvajes se siente domesticada. El Yautja convertido en héroe funciona a ratos, pero su accionar está limitado por el humor forzado y las resoluciones previsibles. Ese tipo de elementos son el núcleo de la transformación de una saga que aquí termina establecida como un espectáculo familiar.
Simplemente el depredador ya no destripa. Ahora aprende lecciones en su versión Disney.
Depredador: Tierras Salvajes ya está en el cine.
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