Crítica de cine: El Teléfono Negro 2, cuando el más allá es un terror reciclado
Scott Derrickson recupera al asesino de la primera entrega en una secuela visualmente efectiva, pero narrativamente forzada, que repite sus aciertos hasta diluir el miedo y dejar claro que algunas llamadas jamás debieron devolverse.
El director Scott Derrickson (Doctor Strange) regresa con El Teléfono Negro 2, una secuela que probablemente nadie esperaba.
Aunque intenta justificar su retorno con un tono espectral, que conecta con los ecos del más allá que ya asomaban en la primera película basada en el relato de Joe Hill, este secuela sin duda está marcada por el hecho de que su villano, el temible “Grabber”, murió al final de la entrega anterior.
La solución para justificar la realización de esta película no es la más novedosa: el asesino secuestrador vuelve aquí como una suerte de Freddy Krueger que se niega a colgar la llamada. Y ese déjà vu, aquella sensación de haber vivido - o visto - todo esto, resiente bastante a la película.
Tomando la idea del asesino que habita entre dos mundos, y una protagonista que corre riesgo cada vez que se pone a dormir, el peso de la película recae en los jóvenes que aún no logran escapar del trauma.
Finney (Mason Thames), el sobreviviente de la primera entrega, y su hermana Gwen (Madeleine McGraw), quien aquí toma el foco, son nuevamente los receptores de las llamadas imposibles, quedando atrapados entre visiones y pesadillas donde el pasado insiste en revivir.
Para concretar ese despliegue, el director retoma una estética granulada estilo cámara Super 8 que forja una textura áspera en la imagen. Eso crea una atmósfera inquietante, tal como en la primera película,pero también refuerza la sensación de déjà vu.
A lo largo de la historia hay destellos de imágenes fragmentadas (con sangre espesa goteando en un bosque helado y apariciones fantasmagóricas) que funcionan como visiones proféticas en los sueños de Gwen. No obstante, esas imágenes no alcanzan la fuerza perturbadora de la primera entrega, provocando que el terror aquí parezca mucho más calculado.
Mucho de lo anterior se debe precisamente a que la película se adentra en una dimensión más abiertamente sobrenatural. El asesino interpretado otra vez por Ethan Hawke, llama desde el más allá, amenazando con arrastrar a Finney y Gwen en su venganza infernal.
Hawke logra darle peso al personaje incluso tras la máscara y el maquillaje, elevando el material con su presencia en medio de un lugar desolado en medio de la nieve. Sin embargo, ni siquiera su energía logra ocultar los problemas de un guion que se empeña en explicar demasiado, haciendo que muchas cosas resulten previsibles.
A grandes rasgos, Derrickson y su coguionista, C. Robert Cargill, intentan expandir la mitología con un trasfondo espiritual y religioso que explora la alegoría cristiana. Buscan conectar el terror con la fe, siguiendo la idea del más allá como espacio de redención o castigo. Pero su ejecución es bastante torpe: se pierde la oportunidad de profundizar en el dogma o el perdón, optando por una visión simplista que explica con peras y manzanas por qué el villano sigue acechando aun después de muerto.
En ese sentido, El Teléfono Negro 2 parece más interesada en decorar su mensaje que en profundizarlo, lo que le resta textura a una historia que, en definitiva, peca de poco original.
En Teléfono Negro 2 hay intentos de introducir nuevos personajes que amplían el universo, como el campamento religioso donde Gwen enfrenta sus visiones, o el papel de Demián Bichir como un supervisor que carga con su propio pasado trágico y que, por supuesto, se conecta con el misterio central. Algunos funcionan, pero otros caen en la dinámica del mero relleno que no aporta mucho al fondo del asunto.
Aun así, las secuencias de terror son el fuerte de la película, ya sea en momentos espeluznantes marcados por el silencio o en sus pasajes de gore, con cuerpos que se parten, ventanas que se tiñen de sangre y apariciones fantasmagóricas que se vuelven físicas. Es ahí donde la película toma mejor forma, aunque lamentablemente casi todo lo que rodea a esos momentos, como la estructura o la motivación de llegar hasta el lugar en donde todo ocurre, carece de la misma contundencia.
Basta decir que, como ocurre en buena parte del terror contemporáneo, lo mejor de El Teléfono Negro 2 proviene de otras películas. Las comparaciones con Pesadilla en la calle Elm son inevitables, pero su puesta en escena también bebe de El Resplandor. Derrickson no disimula esas influencias; más bien las asume, las recicla y las acomoda en un molde que se siente cómodo, pero predecible.
Ahí radica el problema central: El Teléfono Negro 2 es efectiva en su superficie, incluyendo a factores como el ritmo, la atmósfera o sustos bien coreografiados. Pero, al mismo tiempo, es vacía en su justificación. Esta es una secuela nacida más del éxito comercial que de una necesidad narrativa. Intenta mantener viva la conversación con el más allá, pero lo que escucha de vuelta es apenas un eco.
En última instancia, Derrickson demuestra oficio visual y una comprensión genuina del lenguaje del terror, pero su película nunca logra escapar del dilema de toda secuela innecesaria: repetir lo que funcionó hasta que deja de asustar. El Teléfono Negro 2 no es un desastre, pero sí una llamada que se siente tardía, como si alguien del otro lado insistiera en hablar cuando ya colgamos hace rato.
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