Crítica de cine: Lilo & Stitch, cuando el live-action nos lleva a extrañar la animación

Disney insiste en revivir sus clásicos animados con versiones en carne y hueso, pero el resultado sigue dejando más dudas que certezas. Este remake es otra muestra de cómo la fórmula live-action pierde el encanto original.

Durante los últimos 15 años, Disney ha apostado con insistencia por su mina de oro más segura: rehacer sus clásicos animados en formato live-action.

Pero si bien estas versiones de carne y hueso prometían dosis de nostalgia y reinvención, el saldo ha sido mayormente deslucido. Las películas, más que redescubrir sus relatos, parecen obsesionadas con seguir dos caminos: replicarlos con una fidelidad que les quita alma o con alterarlos sin aportar verdadera profundidad.

Y en esa dicotomía, Lilo & Stitch (2025) termina atrapada, exhibiendo las debilidades más comunes del formato: falta de carisma, pérdida visual y una desconexión emocional que no logra superar ni la mejor tecnología digital.

Dirigida por Dean Fleischer Camp (Marcel the Shell with Shoes On), esta nueva versión toca las teclas que hay que tocar sobre la solitaria Lilo (Maia Kealoha) y su hermana mayor Nani (Sydney Agudong), quienes enfrentan la vida tras la pérdida de sus padres mientras una criatura alienígena rebelde irrumpe en su rutina, se presenta con respeto y cariño.

Pero desde sus primeros minutos, con una recreación casi cuadro a cuadro de la secuencia del Consejo Galáctico, es evidente que algo no encaja: el ritmo es apresurado, las líneas se condensan y su armatoste general no da espacio para respirar ni conectar con los personajes.

Ese es un gran problema, ya que uno de los grandes logros de la Lilo & Stitch de 2002 fue su combinación inusual de ternura, humor negro y los aspectos más emotivos de su historia. Dirigida y coescrita por Chris Sanders, la película original era colorida, pero también sabía manejar muy bien conceptos como la pérdida y la complejidad de los vínculos familiares. Esta nueva entrega, en cambio, flota más en la superficie.

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Y es que el problema mayor no es que la película sea un mal producto, pues tiene algunas decisiones de casting acertadas y momentos que rescatan algo del espíritu original, sino que simplemente no justifica su existencia.

De hecho, la decisión de apegarse tanto a la estructura y los momentos icónicos de la versión animada solo sirve para evidenciar lo que se ha perdido: el Hawai animado de Sanders y el co-director Dean DeBlois, basado en acuarelas y una visualidad inicialmente pensada para una serie de libros infantiles, se convierte aquí en escenarios reales que, lejos de sumar textura, lucen planos y televisivos. Y esa es una herencia probablemente legada por el plan inicial de estrenar este título directamente en Disney+, algo que se nota en cada rincón de su diseño de producción.

Ese look de pantalla chica también juega en contra de toda la propuesta, pues no hay una verdadera inmersión en el entorno, los fondos no deslumbran y la energía visual que caracterizaba a la película original se diluye.

El resultado es una producción que se siente pequeña, no solo en escala, sino también en ambición. Incluso la propia presencia de Stitch, a pesar de una animación digital competente, no logra eclipsar lo evidente: esta historia se siente más artificial.

En el traspaso de la trama además se pierden muchos de los matices emocionales que hacían especial a Lilo & Stitch. La dinámica entre Lilo y Nani, por ejemplo, conserva su núcleo dramático, la tensión entre ser hermanas y actuar como madre e hija, pero el salto a carne y hueso no es consistente. Lo mismo ocurre con los villanos y secundarios que apenas dejan huella: Zach Galifianakis como Jumba no funciona y Courtney B. Vance como un Cobra Bubbles reinventado como agente de la CIA no encaja bien en la historia.

En todo ese camino, la película introduce algunos cambios menores en la historia original, pero sin mucha convicción ni profundidad, ya que Disney juega de forma pacata ante la idea de que tienen una audiencia base que ya se conoce el original al revés y al derecho. Y claro, hay intentos por actualizar ciertos aspectos, pero en su afán por no incomodar demasiado, el guion evita explorar las posibilidades emocionales que permite el terreno live-action.

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El mayor problema, sin embargo, es estructural: el live-action, por muy fiel que sea, no puede replicar el encanto de una propuesta que nació para ser animación.

El despliegue animado original permitía exagerar, estilizar y dotar de humanidad a lo inverosímil. Pero cuando se intenta trasladar eso al realismo de carne y hueso, surgen las grietas, especialmente ante la presencia alienígena.

En todo ese camino hay algunos elementos positivos, como la elección de la pequeña Maia Kealoha como Lilo, pero sus pocos destellos no alcanzan a levantar un relato que se siente rehén de su propio referente.

Lilo & Stitch no es ni de cerca la peor adaptación live-action de Disney, pero sí confirma una tendencia preocupante: la incapacidad del estudio para entender que no todos sus clásicos necesitan una relectura literal. La animación no es solo una técnica; es una forma de narrar. Y cuando se pierde eso, no hay remake que lo recupere. Y a este paso, solo queda rezar para que no hagan remakes de los live-action una vez que se les acaben las películas animadas por explotar.

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